sábado, 16 de octubre de 2010

Él es nuestra Salvación


"Salvación” es una palabra humana primordial. Custodia algunos de los impulsos humanos más hondos: la posibilidad de superar el mal, alcanzar la propia plenitud, y comulgar con Dios. El cristianismo se concibe a sí mismo como un ofrecimiento de salvación al hombre.

¿Se puede describir brevemente la figura genuina de la salvación cristiana? Sí es posible. Pues la salvación cristiana es una Persona: Jesús de Nazaret, y un acontecimiento: su pasión, muerte y glorificación. Se salva el que está en unido a Cristo. Dos aspectos inseparables: persona y obra, lo que Jesús es en sí mismo y lo que significa para nosotros. La salvación, en clave cristiana, abarca a ambos.

El arte ha logrado expresarlo de manera elocuente. Pienso, por ejemplo, en el triunfo de la cruz, representado en el ábside de la basílica de San Clemente en Roma. Se trata de un mosaico de la primera mitad del siglo XII. La cruz aparece representada como el árbol de la vida. En medio está el Cristo crucificado, pero glorioso. Entrega la vida y, así, da vida. El amor se ha enfrentado con la oscuridad del mal que parece dominar el mundo. A sus flancos: San Juan y la Virgen María. Doce palomas representan a los apóstoles. Desde este centro surge un entramado dorado de hojas de acanto. Es una fiesta para los ojos y el corazón. ¿Tal esplendor de luz y de belleza puede surgir de una visión oscura de Dios, del hombre y del mundo? Es difícil sostenerlo.

Evoco también aquí otras dos imágenes del Nuevo Testamento que han tenido una larga historia en el arte: el Buen Pastor y el Cordero del Apocalipsis. Ambas son figuras de Cristo. Ambas contienen una riquísima doctrina de la salvación. El Buen Pastor conduce a las ovejas, dando la vida por ellas. El Cordero está de pie, como degollado, y es la figura de la humildad que vence la soberbia. En el Apocalipsis, ambas figuras se funden en una sola: “Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua viva. Y Dios secará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7,17).

La cruz, el Pastor y el Cordero representan, cada uno a su modo y en la convergencia de motivos, lo que los cristianos creemos de la salvación obrada por Cristo. ¿Podemos traducir en discurso lo que expresan las imágenes? Yo diría algo así: Lo que salva es el amor incondicional de Dios manifestado en el don libre de la propia vida, no el mero sufrimiento. O, mejor: el amor que transforma el sufrimiento, inevitable compañero de camino del hombre. Un amor incondicional que sale al encuentro del hombre, donde éste se encuentra y en la situación en la que está. Es inevitable confrontarse con el drama del mal y de la injusticia. En Jesús, Dios mismo ha entrado en el drama humano, en toda su oscuridad, sin ahorrarse nada. Ha bebido el cáliz hasta el final. El amor de Dios ha expiado el pecado del mundo.

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