1. Las mujeres se acercan al sepulcro a cumplir un último acto de amor y de piedad hacia el cuerpo del ajusticiado. Podemos imaginarlas, esa madrugada, antes de que salga el sol encaminarse hacia el sepulcro. La oscuridad externa expresa bien la amargura del corazón. Imaginamos su dolor, pero también su coraje, su amor. No podía ser de otro modo: son mujeres. Dolor, coraje y amor pertenecen a la esencia del alma femenina. Ahí están María Magdalena y la otra María. “Fueron a visitar el sepulcro”, anota escuetamente San Mateo.
2. ¿Cuándo había madurado en ellas el deseo y la resolución de ir al sepulcro? San Mateo nos dice, pocos versículos antes, que ambas Marías habían contemplado en silencio a José de Arimatea envolver el cuerpo de Jesús en una sábana limpia, depositarlo en un sepulcro nuevo cavado en la roca, y hacer correr una pesada piedra como sello de la muerte. Cumplida esta acción, el piadoso José sencillamente se va. Ya no hay nada más que hacer. Sin embargo, vuelve a anotar San Mateo: “María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro” (Mt 28, 61). Ellas no pueden imaginar qué está a punto de suceder. No lo imaginan ni lo saben. Sin embargo, hay algo en el fondo del corazón humano, una esperanza, una secreta nostalgia, una intuición … Como dice el poeta: aunque el ateo niegue a Dios, la vida sabe que Dios existe …
3. ¿Qué encuentran en el lugar de la sepultura de Jesús? El relato evangélico nos narra, también escuetamente, la poderosa acción del ángel del cielo: “De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Angel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve” (Mt 28, 2-3). Los varones (los soldados) caen como muertos, presa del temor. Las mujeres, de pie, escuchan la buena noticia.
4. Volvamos a preguntarnos; o, mejor: preguntémosles a María Magdalena y a la otra María: Dígannos, ¿qué encontraron en el jardín? Su respuesta viene del evangelio, y podría sonar así: “Junto a la tumba, donde nosotras vimos que había sido depositado el cuerpo de nuestro amado Jesús, encontramos: un sepulcro vacío y libre (nosotras mismas lo hemos visto. Aún hoy, dos mil años después, el sepulcro sigue vacío); un anuncio sorprendente -«No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho» (Mt 28, 7)-; y una misión que nos tomó, para siempre, la propia vida.”.
5. En esta noche verdaderamente feliz, como canta el Pregón Pascual, nosotros también miramos el sepulcro y lo vemos vacío. Como las mujeres, recibimos el anuncio gozoso de la Resurrección. Ese anuncio ilumina nuestros ojos y, como le ocurrirá al día siguiente a los discípulos de Emaús, nos hace comprender la verdad de las cosas. También como a las mujeres, nosotros recibimos una misión: llevar a todos los hombres la alegría y la esperanza que contienen y comunica la Resurrección de Cristo de entre los muertos.
6. Como Jesús, yo también, les digo a ustedes: “Alégrense”, vayan a Galilea, es decir: vayan a donde están los pueblos, especialmente los que sufren y lloran, los tristes y cansados, porque allí lo encontrarán.
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