Comparto ahora con ustedes algunas reflexiones sobre la Cuaresma, apenas iniciada. Espero que sean de provecho. Saludos cordiales a todos.
Cuaresma: gracia, amor
incondicional y alegría
Este miércoles
iniciamos la Cuaresma. En el centro de la espiritualidad del tiempo cuaresmal
está el sacramento del Bautismo.
La meta, pues, de
las prácticas cuaresmales es la renovación de la gracia bautismal por la que
hemos sido lavados, purificados y hechos creaturas nuevas.
Una palabra
cuaresmal clave es: “conversión”, o también: “penitencia”. Apuntan a lo mismo:
la renovación interior del hombre, de su mente, de su corazón, de sus deseos
más profundos. “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu firme”, reza David en el salmo penitencial por antonomasia, el Salmo
50.
Atención. Esta
renovación interior no está al alcance del esfuerzo humano. El hombre, por sus
solas fuerzas naturales, no puede alcanzar la meta de este cambio decisivo de
orientación de su vida.
La conversión es
una gracia, en el sentido más estricto que esta palabra tiene en el lenguaje
cristiano: acción de Dios en el alma que arranca al hombre del dominio de las
tinieblas y lo transforma a imagen y semejanza de su Hijo.
Por eso, la
espiritualidad de la Cuaresma es una espiritualidad del corazón contrito y humillado,
al decir también del Salmo. Es una espiritualidad de la humildad.
En Cuaresma
estamos invitados a acercarnos a Dios como el mendigo levanta su mano pidiendo
misericordia. Solo el que se reconoce pecador puede vivir la alegría del perdón
y de la paz que Dios da a todos en Jesucristo.
Sin embargo, aquí
también es importante mirar bien las cosas: en Jesús, Dios mismo se ha hecho
mendigo del hombre. En la Encarnación, el Hijo de Dios se ha identificado con
la humanidad caída y pecadora. La mano que se levanta pidiendo el perdón y la
paz está sostenida por la mano traspasada del Crucificado.
El mensaje central
de la Cuaresma es profundamente esperanzador: el hombre no está solo, incluso
en su postración más grande. Dios está con él. Dios, en Cristo, se ha hecho una
sola cosa con él. En Cristo, el pecador encuentra el abrazo de Dios que lo
levanta, lo purifica y lo transforma.
Solo el amor
incondicional cambia la vida de las personas. Solo un amor así rompe la dureza
de piedra del corazón humano, manifestación más dramática del poder del pecado
que clausura al hombre sobre sí mismo.
En Cuaresma,
estamos invitados a escuchar nuevamente la Buena Noticia del amor incondicional
de Dios por el hombre, a acogerlo con espíritu humilde y con alegría de
corazón.
El ayuno, la
oración y la limosna son las prácticas externas a través de las cuales manifestamos
nuestra apertura humilde a la acción de Dios en nuestra vida. Son la puerta que
le abrimos a la gracia transformante de Dios.
¡Una santa
Cuaresma para todos!
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