martes, 13 de marzo de 2012

Violación y aborto - Breves consideraciones morales


La agresión sexual es siempre un mal, una grave lesión a la dignidad de las personas, violentadas en su cuerpo y en su alma. Merece la condena más firme. Con razón es considerada como un delito punible por la justicia civil.

La moral católica lo considera además un grave pecado: una ofensa a Dios y a la persona agredida. Ofende incluso al mismo agresor que, al cometer tal acto, ve desfigurada su propia dignidad de persona.

La víctima de violación merece justicia, comprensión y compasión. Merece ser eficazmente acompañada para curar las secuelas físicas, psíquicas y espirituales de semejante agresión.

Si de la violación se sigue un embarazo, al cuidado de la dignidad de la mujer violentada sexualmente se une el grave deber de tutelar la dignidad de la vida del ser humano que es fruto de esa concepción no deseada.

El embarazo que es fruto de una violación supone un desafío humano muy delicado. Es una situación que nos enfrenta a cuestiones éticas fundamentales: no hay vidas más dignas que otras; toda vida humana es sagrada; nadie tiene derecho sobre la vida de los demás.

El aborto nunca es una solución acorde con la sacralidad de la vida humana. Tampoco es una práctica de salud pública, sino una intervención que desdibuja la naturaleza de la medicina. A la injusticia de la violación sexual se le une la injusticia que supone la deliberada eliminación de un ser humano en la fase inicial y más indefensa de su vida.

Es deber de la justicia tutelar la dignidad de toda vida. En este caso: la dignidad de la mujer y del ser humano en gestación.

La práctica del aborto podrá llegar a ser considerada legal. Siempre será una ofensa a la justicia, un acto gravemente inmoral, una derrota de la sociedad. 

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