Fuimos 24 curas. El lunes 12, por la mañana temprano, nos subimos a algunos vehículos y pusimos dirección hacia el Norte. Más precisamente: hacia Villa Cura Brochero.
La meta era compartir la Pascua junto a los lugares marcados por la presencia de José Gabriel del Rosario Brochero, el Cura santo, cuya beatificación espera con ansias toda la Iglesia en Argentina, especialmente sus pastores.
Un pequeño grupo, casi insignificante, en peregrinación de fe.
El lunes por la tarde nos llegamos hasta Panaholma, cuya hermosa y blanquísima capilla, fue la última construcción iniciada por el “Señor Brochero”, ya aquejado de la lepra. Inaugurada en 1908, acaba de cumplir cien años.
Una señora del lugar -Doña Juana- nos ilustró sobre la capilla y sobre Brochero.
Celebramos luego la Eucaristía, presidida por el Arzobispo. Mons. Arancibia nos invitó a escuchar lo que nos dicen las cosas, santificadas por la presencia del hombre de Dios. Las reliquias hablan. Hay que hacer silencio para escuchar la voz de Dios a través de la humanidad de sus santos. Así habla el Dios hecho hombre.
Por la noche, compartimos la cena y una sencilla celebración por el cumpleaños 73 de nuestro Pastor.
El martes 13 se abrió con la celebración de Laudes en la capilla que custodia los restos mortales del Cura Brochero. Los salmos, los textos bíblicos, rezados y cantados con fe, son la oración de la Iglesia que sigue viviendo como aquella comunidad apostólica de la que nos hablan los Hechos de los apóstoles: la oración común, la fracción del pan, la enseñanza de los apóstoles, con un solo corazón y una sola alma, compartiendo los bienes.
Siguió una mañana de oración silenciosa y de meditación, ayudados por un texto evocador de la espiritualidad apostólica del Cura.
Entre medio, una visita al Museo, también guiados por la palabra sabrosa de una mujer cordobesa y enamorada del Cura Brochero: María Luisa. Con sabiduría y también con picardía, María Luisa, hizo hablar a las piedras y a los objetos allí custodiados. La casa de Ejercicios, la casa y escuela de las Esclavas, su hermosísima capilla en espera de restauración.
Escuchamos el corazón de un cura y su gente, latiendo en común, y con una meta común: abrir espacio al Reino de Dios que transforma los corazones más duros. El Evangelio que es acogido en la fe y que se hace forma de vida, cultura, paisaje.
La Eucaristía nos permitió alabar al Dios amor que nos regala la fraternidad sacerdotal y nos empuja al encuentro de su Hijo Jesucristo. “Hay que nacer de nuevo, nacer de lo alto, del agua y del Espíritu”, eran las palabras del Evangelista teólogo que iluminaban la peregrinación de fe de un grupo de curas. El Cristo crucificado, ante el cual Brochero llamaba a la conversión a sus paisanos, con su costado abierto le daba forma y figura a las palabras del Señor: hay que renacer del costado abierto del Crucificado.
Volvimos con el corazón caliente, como los de Emaús. Y por la misma razón que ellos: el Resucitado se nos mostró al partir el pan: el pan eucarístico y el pan de la comunión fraterna.
24 curas con el Cura Brochero.
En este Año sacerdotal: ¡gracias, Señor, por el don del sacerdocio ministerial! ¡Cuida y defiende a los que has llamado al ministerio santo de pastorear a los hermanos! ¡Santifica a quienes has hecho signos sacramentales de tu amor de Pastor! Amén.
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