Es muy bueno que hablemos de las drogas. En general, tenemos la tendencia a mirar para otro lado: “es un grave problema; pero no es mi problema; que se ocupen otros”.
Por eso, qué bueno que se pueda hablar libremente. Pero también con claridad. Ir con la verdad de las cosas. Mirar de frente la realidad.
La droga es sinónimo de muerte. Mata. Desde dentro y no tan lentamente. Mata la conciencia, la libertad y lo mejor que tenemos los seres humanos: los vínculos con los demás. Termina matando a la persona.
El centro del problema es humano: es una persona, un ser humano. Como vos o como yo. Una persona que necesita que le tendamos una mano. O, mejor: que sienta de veras eso tan especial que nos devuelve el gusto por la vida: que sienta el amor.
“Sos valioso, te queremos y te vamos a ayudar”. Ese es el mensaje.
No me gusta que se hable de despenalizar la tenencia de marihuana. Creo comprender a quien apunta en esa dirección. Creo que yerra, y muy fiero. Hay que pensar a fondo las cosas. Por eso, es bueno que hablemos del tema.
No estoy de acuerdo con la despenalización por varias razones. Algunas más relativas. Otras, más de fondo, o de principio.
Vivimos en Argentina, siglo XXI. La droga está ya instalada y avanza cada vez más. No está solamente unida a la pobreza. Está por todas partes, vinculada sobre todo a una cultura individualista y sin horizontes de esperanza. El comercio diabólico de estupefacientes ha tenido un crecimiento exponencial en nuestro país.
Donde está la droga ya no hay libertad. A lo sumo, lo que queda es un remedo de libertad: la ilusión de que hago con mi vida lo que quiero, y que, de esa manera, no le hago mal a nadie. Porque te hacés daño a vos mismo, nos hacés daño a todos. Vos sos parte del nosotros.
La ley debe seguir señalando que la droga es un mal. No puede mandar el mensaje que la droga (“un poquieto nomás”) es buena en algunos casos. No puede decir, como se pretende, que hay un consumo que no es problemático, frente a otro que lo es. Y, porque no vivimos en el Paraíso, debe abrir la puerta para que la sociedad ayude eficazmente al hermano que sufre la dependencia de la droga.
¿Hay que mandar a la cárcel al que posee marihuana u otra droga? El adicto no tiene que ir preso. Necesita ayuda eficaz. La ley debe poner en manos de los jueces instrumentos eficaces para que la sociedad tienda una mano al adicto. Y ahí tiene que estar el Estado en todo el vigor de sus políticas públicas: de salud, de educación, de prevención de adicciones, de trabajo, etc.
Dejo para el final, la palabra decisiva: para mí, como cristiano, el Evangelio es lo mejor que tengo para ofrecerle a mi hermano que sufre. El Evangelio es tal (evangelio quiere decir: buena noticia) porque le ofrece al ser humano, especialmente al que siente el peso de la vida, la noticia más hermosa: Dios te ama, Cristo derramó su Sangre por vos, su Espíritu te hace verdaderamente libre.
¿Cómo no vamos a hablar de las drogas? ¿Cómo no vamos a abrazar al que se droga?
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