Una semana intensa. En estos momentos, estoy participando de la Asamblea plenaria del Episcopado argentino. Es la primera del año. La próxima será en noviembre.
Como suele ocurrir, los temas importantes desbordan el tiempo disponible. Destaco, de entre ellos, los buenos comentarios que ha desperado la iniciativa del Santo Padre para el próximo Sínodo: “La Nueva Evangelización y la transmisión de la fe”.
Traemos, como viento de cola, el fuerte impulso misionero de Aparecida que nace de la experiencia gozosa de la fe como encuentro con Jesucristo.
Vivir la fe católica, sin complejos, en un mundo que cambia, complejo, que nos plantea múltiples desafíos. Algunos hablan de poscristianismo, de una secularización que ha desembocado en una cultura neopagana. Lo cierto es que, sin dejar de lado la necesidad de conocer más profundamente la cultura de la que somos parte, la experiencia fundante de la fe sigue siendo cautivante. Posee la frescura del Evangelio de Cristo.
Esto es alentador. Como ya comenté alguna vez, si la Iglesia deja de mirarse a sí misma, seducida por su propia imagen, se pone más fielmente en el camino de Jesús. Sale al encuentro de los caminantes, como el Señor en el relato de Emaús.
En todo esto, la figura del Beato Juan Pablo II ha estado dando vueltas, como imagen inspiradora de una Iglesia evangelizadora. “Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica” (Benedicto XVI).
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