¿Quién puede
reconocer la presencia de Dios?
La Biblia tiene
una respuesta precisa: solo los humildes pueden ver a Dios. Para el soberbio y
el pagado de sí, todo es oscuro.
Esta experiencia
se hace más notoria en Navidad. El Dios infinito aparece en la figura de un
niño recién nacido, pobre entre los pobres. Es el Dios humilde del pesebre de
Belén.
Solo los humildes
pastores lo reconocen. Y los magos que, dejando su sabiduría humana, siguen la
estrella hasta el pesebre.
El mayor
acontecimiento de la historia humana no forma parte de la historia grande que
relatan los historiadores del momento. Pasa desapercibido. Solo el paso del
tiempo irá poniendo las cosas en sus lugar: la historia tiene un antes y un
después en la persona de ese Niño.
Los hombres
seguimos buscando a Dios, porque seguimos buscando razones para vivir y
esperar. Esa búsqueda nunca acabada expresa la sed de salvación que anida en el
corazón humano. El hombre necesita ser rescatado del vacío, de la mentira y del
sinsentido.
No se puede
salvar a sí mismo. Solo de fuera puede venir la salvación.
Dios se sigue
ofreciendo, humilde, pobre y silencioso, en el Niño que nace en Belén. Ese Niño
es el Salvador del hombre, el que le ofrece Vida en abundancia, el que le da
sustento a su esperanza.
Al acercarse, una
vez más, la celebración anual de la Navidad, queremos invitar a todos a volver
la mirada a ese Niño que nace por nosotros.
Es bueno
celebrar, hacer fiesta y brindar. Es mejor silenciar el corazón y buscar la
humildad para reconocernos necesitados de un amor incondicional. Solo Dios
puede amar de esa manera. Puede, y, de hecho, lo ha realizado: es lo que los
cristianos reconocemos en el pesebre y, aún más radicalmente, en la cruz y en
la resurrección de Cristo.
Por eso: en
Navidad, volvamos a Jesús.
En cada comunidad
cristiana estamos preparando la Navidad como una fiesta de fe para todos los
que se acerquen con el corazón despojado de soberbia. Porque Dios se deja
conocer por los humildes y sencillos.
Para algunos, la
conmemoración anual del nacimiento de Jesús es una ocasión para confirmar su
compromiso con la vida y la suerte de los menos favorecidos: los pobres, los
excluidos, los que están solos o encarcelados, los que sobrellevan alguna
prueba grande en la vida, los que no pueden liberarse de alguna pasión que los
esclaviza, los últimos, los que están llegando al ocaso de sus vidas, los
enfermos.
La luz de Dios
resplandece, de manera especial, en las periferias del mundo opulento y pagado
de sí. Entonces fue en la olvidada Belén. Hoy, el que busca a Dios, podrá
encontrarlo también en el último lugar.
Allí está Dios, brillando con luz
propia.
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