sábado, 24 de diciembre de 2011

La humildad de Dios

Aquí transcribo el Mensaje de Navidad que hemos preparado con el Arzobispo. Que a todos nos conmueva la humildad de Dios manifestada en el pesebre de Belén. Cristo convence.



¿Quién puede reconocer la presencia de Dios?

La Biblia tiene una respuesta precisa: solo los humildes pueden ver a Dios. Para el soberbio y el pagado de sí, todo es oscuro.

Esta experiencia se hace más notoria en Navidad. El Dios infinito aparece en la figura de un niño recién nacido, pobre entre los pobres. Es el Dios humilde del pesebre de Belén.

Solo los humildes pastores lo reconocen. Y los magos que, dejando su sabiduría humana, siguen la estrella hasta el pesebre.

El mayor acontecimiento de la historia humana no forma parte de la historia grande que relatan los historiadores del momento. Pasa desapercibido. Solo el paso del tiempo irá poniendo las cosas en sus lugar: la historia tiene un antes y un después en la persona de ese Niño.

Los hombres seguimos buscando a Dios, porque seguimos buscando razones para vivir y esperar. Esa búsqueda nunca acabada expresa la sed de salvación que anida en el corazón humano. El hombre necesita ser rescatado del vacío, de la mentira y del sinsentido.

No se puede salvar a sí mismo. Solo de fuera puede venir la salvación.

Dios se sigue ofreciendo, humilde, pobre y silencioso, en el Niño que nace en Belén. Ese Niño es el Salvador del hombre, el que le ofrece Vida en abundancia, el que le da sustento a su esperanza.

Al acercarse, una vez más, la celebración anual de la Navidad, queremos invitar a todos a volver la mirada a ese Niño que nace por nosotros.

Es bueno celebrar, hacer fiesta y brindar. Es mejor silenciar el corazón y buscar la humildad para reconocernos necesitados de un amor incondicional. Solo Dios puede amar de esa manera. Puede, y, de hecho, lo ha realizado: es lo que los cristianos reconocemos en el pesebre y, aún más radicalmente, en la cruz y en la resurrección de Cristo.

Por eso: en Navidad, volvamos a Jesús.

En cada comunidad cristiana estamos preparando la Navidad como una fiesta de fe para todos los que se acerquen con el corazón despojado de soberbia. Porque Dios se deja conocer por los humildes y sencillos.

Para algunos, la conmemoración anual del nacimiento de Jesús es una ocasión para confirmar su compromiso con la vida y la suerte de los menos favorecidos: los pobres, los excluidos, los que están solos o encarcelados, los que sobrellevan alguna prueba grande en la vida, los que no pueden liberarse de alguna pasión que los esclaviza, los últimos, los que están llegando al ocaso de sus vidas, los enfermos.

La luz de Dios resplandece, de manera especial, en las periferias del mundo opulento y pagado de sí. Entonces fue en la olvidada Belén. Hoy, el que busca a Dios, podrá encontrarlo también en el último lugar. 

Allí está Dios, brillando con luz propia. 

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