En este 4°
domingo de Adviento hemos contemplado, una vez más, la figura de Nuestra Señora
pronunciado su Amén al plan de Dios:
“He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí tu
palabra”
El plan de Dios
es grandioso. La promesa hecha a David de edificarle una casa se cumple de un
modo inesperado, pero también sorprendente por su sabiduría. Dios, nos dice San
Pablo es, en definitiva, el único sabio.
El sapiente plan
de Dios es grandioso. Su realización: la humilde encarnación de su Verbo, que
nace de María Virgen en un pesebre. Lo “máximo” en lo “mínimo”, como le gusta repetir
al Papa Benedicto, con una célebre frase de Tertuliano.
Por eso, la
posición justa frente al designio de Dios es la que se expresa en las palabras
de la joven y lúcida María: una palabra de humildad frente a la grandeza de
Dios.
Los criterios del
mundo van por otro lado. Basta solo prender la TV y mirar lo que se ofrece como
espectáculo a los ojos ávidos de imágenes y razones.
Lo que ofrece
Dios es, como siempre, contracorriente. De la mano de la humilde y lúcida María
nosotros entramos en ese camino: por la pequeñez hacia la grandeza, por la
humildad hacia la verdad, por la pasión hacia la resurrección.
Lo canta María al
saludar a su prima Isabel: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu
se estremece de gozo, en Dios, mi Salvador, porque Él miró la pequeñez de su servidora”
¡Ojalá podamos
vivir así nuestra condición cristiana en medio del mundo!
Gracias a todos los que me están saludando en este día. Agradezco sobre todo las oraciones. Pidan para mí (y para todos) esta humildad de corazón para servir al Señor, como a Él le gusta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.