En el arco que
culmina el techo de la Basílica “San Francisco” de nuestra ciudad están
escritas estas palabras. Su traducción: “Francisco: ve y repara mi casa”.
El Francisco de
marras es el hijo de Pietro Bernardone. Escuchó esas palabras de un Cristo
crucificado en una pequeña iglesia semiderruida, a las afueras de Asís.
Estamos en el siglo
XII, plena Edad Media. Siglo de esplendor de la Iglesia, pero también de crisis
profundas y pasiones encontradas. Francisco Bernardone escuchaba así la llamada
del Evangelio, la llamada de Cristo.
“Francisco: ve y
repara mi casa”.
Francisco entendió
estas palabras literalmente: se puso a reconstruir la pequeña Iglesia de San
Damián.
Sin embargo, la
literalidad debía dejar paso al sentido más hondo de la llamada: a la Iglesia
hay que repararla con la propia vida transfigurada por el seguimiento de Cristo
pobre, humilde y servidor. Una vida que grita el Evangelio.
El cardenal Jorge
Mario Bergoglio ha sido elegido Papa. El gesto de los cardenales, contra toda
previsión, ha sido audaz. Como aquel de octubre de 1978. También esta vez se ha
buscado un Papa de lejos, “casi del fin del mundo”, como ha dicho el Papa
Bergoglio, mientras nosotros no podíamos salir del estupor.
Bergoglio, venido
casi del fin del mundo, ha elegido el nombre de Francisco. Un nombre que indica
una misión, una llamada, una esperanza.
Nosotros oramos por
él, se lo encomendamos a la Virgen y a San José. Claro está, también a San
Francisco de Asís, a San Ignacio de Loyola y, dentro de poco, también al Cura
Brochero.
Es cierto: no
podemos ocultar nuestro orgullo como argentinos, latinoamericanos y católicos. Nuestra
América latina, continente de esperanza, ofrece uno de sus hijos como pastor de
la Iglesia universal y voz de la conciencia de la humanidad.
Sabemos, en
definitiva, que esta agradable sorpresa de Dios comporta una llamada a una fe
más viva en Jesucristo. Es por lo mismo, una invitación a la conversión, a
volver al Evangelio con toda la vida.
El Concilio Vaticano
II nos recordó que la Iglesia está siempre necesitada de purificación. Siempre
en estado de reforma.
El gesto humilde del
Papa Benedicto abrió un camino nuevo, que ahora el Papa Francisco quiere seguir
recorriendo bajo el impulso del Espíritu. Como él mismo lo señaló desde el
balcón de San Pedro: un camino que involucra a todos, al obispo y al pueblo. Un
camino de Iglesia peregrina. Una esperanza para la humanidad, especialmente
para los olvidados.
Así el Evangelio se
muestra como una palabra viva, capaz de seguir hablando al corazón de los
hombres.
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