Lo cierto es que, como pastor, me voy encontrando con la tarea (hermosa, por cierto) de animar a esos grupos a perseverar en la oración. No es necesario apelar a grandes ideas. Basta un empujoncito, unas pocas palabras. Nos entendemos rápido.
He repetido de memoria unas palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II que transcribo abajo en su tenor literal:
Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo». En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral.
(Novo millenio ineunte 34).
Al repasar mi propia experiencia de fe, el rol decisivo de la oración se destaca con claridad. Ya he contado en uno de los primeros post lo que significó para mí, siendo todavía un adolescente, ser introducido por el P. Tarcisio Rubin, en el misterio de la oración con los Salmos.
Al tomar contacto con estos grupos tengo la impresión de acercarme al alma invisible de esta Iglesia Diocesana de Mendoza. Lo comparto con ustedes, porque es una buena noticia para todos.
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