miércoles, 6 de febrero de 2013

Un artículo interesante sobre el matrimonio

Les ofrezco mi traducción (bastante libre por cierto) de un artículo aparecido ayer 5 de febrero en L'Avvenire sobre la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo en Francia y Gran Bretaña.


Matrimonio: ¿fin de una institución civil?
El sinsentido de la deriva
Giuseppe Dalla Torre

El legislador francés creó el matrimonio civil, el legislador francés lo está ahora sepultando. Esta es la primera consideración que salta a la vista, mirando con los ojos de la historia, cuando se lee la noticia de que la Asamblea nacional francesa ha expresado un primer “sí” al matrimonio entre homosexuales.

En efecto, en 1791 fue la Francia revolucionaria quien introdujo el principio según el cual la ley considera al matrimonio como un mero contrato civil, dejando de lado al matrimonio religioso. La furia laicista en realidad no creó una nueva institución: tomó en sustancia la disciplina del matrimonio canónico y la secularizó, limitándose a recortarle los elementos particularmente religiosos. Desde aquel momento, sin embargo, los dos modelos de matrimonio se han venido diferenciando siempre más y siempre más rápidamente, con progresivo alejamiento del matrimonio civil del originario modelo canónico. Se trata de un fenómeno que hoy parece llegar a límites extremos.

Tres son los elementos salientes de este proceso histórico, que ha conocido ya un primer desarrollo impresionante en España y que se encuentra en fase de preocupante incubación en Gran Bretaña y en Alemania. 

El primero es la escisión y separación entre actividad sexual y procreación, que termina por privar al matrimonio de la naturaleza de institución propiamente destinada a la transmisión de la vida, además de la solidaridad entre los esposos y las generaciones. 

El segundo es el desplazamiento de la identidad sexual de la naturaleza a la cultura, actuado por las teorías del gender, que conduce al eclipse del elemento de la heterosexualidad como caracterización del matrimonio, respecto de otras formas de relaciones afectivas y solidarias. Se trata de una posición cultural muy lejana del paradigma de siempre -que es también el cristiano- de la diversidad entre los sexos que, en el matrimonio, son puestos en una relación de complementariedad. 

El tercero es la reducción del matrimonio a mera institución de reconocimiento de la subsistencia de vínculos afectivos entre los esposos, cuyo debilitamiento legitima la disolución del vínculo.

Una vez reducido el matrimonio a una relación afectiva entre dos personas, no destinado de por sí a la integración de la diversidad sexual, y ni siquiera a la procreación (que, por otra parte, se puede obtener artificialmente), se arriba inevitablemente a invocar el derecho de cada uno al amor reconocido y protegido por la ley, prescindiendo del dato sexual.

Ahora bien, descontando el hecho de que el amor es un elemento que escapa al derecho (tanto es así que el legislador ni siquiera pide a los progenitores que amen a sus hijos, sino que les impone que quieran su bien), la impresión que queda es que estamos en la etapa final de un proceso.

Podemos preguntarnos: ¿poco menos de dos siglos es suficiente para ver nacer, crecer y, por fin, dirigirse a su disolución al matrimonio civil?

Observando más detenidamente, las forzadas intromisiones del legislador civil sobre la estructura natural del matrimonio, como ayer en España y hoy en Francia y en otros lugares, no reforman el matrimonio sino que lo sustituyen con otro negocio. Puede permanecer formalmente la denominación legal de “matrimonio”, pero la esencial del matrimonio no existe más. Las veleidades prometeicas en materia matrimonial renueva de alguna manera, en el moderno legislador humano, el antiguo mito del rey Midas: la ineludible transformación de una cosa en otra cosa.

Esto de tal forma que, si no se logra detener la deriva de esta evolución o invertir la tendencia en acto en Europa y un poco en todo el mundo occidental, quizás en un mañana no demasiado lejano solo la religión continuará a custodiar el matrimonio en su estructura natural de consorcio entre un hombre y una mujer. Un pacto responsable y destinado a durar para toda la vida. Una unión estable, abierta a la procreación buscada a modo humano y jamás reducida a comercio y a técnica de laboratorio. 

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