Ante todo, un saludo cordial a todos los hombres y mujeres que
comparten con nosotros el camino de la vida en esta hermosa tierra que el
Creador nos ha regalado:
¡La paz de Dios esté con todos ustedes!
La Arquidiócesis de Mendoza se apresta a recibir a su nuevo Arzobispo,
Carlos María Franzini. Es un acontecimiento que nos atañe, en primer lugar, a los
católicos. Sin embargo, no deja de ser significativo para toda la sociedad. Quisiéramos
reflexionar al respecto.
La Iglesia diocesana de Mendoza
es una vasta red de comunidades y personas. Creada como diócesis en 1934 y
elevada a arquidiócesis en 1961, ha tenido ya cinco obispos. Franzini es el sexto.
La presencia de la fe cristiana
en Mendoza, sin embargo, antecede a la creación de la diócesis. Se remonta a la
fundación de la ciudad y ha acompañado toda su historia, tanto en tiempos en
que religión y sociedad se identificaban, como hoy que distinguimos entre
sociedad, estado y religión.
Hoy, el catolicismo mendocino vive
un dinámico proceso de redefinición de su presencia en el entramado de una
sociedad. Su desafío: mostrar la actualidad del Evangelio, permaneciendo fiel a
su identidad. Todo un reto para una religión que confiesa la encarnación de
Dios.
En este contexto más amplio,
esbozado apenas, creemos que hay que ubicar el arribo del nuevo obispo a la comunidad
católica.
La palabra “obispo” deriva del
vocablo griego “episcopos”: el que observa desde un lugar alto, como un vigía
atento que pasa la noche en vela. Los primeros cristianos llamaron así a
quienes sucedían a los apóstoles como guías espirituales de la comunidad.
Para la tradición católica, en
el obispo está presente la “semilla apostólica”: el mandato de Cristo de llevar
su Evangelio hasta el último rincón de la tierra. Su figura es básicamente la
de un misionero que prosigue la tarea de los apóstoles: predicar el Evangelio y
velar por la fe de sus hermanos.
Así, en torno a la fe gira toda
la vida del obispo. De él se espera, ante todo, que sea un hombre de fe viva, un
amigo de Dios. Pero su fe es la del pastor: su misión es servir a la fe de los
demás, especialmente los más alejados.
Obviamente, el obispo es un ser
humano. Está hecho de la misma madera que cualquier hijo de vecino. Busca vivir
su condición de discípulo y de pastor con autenticidad, pero también con la
humildad de quien lleva “un tesoro en vasijas de barro”, como decía San Pablo de
sí mismo.
El obispo tampoco está solo. Es
siempre parte de un pueblo. Con el Papa y los demás obispos forma el colegio
episcopal. En su diócesis trabaja, codo a codo, con numerosos compañeros de misión.
Ante todo, los presbíteros, que comparten con él el sacerdocio y el servicio a
la fe del pueblo. También con los diáconos, y una multitud de personas, consagrados
y laicos, que se saben sujetos activos en la misión evangelizadora.
En el camino reciente de la
Iglesia diocesana de Mendoza, este aspecto de comunión ha tenido un desarrollo
muy fuerte. El obispo Franzini llega a una diócesis que tiene un ejercicio
importante de discernimiento compartido buscando los caminos del Evangelio.
Se trata de una experiencia decisiva.
El mundo católico mendocino es una realidad compleja y variopinta: una
pluralidad de personas, carismas, sensibilidades, posturas y acentos, no exenta
de tensiones. El obispo está al servicio de una unidad que debe hacer lugar a toda
legítima diversidad.
La presencia pública de la Iglesia
en una Mendoza más compleja y secularizada es también un desafío de magnitud.
Mientras algunos aspectos de su misión son valorados (por ejemplo, su acción social
y educativa); otros, despiertan rechazo y hostilidad. Piénsese, por ejemplo, en
los recientes debates sobre el matrimonio y el aborto no punible. Por otra
parte, la comunidad católica está aprendiendo a convivir con otras confesiones cristianas
y religiosas que aportan lo suyo a la vitalidad espiritual de la sociedad mendocina.
¿Cómo seguir siendo la Iglesia
de Cristo en este contexto social y cultural? La incorporación del obispo
Franzini al camino pastoral de la diócesis vuelve a poner esta cuestión sobre
el tapete.
Al recibir a nuestro obispo, los
católicos no podemos dejar de preguntarnos: ¿cómo estamos viviendo nuestra
condición cristiana? En la misma medida en que algunos espacios de la sociedad
se secularizan, crece la oportunidad de vivir la fe como una decisión más
personal. No un frío moralismo, sino un encuentro con la Persona de Jesús que
cambia todo en la vida.
Si el obispo es básicamente un
misionero, la Iglesia que preside tiene como vocación salir al encuentro de
todos para invitarlos a la fe, especialmente lo más alejados. Paulatinamente la
diócesis está experimentando una conversión misionera. El Evangelio es un don
para compartir, sobre todo cuando se agudiza la sed de Dios y de razones para
vivir en el corazón de las personas.
Por
último, un reto especialmente delicado es la presencia del punto de vista
católico en los debates públicos. La visión cristiana de la vida no se puede
imponer. Se ofrece a la conciencia y a la libertad, apela a la razón y a la
discusión racional. El humanismo cristiano puede seguir enriqueciendo la vida mendocina.
Solo que hay que acertar en proponerlo correctamente. Es todo un reto cuando se
discuten valores considerados no negociables: vida, familia, matrimonio,
educación, bien común. Incluso entonces, la reserva crítica en nombre de la fe
es un servicio al bien común.
En fin, los católicos nos
aprestamos a recibir a nuestro nuevo obispo con una mirada confiada en Dios y
en el futuro. Estamos rezando por él y su misión. Nos disponemos a acompañarlo
y ayudarlo. Desde nuestra fe queremos
seguir aportando al bien común de todos los mendocinos.
José María Arancibia
Arzobispo emérito de Mendoza
Sergio O. Buenanueva
Obispo auxiliar y
Administrador diocesano
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.