domingo, 5 de diciembre de 2010

Catequistas


En las visitas pastorales, el obispo suele dedicar un momento especial de diálogo con los catequistas.

La catequesis es una de las tareas esenciales de la parroquia como expresión concreta de la Iglesia. Se encuadra dentro del ministerio profético, cuya finalidad es el anuncio de la Palabra que suscita la fe.

El ministerio profético tiene tres formas básicas de realización: el kerygma, la homilía y la catequesis. Se distinguen por el destinatario. El kerygma es el primer anuncio de la fe, dirigido a quienes nunca han escuchado hablar de Cristo o, como ocurre entre nosotros, a quienes, no obstante haber recibido el bautismo, han debilitado su adhesión personal a Cristo y a la Iglesia hasta el punto de casi perderla. La homilía es el anuncio de la fe en el contexto de la celebración litúrgica, a partir de los textos bíblicos proclamados y del misterio celebrado, para introducir más profundamente a los creyentes en el Misterio de Cristo. Sus destinatarios son hombres y mujeres con una fe al menos inicial.

La catequesis también se dirige a creyentes. Su finalidad es ayudarlos a vivir cada vez más profundamente su condición de discípulos del Señor y miembros de su Iglesia; es decir: educar la fe recibida. Supone una exposición sistemática, gradual y orgánica de la doctrina cristiana. El conocer adecuadamente el contenido doctrinal de la propia fe es un elemento fundamental, sin embargo, la catequesis apunta a la vida misma del discípulo: se trata de acompañar a una persona para que aprenda a vivir como cristiano.

La Iglesia presta especial atención a la persona del catequista, pues considera que éste recibe del Señor una auténtica vocación y misión. No se es catequista por gusto, moda o preferencias personales, sino como respuesta a una llamada que se va haciendo consciente con el paso del tiempo. Considero que ayudar a nuestros catequistas en este proceso de personalización de la llamada del Señor es fundamental para la buena salud de la catequesis.

En mis diálogos con los catequistas suelo insistir en tres expresiones claves: “espíritu misionero”, “encuentro personal con Cristo” y “formación constante”, o también: “ideas claras”.

Espíritu misionero. La situación actual de nuestros catecúmenos nos hace a todos más misioneros. Es decir, el catequista debe también ser un experto en el primer anuncio que despierta la fe: Dios te ama con amor incondicional; Cristo ha expiado tus pecados con su sangre redentora; sos templo del Espíritu Santo que te da la vida y la fuerza de Dios. El catequista, como todo buen misionero, debe estar dispuesto a salir a la búsqueda de las personas, las familias, los niños y jóvenes, los adultos.

Encuentro personal con Cristo. No hay vuelta que darle: el mejor catequista es el santo, el discípulo enamorado y transformado por el encuentro con Cristo. Aquí sobran las palabras: una vida espiritual intensa de oración, escucha de la Palabra, Eucaristía y Penitencia y una caridad ardiente.

Formación para ideas claras. Ante tanta confusión, la doctrina de la Iglesia debe ser apropiada personalmente por el catequista a través de un proceso continuo de lectura, formación, asimilación. Solo así la transmitirá en su integridad, atento a su esencia y a sus consecuencias. El Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio son instrumentos de primera mano para ello. Cada vez me convenzo más de ello, especialmente frente a tanta charlatanería vacua y diletante.

En la foto: con catequistas y un grupo de catecúmenos de confirmación en la Visita pastoral a la Pquia. "San José" de La Paz.

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