A partir de unas palabras del Papa pronunciadas a fines de 2009, el Pontificio Consejo para la Cultura ha puesto en marcha una iniciativa llamada: “El Atrio de los Gentiles”. Un primer paso se ha cumplido en Bolonia. A fines de marzo, la cita es en París, la ciudad de las luces.
La expresión hace referencia al gran patio del antiguo templo de Jerusalén hasta el que podían llegar los gentiles, es decir: los que no eran judíos. Un espacio abierto dentro del recinto sagrado, lugar de encuentro entre Dios y su pueblo.
Estas son las palabras del Papa Ratzinger: “Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de «patio de los gentiles» donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia. Al diálogo con las religiones debe añadirse hoy sobre todo el diálogo con aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido.”
El diálogo con el complejo mundo del ateísmo ha pasado por diversas etapas. Siempre ha sido un desafío de difícil concreción, por no decir imposible.
Ya Pablo VI, en el último capítulo de su encíclica Ecclesiam suam, reconocía estas dificultades de fondo con su característica lucidez (cf. Ecclesiam suam 92-98). Entre otras cosas, el Papa tenía en su corazón a la Iglesia del silencio, hostilizada precisamente por regímenes que habían hecho del ateísmo una razón de estado. Sin embargo, anotaba el Papa Montini: “Para quien ama la verdad, la discusión siempre es posible” (Ecclesiam suam 95).
“Para quien ama la verdad”. A mi criterio, este es precisamente el punto de partida de la nueva iniciativa, porque nuevas son las condiciones, tanto dentro de la Iglesia como en algunos círculos de no creyentes. El Papa Ratzinger dice algo parecido, pero con otras expresiones: el diálogo es posible con aquellos para quienes Dios es un desconocido, pero que, no obstante esto, “no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido.”
A nadie se le oculta que las divergencias entre creyentes y no creyentes son hondas. En realidad, se trata de una sola: Dios, la cuestión misma de Dios. Precisamente aquí señala Benedicto XVI el campo del diálogo, es decir: de la palabra que se ofrece, del corazón y la inteligencia que se ponen a la escucha, de la voluntad de tomar en serio al otro.
Los creyentes nunca podemos olvidar que, incluso en su revelación, Dios permanece inefable. El Dios revelado es el Dios oculto, que habita en una luz inaccesible. El silencio de Dios forma parte de la experiencia religiosa genuina. Así lo testimonian los místicos, pero también la vida, la oración y el peregrinar en la fe de quienes no lo somos. Todos somos buscadores. Es un punto en común con quien no cree en Dios.
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