Una Iglesia preocupada de sí misma es inservible. Una organización, de las tantas que existen, de la que se puede prescindir sin mayores consecuencias.
El gran Papa Pablo VI declaró sencillamente: la Iglesia existe para el Evangelio, para evangelizar. Este es su gozo y su razón de ser: anunciar a todos los hombres el reinado de Dios en Jesucristo.
Dios, Jesucristo, los hombres y su salvación. Estos son los grandes temas de la Iglesia. No ella misma. Otro modo de expresarlo: el desafío más importante de la Iglesia hoy, como lo fue ayer y lo será mientras exista esta historia, es sencillamente la fe.
Nuestra razón de ser es hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que los corazones se abran a la acción de Dios. Nos toca sembrar.
A una comunidad cristiana que siembra la buena semilla de la Palabra de Dios no le faltará la acción fecunda del Espíritu.
“Con frecuencia nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, lamentablemente, es cada vez menos realista. Se ha puesto una confianza tal vez excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y funciones, pero ¿qué pasaría si la sal se volviera insípida?” (Benedicto XVI en Lisboa, 11 de mayo de 2010).
Los tiempos que vivimos nos están urgiendo volver a lo esencial de las cosas: Dios, Jesús, los hombres, la fe. O, como dijo Jesús a María de Betania: “Lo único necesario”.
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