Desde hace 19 años la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes concuerda con la Jornada Mundial del Enfermo.
Fue una iniciativa del Papa Juan Pablo II que, precisamente el 11 de febrero de 1984, había publicado su Carta Apostólica Salvifici doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento. Detrás del texto estaba la experiencia del Papa Wojtyla que, a partir del atentado sufrido de 1981, hizo del propio sufrimiento una cátedra desde la cual habló a la Iglesia y al mundo.
Es uno de los aspectos de la santidad de Juan Pablo II que seguramente volveremos a meditar acercándonos al día de su beatificación.
Como toda realidad humana, el misterio del sufrimiento humano solo se esclarece en la Persona de Jesucristo, en su pascua de muerte y resurrección. “Al resucitar -escribe Benedicto XVI en su Mensaje- el Señor no eliminó el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los venció de raíz. A la prepotencia del mal opuso la omnipotencia de su Amor. Así nos indicó que el camino de la paz y de la alegría es el Amor: «Como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34).”
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Hace unos pocos días, conversando con una niña que apenas había traspuesto los diez años de vida, pero que estaba ya fuertemente probada por la enfermedad, quedé sorprendido ante una afirmación suya. Al comentarle que, después de estar con ella, tenía que visitar a un anciano enfermo, sencillamente me dijo: “Dígale de mi parte que la enfermedad es una prueba que Dios nos envía”. Repito: me sorprendió, dejándome en silencio. Creo que solo atiné a decir un tímido: “sí”.
Es verdad. La frase: “Dios envía la enfermedad como una prueba” es, desde un punto de vista teológico, muy problemática. Está cerca de la imagen pagana del Dios que castiga o que envía sufrimientos por motivos dudosos. Nada más lejos del Dios cristiano.
Sin embargo … Es bueno tener presente que las palabras dicen, pero también esconden verdades. Mucho más si estas verdades tienen que ver con las experiencias humanas más hondas.
Y aquí estaba expresándose la experiencia de Dios de una niña. No por nada, Jesús dijo que quien quiera entrar en el Reino de los cielos debe hacerse niño. De cara Dios las palabras son más bien tímidos balbuceos que evocan el misterio. “Como un niño en brazos de su madre”, al decir del salmo.
La frase de aquella niña era un eco del evangelio del sufrimiento, en cuyo centro está Jesús, el Hijo que compartió nuestra suerte, que nos ha mostrado así la compasión de Dios que redime al hombre.
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