En este día del "Sagrado Corazón de Jesús", tres puntos para meditar:
El primero, directamente del evangelio de hoy: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,28-30). De estas palabras de Jesús, la piedad popular ha inventado dos brevísimas y certeras jaculatorias: “Jesús, manso y humilde de corazón: ¡dame un corazón semejante al tuyo!”, y también: “Sagrado Corazón de Jesús: en vos confío”. Vivir la vida con Jesús: nosotros en él y él en nosotros. Nada de lo nuestro le es extraño. Nada se le escapa. Está donde yo y vos estamos. Desde ese preciso lugar, lo invocamos. Con él caminamos en la vida.
El segundo, del discurso de Benedicto XVI al entregar el "Premio Ratzinger" a tres teólogos: "Dios no es un objeto de la experimentación humana. Él es Sujeto y se manifiesta solamente en la relación personal (de persona a persona): lo cual forma parte de la esencia de la persona". La fiesta de hoy es, a la vez, muy popular y hondamente teológica. Dios, en Cristo, abriendo su corazón: se da, se entrega, se ofrece al reconocimiento libre de los hombres.
El tercero, un pensamiento mío, a la luz de lo anterior: nuestra fe es una gozosa afirmación, un "sí" que se grita, que se canta y que, por lo mismo, no puede ocultarse.
En la segunda lectura de hoy está aquel versículo de San Pablo a los romanos que -permítanme el recuerdo personal- pusimos el día de nuestra ordenación sacerdotal: "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?" (Rom 8, 35).
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