Gesto sacerdotal: el Papa impone las manosen la ordenación |
Si me preguntan qué significa, para mí, ser sacerdote, lo primero que se me viene a la mente es la palabra: “instrumento”.
No estoy intentando una definición teológica. Quiero encontrar palabras para lo que vivo. Porque el sacerdocio forma parte de mi identidad profunda como este hombre concreto que es Sergio Buenanueva. No podría decirlo de otro modo: “me siento sacerdote, pastor, cura… instrumento de Cristo”.
Algunos años atrás no hubiera usado esta palabra. Entonces, sí, tenía mucha teología en mi cabeza. “Instrumento” suena a cosa. Una palabra “despersonalizante”. Así me enseñaron, así lo aprendí y así lo repetía.
Mucha teología en la cabeza. Más que los años de vida sacerdotales. Ahora, con veinte años de vivir como sacerdote, creo que puedo hablar un poco más desde mi propia existencia.
Vuelvo a lo mismo, a la misma palabra: instrumento en las manos de Cristo. En realidad, creo que ahora aprecio mejor la buena teología que, humilde pero certeramente, recurre a esta expresión para hablar del ministro de los sacramentos, el sacerdote: instrumento en las manos de Cristo, que es quien bautiza, perdona, consagra, etc.
Para mí, ser sacerdote es ser instrumento de Cristo resucitado, prestándole mis pobres brazos, pies y manos, mi boca y mis palabras: “Yo te absuelvo…” “Esto es mi Cuerpo… Este es el cáliz de mi Sangre…” “Palabra del Señor”.
En realidad, con esta palabra -ahora tan querida y sentida por mí- la teología habla incluso de la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, asumida por la Persona del Verbo para redimir a la humanidad, para abrir el corazón de Dios a los hombres. Y si vale para el Verbo encarnado…
Por todo esto, en mi oración, le pido a Jesús que me permita ser instrumento suyo. Que él obre, no yo. Que él hable, no yo. Que él haga lo que tenga que hacer.
A veces, mientras escucho a las personas que me confían sus cosas, suelo interiormente suplicar luz y asistencia del Espíritu. Pido ser un instrumento del Maestro interior, el Espíritu. Porque en el cariño sincero que las personas demuestran por el sacerdote, lo están buscando y reconociendo a él, al Señor. Ven al cura y reconocen al Pastor del rebaño. Quieren escuchar su voz.
En fin, aquí me detengo. Tengo la impresión de haber dicho poco. De seguir, seguiría dando vueltas en torno a lo mismo. Dije poco de lo mucho que rebosa dentro de mí.
He escrito esta meditación, al concluir la jornada de este viernes 1 de julio, Solemnidad del Sagrado Corazón, al retorno de unas confirmaciones. La celebración del Don del Espíritu es uno de los espacios donde más y mejor he experimentado lo que significa ser instrumento de Cristo.
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