En nuevo aniversario de este inmenso testigo de Cristo que es el Cardenal Van Thuan, dos testimonios suyos. Un video y un escrito.
TESTIMONIO
Me llamo Francisco Nguyen van Thuan y soy vietnamita...
Hasta el 29 de abril de 1975 fui, por ocho años, obispo de Nhatrang, en el
centro de Vietnam, la primera diócesis que me fue confiada, donde me sentía
feliz, y por la cual sigo sintiendo predilección. El 23 de abril de 1975 Pablo
VI me nombró arzobispo coadjutor de Saigón. Cuando los comunistas llegaron a
Saigón, me dijeron que mi nombramiento era fruto de un complot entre el
Vaticano y los imperialistas para organizar la lucha contra el régimen comunista.
Tres meses después fui llamado al palacio presidencial para ser arrestado: era
el día de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 1975.
Esa noche, durante el trayecto de 450 km que me lleva al
lugar de mi residencia obligatoria, vinieron a mi mente muchos pensamientos
confusos: tristezas, abandono, cansancio, después de tres meses de tensiones...
Pero en mi mente surge claramente una palabra que disipa toda oscuridad, la
palabra que Mons. John Walsh, obispo misionero en China, pronunció cuando fue liberado
después de doce años de cautiverio: “He pasado la mitad de mi vida esperando”.
Es una gran verdad: todos los prisioneros, incluido yo mismo, esperan cada
minuto su liberación. Pero después decidí: “Yo no esperaré. Voy a vivir el
momento presente colmándolo de amor”.
No es una inspiración improvisada, sino una convicción que
he madurado durante toda la vida. Si me paso el tiempo esperando quizá las
cosas que espero nunca lleguen. Lo único que con seguridad me llegará será la
muerte.
En el pueblo de Cay Vong, donde se me designó la residencia
obligatoria, bajo vigilancia abierta y oculta de la policía, “confundida” entre
el pueblo, día y noche me sentía obsesionado por el pensamiento: “¡Pueblo mío!
¡Pueblo mío que tanto amo: rebaño sin pastor! ¿Cómo puedo entrar en contacto
con mi pueblo, precisamente en el momento en que tienen más necesidad de su
pastor? Las librerías católicas han sido confiscadas; las escuelas, cerradas;
las religiosas y religiosos que enseñaban han sido enviados a trabajar a los arrozales.
La separación es un shock que me parte el corazón.
“Yo no esperaré. Voy
a vivir el momento presente colmándolo de amor; pero ¿cómo?”.
Una noche viene la luz: “Francisco, es muy simple, haz como
San Pablo cuando estuvo en prisión: escribía cartas a varias comunidades”.
Así fue como comenzó a escribir cartas que luego compusieron
los libros por él escritos.
La gracia de Dios me dio la energía para trabajar y
continuar, aún en los momentos de más desesperanza. El libro lo escribí de
noche en mes y medio, pues tenía miedo de no terminarlo: temía que me
trasladasen a otro lugar.
En el pasaje del evangelio que narra la multiplicación de
los panes y los peces, los apóstoles habrían querido elegir el camino más
fácil: “Despide a la gente para que busquen alojamiento y comida...” Pero Jesús
quiere actuar en el momento presente: “Dadles vosotros de comer” (Lc 9, 13). En
la cruz, cuando el ladrón le dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu
Reino”, Jesús le dijo: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc
23, 42-43). En la palabra “hoy” sentimos todo el perdón, todo el amor de Jesús.
Una vez, la Madre Teresa de Calcuta me escribió: “Lo
importante no es el número de acciones que hagamos, sino la intensidad del amor
que ponemos en cada acción”.
¿Cómo llegar a esta intensidad de amor en el momento
presente? Pienso que debo vivir cada día, cada minuto, como el último de mi
vida. Dejar todo lo que es accesorio, concentrarme sólo en lo esencial. Cada
palabra, cada gesto, cada conversación telefónica, cada decisión es la cosa más
bella de mi vida; reservo para todos mi amor, mi sonrisa; tengo miedo de perder
un segundo viviendo sin sentido...
Escribí en el libro El
camino de la esperanza: “Para ti el momento más bello es el momento
presente (cf Mt 6, 34; St 4, 13-15). Vívelo en la plenitud del amor de Dios. Tu
vida será maravillosamente bella si es como un cristal formado por millones de
esos momentos. ¿Ves como es fácil?” (El camino de la esperanza, 997).
Queridos jóvenes, en el momento presente Jesús os necesita.
Juan Pablo II os llama insistentemente a hacer frente a los retos del mundo
actual: “Vivimos en una época de grandes transformaciones, en la que declinan
rápidamente ideologías que parecía que podían resistir el desgaste del tiempo,
y en el planeta se van modificando los confines y las fronteras. Con frecuencia
la humanidad se encuentra en la incertidumbre, confundida y preocupada (cf Mt
9, 36), pero la Palabra de Dios no pasa; recorre la historia y, con el cambio
de los acontecimientos, permanece estable y luminosa (Mt 24, 35). La fe de la
Iglesia está fundada en Jesucristo, único Salvador del mundo: ayer, hoy y
siempre (cf Hb 13, 8)” (Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de
la Juventud, 1997, n. 2.).
Preso por Cristo
Jesús,
ayer por la tarde,
fiesta de la Asunción de María, fui arrestado.
Transportado
durante toda la noche de Saigón hasta Nhatrang, a cuatrocientos cincuenta
kilómetros de distancia, en medio de dos policías, he comenzado la experiencia
de una vida de prisionero.
Hay tantos
sentimientos confusos en mi cabeza: tristeza, miedo, tensión;
Con el corazón
desgarrado por haber sido alejado de mi pueblo.
Humillado, recuerdo
las palabras de la Sagrada Escritura: “Ha sido contado entre los malhechores”
(Lc 22, 37).
He atravesado en
coche mis tres diócesis: {Saigón, Phanthiet, Nhatrang, con profundo amor a mis
fieles,
Pero ninguno de
ellos sabe que su pastor está pasando la primera etapa de su via crucis.
Pero en este mar de
extrema amargura, me siento más libre que nunca.
No tengo nada, ni
un céntimo, excepto mi rosario y la compañía de Jesús y María.
De camino a la
cautividad he orado: “Tú eres mi Dios y mi todo”.
Jesús,
ahora puedo decir
como san Pablo: “Yo, Francisco, prisionero de Cristo” (Ef 3,1)
En la oscuridad de
la noche, en medio de este océano de ansiedad, de pesadilla, poco a poco me
despierto: “Debo afrontar la realidad”.
“Estoy en la
cárcel. Si espero el momento oportuno de hacer algo verdaderamente grande,
¿cuántas veces en mi vida se me presentarán ocasiones semejantes?
No, aprovecho las
ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera
extraordinaria”.
Jesús,
no esperaré; vivo
el momento presente colmándolo de amor.
La línea recta está
formada por millones de puntitos unidos entre sí.
También mi vida
está integrada por millones de segundos y de minutos unidos entre sí.
Dispongo
perfectamente cada punto y mi línea será recta.
Vivo con perfección
cada minuto y la vida será santa.
El camino de la
esperanza está enlosado de pequeños pasos de esperanza.
La vida de
esperanza está hecha de breves minutos de esperanza.
Como Tú, Jesús, que
has hecho siempre lo que le agrada a tu Padre. Cada minuto quiero decirte:
Jesús, te amo; mi vida es siempre una “nueva y eterna alianza” contigo.
Cada minuto quiero
cantar con toda la Iglesia:
Gloria al Padre y
al Hijo y al Espíritu Santo...
Residencia
obligatoria
Cay-Vong (Nhatrang,
Vietnam Central),
16 de agosto de
1975,
día siguiente a la
Asunción de María
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