Se trata
de los ecos que resuenan en el alma. Porque hay cosas que tocan lo intangible,
lo que expresamos con esa bellísima palabra: el alma.
Este fin
de semana me han conmovido varias cosas.
Ya empecé
mal: no son “cosas” sino personas: María, Jesús, los niños, los jóvenes, los
curas …
* * *
Primer eco: los niños
El sábado
1 de octubre, por la mañana, alrededor de 300 chicos de catequesis se reunieron
en el Colegio “Santo Tomás de Aquino” para tener “su” momento con María.
Lo
prepararon los jóvenes de Acción Católico, ayudados por algunos exalumnos de
Don Bosco que tienen un grupo musical.
Por supuesto,
hubo canciones, juegos, mucho color y alegría. Son niños: energía en estado
puro.
Los chicos
de la Parroquia “Asunción de la Virgen” prepararon una breve representación.
Terminamos
con una breve caminata -murga incluida- hasta el Santuario de la Virgen del Rosario.
Le “obligamos”
a la Virgen a abrirnos la puerta. Salió su imagen, hasta colocarse bien entre medio
de los chicos. Después entramos todos a la casa de María.
Allí
oramos, cantamos, escuchamos la Palabra. Si afuera había habido mucha
algarabía. Aquí reinó el silencio reposado y sereno.
Terminamos
con la “entrega confiada” de los chicos a la Virgen del Rosario.
¿Por
qué hicimos esto? Porque queremos que el amor a María del Rosario eche raíces
en el corazón de los chicos. Un corazón que está abierto a todo lo verdadero,
bueno y bello. Esas tres cosas se realizan en María. ¿Quién lo duda?
A la
tarde me dí cuenta que ese día, 1º de octubre, es la memoria de Santa Teresa
del Niño Jesús. El evangelio es aquel de “hacerse como niños”. Estábamos en
buenas manos. En muy buenas manos.
* * *
Segundo eco: los jóvenes (y Jesús)
La
Fiesta Patronal Diocesana es de los jóvenes. La han conquistado. O los ha
conquistado María. Esas son cosas que sabe hacer nuestra Señora. Nosotros -tan
serios y organizados- somos convidados de piedra. ¡A Dios gracias!
Lo
cierto es que, sin excluir a los adultos, esta Fiesta de María es la Fiesta de
la Iglesia joven. Creo que Dios nos está señalando cuáles son sus prioridades
pastorales. ¡A ver si le hacemos caso!
Quiero
contar esto, que me llegó al alma. Me conmovió profundamente.
Según lo
planeado, a las 15:40 realizamos la Procesión con el Santísimo Sacramento.
Desde un poco antes de las 15:00 yo estaba en los camarines del Anfiteatro,
donde se había improvisado una capilla. Estaba solo con el Señor.
Pocas
veces he rezado tanto. Le pedía a Jesús que tocara el corazón de los jóvenes
que estaban afuera. Que los cuidara, que les permitiera conocer la verdad de su
Palabra. Que los hiciera, de verdad, discípulos suyos …
En un
momento, los animadores de la Fiesta subieron la temperatura de los aplausos,
cantos y -digámoslo claro- de los gritos. Yo pensaba para mis adentros: “Ay,
con este clima tengo que llevar el Santísimo. Dios nos ayude”.
Tendría
que haberme acordado de una cosa que suele decirme mi madre: “Vos serás muy
sacerdote, pero no tenés confianza en Dios”. Tómala.
Y así
fue. Apenas salí con el Santísimo de la capilla improvisada, en la zona de los
camarines se hizo un silencio impresionante.
A
medida que avanzaba, el silencio parecía crecer y hacerse -no sé cómo
expresarlo- ¿más profundo? ¿más elocuente? ¿más sonoro? Todo eso.
Se me
hizo un nudo en la garganta. Cada tanto, el P. Carlos Salomone (encargado de la
Pastoral juventud) se acercaba para ver cómo estaba, porque la Custodia que
llevaba es bastante pesada. Me temblaban los brazos, pero de emoción.
Yo no
podía ver mucho, porque iba entre dos chicos con antorchas, y con el Santísimo
delante de mis ojos. Pero veía a la gente arrodillarse al paso del Señor.
Cuando
pasé por el sector donde estaban los curas con los diáconos, ministros y seminaristas,
la oración tuvo una intensidad particular. Cristo y sus amigos, los que él
eligió con “amor de hermano”, como dice la liturgia.
“Cristo
convence”, escribió una vez Urs von Balthasar. Es verdad. Toca realmente el
alma y la vida de las personas. Jesús en la Eucaristía lo hace de un modo
propiamente divino. El mismo es su propio signo de credibilidad. Es luz que se
difunde por sí misma.
Esa impresionante
multitud de jóvenes siguiendo en silencio el paso de Jesús fue como una escena
salida del Evangelio; aquellas que narran precisamente a Jesús rodeado de una
multitud que lo mira y lo escucha.
Nosotros
somos humildes servidores de ese misterio de Dios que busca a los suyos con
amor de amigo y pasión de esposo.
* * *
Tercer eco: las cosas
de Dios
Preparar y realizar la Fiesta patronal diocesana es una
empresa enorme. Ya en marzo comienzan los preparativos. El Equipo trabaja como
hormigas. Son gente de fierro. Dios seguramente les recompensará todo el amor a
María y a la Iglesia que los moviliza.
Una cosa que hemos ido aprendiendo, y que este año se me ha
hecho más patente, es que no se necesitan demasiadas complicaciones para
celebrar la fe.
Una vez Jesús contó un par de parábolas, que aquí vienen al
caso. Una de ellas es aquella del hombre que echa una semilla en la tierra, y
crece por sí sola. La cuenta San Marcos 4,26-29. Las otras son las de la
semilla de mostaza que se convierte en un gran árbol y la de la señora que pone
un poco de levadura que levanta toda la masa (cf. Mt 13, 31-33).
El reino de Dios es “de Dios”, no hay vueltas que darle. Es
suyo en un sentido único, exclusivo y original. Es “su” obra en el mundo. Y
Dios obra cuando quiere, como quiere y donde quiere, adonde lo lleva su amor.
Vuelvo a lo mismo de recién: somos servidores de este
misterio del amor humilde de Dios que no necesita mucho para hacerse notar.
El primer domingo de octubre nos reunimos para orar, para
cantar y celebrar. Escuchamos la Palabra, hacemos silencio ante el misterio de
Dios hecho hombre. Juntamos las manos y ponemos nuestra vida entre las manos de
María. En el momento culminante de la jornada, llevamos pan y vino para el
sacrificio. Vuelven a nosotros convertidos en el Pan de la vida y la Sangre de
la Nueva Alianza.
Así son las cosas de Dios: humildes, silenciosas, reales y
transformantes.
María es signo de todo esto. Ella misma es obra de Dios:
toda de Dios y toda de nosotros, como dice un hermoso canto.
Estos son algunos de los ecos de lo que hemos vivido en
torno a la fiesta de María del Rosario, la Virgen del Evangelio escuchado y
orado.
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