La Iglesia no es
ni pretende ser un agente político, suele repetir Benedicto XVI.
¿Su misión? Mostrarnos
el camino hacia Dios; enseñarnos el primado del amor a Dios (“con todo el
corazón …”) y del amor al prójimo (“como a nosotros mismos … como Él [Cristo] nos
amó”).
Sin embargo, no
hay mayor revulsivo político que el primer mandamiento de la Ley: Sólo Dios es
Dios; Él es único: no tendrás otro Dios más que el Señor; sólo a Él adorarás.
Si la misión de
la Iglesia se concentra en esto -como hizo Jesús con el anuncio del reino- todo
lo demás vendrá por añadidura.
También la pasión
y la cruz.
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