Querido hermano y hermana en Cristo:
La paz del Señor esté siempre con vos.
El domingo 7 de octubre próximo celebraremos la Fiesta
patronal diocesana en honor a Nuestra Señora del Rosario, patrona de Mendoza.
Como en años anteriores, ofrezco algunas reflexiones
sencillas sobre el lugar de María en nuestra vida cristiana, con la finalidad
de ayudarnos a preparar espiritualmente la Fiesta de la Virgen. Espero que sean
de provecho.
En esta primera carta, quisiera centrar la atención en la
figura de María como la discípula del Señor.
María nos enseña a convertirnos en discípulos de Jesús. Nos guía hacia el encuentro con Él en la fe. Y puede hacerlo, porque ella ha vivido como nadie la fe, la obediencia a Dios, la escucha atenta de la Palabra y la contemplación de los misterios de Cristo. Ha sido su más perfecta discípula.
Tanto en la gran escena de la Anunciación como en el resto
de los pasajes evangélicos en los que aparece, María se destaca como mujer
fuerte, inteligente y buscadora incansable de Dios. Vive aquella actitud de
fondo que es permanecer en vigilante escucha de la Palabra. Escucha y confía.
Realiza así el ideal más alto de la espiritualidad del pueblo de Israel: la
obediencia a la Palabra de Dios.
El relato de la visita de María a Isabel nos pinta de cuerpo
entero el alma religiosa de Nuestra Señora. Isabel la declara “feliz por haber
creído” (Lc 1,45). María entona entonces
el Magnificat. Comenta hermosamente el Documento de Aparecida en el nº 271:
“El Magnificat “está enteramente tejido por
los hilos de la
Sagrada Escritura , los hilos tomados de la Palabra de Dios. Así se
revela que en Ella la Palabra
de Dios se encuentra de verdad en su casa, de donde sale y entra con
naturalidad. Ella habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se le hace
su palabra, y su palabra nace de la
Palabra de Dios. Además así se revela que sus pensamientos
están en sintonía con los pensamientos de Dios, que su querer es un querer
junto con Dios. Estando íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, Ella
puede llegar a ser madre de la
Palabra encarnada”
María ha sido tierra fértil, en la que Dios ha sembrado su
Palabra. Ha dado así el fruto más precioso: el Verbo encarnado, acogido primero
en la fe y después en su propio vientre de madre virgen.
En este año en que hemos tratado de contemplar la siembra de
Dios en nuestra Iglesia diocesana, María aparece como la realización más
lograda de lo que nuestra Iglesia aspira ser: campo fértil en el que semilla de
la Palabra dé el fruto más abundante que es la fe.
A la luz de todo esto, les propongo tres pensamientos para
reflexionar y meditar:
1. Vivimos
tiempos complicados. En muchas ocasiones no sabemos bien qué camino tomar; nos
preguntamos: ¿dónde está la verdad? ¿Qué es error, engaño o mentira? Muchas
voces saturan los oídos.
Guiada por el Espíritu Santo, la Iglesia ha puesto
nuevamente las Sagradas Escrituras en nuestras manos. Cada uno puede tener la
experiencia personal de escuchar la voz de Cristo, en la medida en que logramos
un trato asiduo, cotidiano, cordial y creyente con la Palabra. También nosotros
estamos aprendiendo a escuchar y a confiar en Dios como lo hizo María. La escucha
de la Palabra de Dios es prioritaria en la vida de un discípulo misionero de
Cristo.
Es muy consolador ver a los jóvenes, por ejemplo, abrir con
fe el libro de la Palabra, pedir el don del Espíritu que abre el corazón, y
leer el texto bíblico buscando luz para la propia vida. Es la lectura orante de
la Escritura, que la Iglesia recomienda con tanta fuerza. Allí donde se
practica, está dando tantos frutos de vida cristiana. Allí está surgiendo la
nueva evangelización. De este contacto asiduo con la Palabra depende, en gran
medida, el futuro de nuestra fe. ¡Dejémonos sembrar por Dios!
Una pregunta para reflexionar: ¿Qué lugar ocupa la lectura orante
de la Escritura en mi vida cotidiana?
2. Mi segunda
reflexión es, en realidad, una propuesta: redescubrir el Rosario como un medio
para repasar el Evangelio con el corazón y los ojos de María. Pienso con
gratitud que el Pueblo de Dios, sobre todo los sencillos, han ido madurando su
fe y confianza en Dios, precisamente con el rezo del Rosario. En algunas
ocasiones, esta oración alcanza una profundidad de fe enorme: por ejemplo,
cuando lo rezamos acompañando el dolor de quienes han perdido un ser querido.
El Rosario es una oración joven: quien se deja guiar por
María encuentra en él una fuente de su propia espiritualidad como discípulo de
Jesús e hijo de la Iglesia. Un modo muy hermoso y profundo de rezar el Rosario
es unir a cada misterio una breve lectura evangélica que nos ayude a centrar la
mirada de fe en el misterio que contemplamos. En fin: la creatividad nos
inspire para redescubrir la fuerza del Rosario de María.
Una pregunta para reflexionar: ¿Has podido incorporar el Rosario a
tu vida personal de oración? ¿Qué te atrae más del Rosario? Si no sabés rezar
el Rosario ¿Por qué no pedís que te enseñen?
3. La Iglesia es
la casa de la Palabra. La Biblia ha surgido de la fe viva de un pueblo que ha
sido inspirado por Dios a poner por escrito su propia experiencia de Fe. La
Biblia ha nacido de la fe de la Iglesia, no ha caído del cielo. Es la Iglesia la
única que puede enseñarnos a escuchar y a comprender las palabras de Dios para
nosotros. Esto vale, sobre todo, para la Palabra de Dios por excelencia: Cristo,
el Verbo de Dios hecho carne en el seno de María. La comunidad cristiana es
lugar de encuentro con Jesucristo. Esto acontece de modo más profundo cuando se
proclama la Palabra en la celebración litúrgica, el momento más intenso de la
vida cristiana: Dios habla a su pueblo.
Misión de la Iglesia es introducir a los creyentes en el
misterio de la Palabra acogida con fe, como lo hizo María. Soñamos que cada una
de nuestras comunidades (parroquias, colegios, movimientos y asociaciones) sea,
a su manera y según su propia identidad eclesial, lugar de encuentro con la Palabra,
y que toda la pastoral de nuestra diócesis esté animada e inspirada en la
Palabra de Dios.
Una pregunta para reflexionar:
¿Qué paso podemos dar para que nuestra comunidad eclesial sea más efectivamente
lugar de encuentro con Cristo a través de su Palabra?
Hasta aquí estas primeras reflexiones. Espero que los ayuden
a preparar el corazón para vivir juntos la Fiesta de la Virgen del Rosario.
Este año, en consonancia con el camino pastoral de la Diócesis, queremos
contemplar a María como el campo fecundo en el que Dios sembró su Palabra. Por
eso el lema de la Fiesta (“Mujer: bendito
el fruto de tu vientre”) es un saludo gozoso a la Virgen Madre que, por su
fe y obediencia a la Palabra, ofreció su vientre para que germinara la
Encarnación.
Con mi bendición,
+ Sergio
O. Buenanueva
Obispo auxiliar
de Mendoza
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