Muchos de mi generación hemos crecido en la conciencia cristiana y ministerial, acompañados por los escritos del Cardenal Martini. La mayoría de ellos, reflejo de sus retiros o momentos en los que, cumpliendo el ministerio propio de los obispos, guiaba la lectio divina de algún texto de la Palabra de Dios.
De ahí que, en el momento de su Pascua, muchos pongan en el acento en la escucha de la Palabra, como el núcleo de su persona, de su ministerio y de su enseñanza.
Hizo de la escucha de la Palabra el centro de su ministerio. Aprendió a escuchar la Palabra de Dios, y enseñó a otros a escucharla con una fe viva.
De ahí que también haya sido un hombre de la escucha, también de cara al mundo.
Su exquisita formación intelectual como exégeta y biblista lo preparó para vivir el ministerio episcopal en la escucha de la Palabra, en medio de la metrópolis que le tocó guiar por más de veinte años. Él mismo tuvo la ocasión de agradecer a la Iglesia ambrosiana de Milán el haber aprendido nuevas dimensiones de la escucha de la Palabra, precisamente en el contexto complejo y cosmopolita de la Milán moderna.
En suma: un contemplativo que encontró en la apertura a la voz de Dios el secreto para estar también abierto a la escucha de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los más alejados u hostiles a la Iglesia y al Evangelio.
Nosotros, a la vez que oramos por el descanso eterno de su alma, agradecemos a Dios por este testigo del Evangelio. Un buen testimonio de lo que es la nueva evangelización.
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