Queridos amigos: es bueno que no ocultemos ni lo
uno ni lo otro. Nos acompañamos en el dolor porque compartimos nuestro amor por
“el Vladi.
Que la Palabra de Dios que acabamos de escuchar
nos ilumine y consuele. Es una Palabra llena de vida y del Espíritu de Jesús.
En el evangelio hemos escuchado a Jesús rezar al
Padre ante la inminencia de su pascua. Reza por los suyos, aquellos que el
mismo Padre le había confiado para que les manifestara su santo Nombre.
¿Qué pide para ellos?
Una sola cosa: “Quiero que los que tú me diste
estén conmigo donde yo esté”.
Jesús mismo había declarado poco antes: “El que
quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El
que quiera servirme, será honrado por mi Padre” (Jn 11,26).
En la amistad con Jesús está todo lo que podemos
pedir y desear. Esa es la vida verdadera que comienza, entre luchas y tentaciones,
aquí en la tierra. Se consuma en el cielo, donde Jesús nos introducirá en la
gloria del amor de Dios.
Pienso que “el Vladi” fue conquistado por esta
oración de Jesús. En primer lugar, porque él mismo encontró en la amistad con
el Señor el secreto de su vida.
Pero hay más. Jesús suele compartir con algunas
personas sus sentimientos más profundos. Cada tanto nos regala hombres y
mujeres que se unen de tal manera a Jesús, que se sus vidas son transparentes:
traslucen en su mirada, en sus palabras y, sobre todo, en sus gestos, la
persona misma de Jesús.
La oración de Jesús ha sido también la oración del
Padre Vladimiro. Él ha orado así, sobre todo por sus queridos jóvenes.
Lo sigue haciendo ahora, unido más que nunca a
Jesús, en la espera de la resurrección: “Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo
donde yo esté… Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para
que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos” (Jn 17,24.26).
La
noticia de su partida ha sido una de las más comentadas en los diarios de Mendoza.
He leído con atención lo que mucha gente ha escrito sobre él, conmovida pero
con la lucidez que da el amor.
La
experiencia de contacto con “el Vladi”, las más de las veces en la propia adolescencia,
ha sido el encuentro con un hombre que les ha mostrado el amor de Cristo.
¿Se
puede decir algo más?
La
vida mortal del Padre Vladimiro ha sido una fiesta.
Por
donde él ha pasado, ha dejado esa sensación de que la vida merece ser vivida;
que cada persona es un hijo/hija de Dios con una altísima dignidad; que Dios
solo sabe amar y perdonar; que no hay tormenta que oculte definitivamente el
sol en la vida de las personas. Y podríamos seguir.
El
profeta nos dice que Dios prepara una fiesta para su pueblo. Que Él vencerá la
muerte y enjugará cada una de nuestras lágrimas. Esa es su promesa y su palabra
de verdad.
Se
ha cumplido en Jesús, y nosotros lo hemos podido ver en la vida del querido
Padre Vladimiro.
Lo
estamos experimentando ahora mismo, en esta liturgia pascual con la que despedimos
los restos mortales del Padre Vladimiro Rossi, entregándolos a la tierra.
Tenemos
la esperanza de que Vladi esté ahora de fiesta con Jesús en el cielo. En medio
de nuestro dolor, sentimos que es así. La alegría de esa fiesta nos alcanza
también ahora, y Vladimiro sigue haciendo -por Cristo, con Él y en Él- lo que
vimos que hacía en su vida mortal: sembrar esperanza, llenar el corazón de
alegría y, por eso mismo, educar en el sentido más profundo que tiene esa
palabra.
Querido
Vladi:
Bajo la mirada tierna de Nuestra Señora de los
Dolores (la que permanece al pie de la cruz), nosotros contemplamos tu frágil
cuerpo, al que veneramos porque fue santificado por el Espíritu.
Damos gracias por tu persona, por tu sacerdocio, por
el modo como viviste el carisma de San Leonardo Murialdo, por tu amor puro y
sincero a tantos jóvenes, muchos de ellos hoy hombres y mujeres adultos, que
siguen reconociéndote como padre y amigo, compañero de la vida.
No te olvidarán, y no dejarán caer en saco roto todo
lo que les diste. Esperan un día rencontrarse con vos en el Oasis del cielo,
donde Jesús calma la sed de los peregrinos.
Esta Iglesia diocesana te despide como a uno de sus
mejores hijos.
Pide para vos la luz eterna en el cielo.
Suplica también tu misma fe, tu misma alegría y tu
mismo fuego para proseguir, hasta que el Señor lo quiera, la misión de mostrar
el rostro misericordioso de Dios a todos los hombres y mujeres de nuestra
tierra.
Descansa en paz. Amén.
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