¿Se podría sintetizar así uno de los mensajes más fuertes del Concilio?
Estoy convencido que es así.
Algunos ya conocen la anécdota. El 11 de octubre de 1962, L'Osservatore romano salió a la venta con un número especial: ese día, el Papa Juan inauguraba el Concilio Ecuménico. En la portada, dominaba una foto del Papa felizmente reinante. En la parte inferior, el epígrafe decía: "Ecclesia, lumen gentium" (La Iglesia: luz de las naciones).
La expresión "Lumen gentium" se mantuvo. Sin embargo, hubo un cambio fundamental: no ya la Iglesia, sino Cristo. Porque Él es la luz de las naciones. Solo Cristo.
Aquí está el núcleo de la reforma que el Concilio puso en marcha, y que nos tiene a nosotros como responsables y protagonistas.
En el inmediato posconcilio, sin embargo, la atención volvió a ponerse en la Iglesia. Se encendieron poderosísimas fuerzas centrífugas de disgregación. Una Iglesia centrada en sí misma se muere.
Hoy, gracias a la admirable labor de tantos silenciosos obreros, entre los que se destacan Pablo VI, el beato Juan Pablo II y, sin dudas, el Papa Benedicto XVI, la genuina intención del Concilio comienza a resplandecer con fuerza.
No se trata de hacer una Iglesia a nuestra medida, según nuestros cálculos y estrategias. Una Iglesia más o menos moderna, que le caiga bien al mundo moderno.
Nosotros no podemos hacer una Iglesia así. Obviamente, cada tanto aparecen estos proyectos utópicos. Siempre terminan mal.
De lo que se trata es que la Iglesia sea realmente de Cristo. Que dejemos a Cristo que Él edifique su Iglesia como Él ha querido: con su Palabra, con sus Sacramentos y con su divina Caridad.
En esa dirección obra el Espíritu Santo.
Lo demás es añadidura.
Volvamos a los textos conciliares, sobre todo a las tres grandes constituciones dogmáticas: Lumen Gentium, Dei Verbum y Sacrosanctum Concilium. De ellas surge la figura genuina de la Iglesia de la Trinidad, la Iglesia de Cristo, la Iglesia de la Palabra y la Eucaristía.
Esta es la Iglesia que pude entrar en diálogo con el mundo, como lo comenzó a diseñar Gaudium et spes.
La Iglesia es de Cristo, no nuestra.
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