lunes, 1 de octubre de 2012

María, camino de encuentro con Cristo


Querido hermano y hermana en Cristo:

La paz del Señor esté siempre con vos.

Espero sinceramente que mis anteriores cartas te estén ayudando a preparar tu participación en la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario.

Te he invitado a mirar a María como discípula que escucha la Palabra y como mujer de la reconciliación. Ahora, un paso más. Vamos a contemplar a María como “camino de encuentro con Cristo”.

El encuentro con el Señor es el acontecimiento que nos define como cristianos. Somos sus discípulos, porque Él nos salió al encuentro en el camino de la vida, nos mostró su Rostro y, así, nos conquistó el corazón. La fe es este encuentro con Jesús. Es el Amén gozoso que le damos al Señor que nos ha llamado por el nombre. Conocerlo y darlo conocer es nuestro gozo más grande.

Para destacar la belleza y centralidad de la fe como encuentro con Cristo, el Santo Padre Benedicto XVI nos ha convocado a celebrar un “Año de la Fe”. Comenzará el próximo 11 de octubre. La Diócesis está preparando un programa para que lo aprovechemos a fondo.

Nadie ha vivido la fe como María. Por eso, ella es nuestra mejor maestra espiritual en el camino del “Año de la Fe”. Puede ayudarnos a fortalecer y profundizar nuestra vida de fe, tanto a nivel individual como comunitario.

El beato Juan Pablo II, reflexionando sobre la experiencia de fe de los pueblos latinoamericanos, ha señalado que “María es un camino seguro para encontrar a Cristo”. Y añade: “La piedad hacia la Madre del Señor, cuando es auténtica, anima siempre a orientar la propia vida según el espíritu y los valores del Evangelio” (Ecclesia in America 11).

Los tiempos que vivimos son complejos y difíciles. Mirados desde la fe, podemos decir con esperanza: esta es la hora de María, la seguidora más radical y perfecta de Cristo. Esta es la hora de María que, con ternura y firmeza, nos conduce al encuentro con Cristo.

María nos enseña que el encuentro con Jesús por la fe se realiza en la Iglesia: Él es la cabeza y nosotros somos los miembros de su Cuerpo.

En la Iglesia escuchamos su Palabra, celebramos la divina Liturgia, nos enriquecemos con el testimonio de los santos, aprendemos a reconocerlo en los pobres, los excluidos y vulnerables. En la Iglesia misionera tenemos también la experiencia de encontrarlo cuando lo anunciamos con gozo a nuestros hermanos.

Este encuentro con Cristo en la Iglesia, tiene lugar, de manera privilegiada en la Eucaristía. Cada vez que celebramos la Misa, Cristo nos reúne en su Cuerpo; nos hace su Iglesia, su familia, su pueblo.

¿No es esto lo que vivimos, cada año, en la Fiesta de la Virgen del Rosario, cuando su bendita imagen recorre el Teatro griego y nos conduce a la gran Eucaristía presidida por el Obispo?

Quisiera proponerte, a partir de todo lo que venimos diciendo, tres puntos para reflexionar y una sugerencia para tu preparación inmediata a la Fiesta de la Virgen del Rosario.

1. La Eucaristía dominical: Ya habrás escuchado de aquellos primeros cristianos que fueron sorprendidos por la autoridad pública, celebrando la Eucaristía en el día del Señor. Estaba prohibido, y se lo recordaron. Ellos respondieron con sencillez: “Nosotros no podemos vivir sin el domingo”. Sufrieron el martirio por celebrar la Eucaristía dominical.

Te invito a meditar esta frase, y a hacer tuyo su mensaje, su enseñanza: “Nosotros -vos y yo- no podemos vivir sin el domingo”.

La Eucaristía dominical es momento privilegiado de encuentro con Cristo resucitado. En ella descubrimos que Cristo está vivo, nos reúne en su familia que es la Iglesia, y nos envía a los hermanos, especialmente a los más alejados, pobres y sufrientes. Realmente, los cristianos no podemos vivir sin la Eucaristía dominical.

2. La adoración al Santísimo Sacramento: La participación en la Eucaristía se prolonga en la adoración del Santísimo reservado en el Sagrario o solemnemente expuesto para la adoración pública.

Gracias a Dios, nuestras comunidades cristianas están recuperando esta tradicional práctica católica, y con mucho fruto. Te invito a experimentar en tu propia persona la belleza de permanecer en silenciosa actitud de alabanza y adoración ante el Señor en la Eucaristía. Con la Biblia en la mano, repasando con María las palabras del Señor y contemplando con sus ojos y su corazón al Cristo eucarístico.

3. Vivir eucarísticamente: La participación en la Eucaristía y la adoración nos impulsan a vivir una espiritualidad eucarística. A vivir según la Eucaristía que celebramos y adoramos.

¿Qué significa esto? Prolongar en nuestra vida cotidiana lo que hemos celebrado el Domingo: el sacrificio pascual de Cristo que se entregó a sí mismo por nosotros. El fruto de la Eucaristía es una vida transfigurada por el amor de Cristo.

María y los santos son los modelos a imitar: celebraron la Eucaristía y vivieron en coherencia con ella. Hicieron de sus vidas una ofrenda a Dios por su cercanía con los más pobres, por su servicio generoso, por su testimonio de la verdad, incluso hasta el martirio. Este es también un hermoso proyecto de vida para cada uno de nosotros: Vivir de acuerdo a la Eucaristía que celebramos.

Sugerencia: En la Eucaristía de la Fiesta patronal diocesana, y a días de iniciar el “Año de la Fe”, vamos a renovar nuestras promesas bautismales. ¿Te animás a prepararte para este momento? Te propongo algo muy sencillo: una oración inspirada en el Documento de Aparecida:


Jesús,
Maestro, Amigo y Salvador:
Quiero expresarte
la alegría de ser tu discípulo
y de haber sido enviado
con el tesoro de tu Evangelio.
Es la alegría de María, tu madre.
Ser cristiano no es una carga,
sino un regalo, un don, una bendición.
¡Cómo deseo que la alegría
de haberme encontrado con Vos,
llegue a todos los hombres y mujeres
heridos por la adversidad!

Conocerte, Jesús, es el mejor regalo
que puede recibir cualquier persona.
Haberte encontrado
es lo mejor que me ha ocurrido en la vida,
y darte a conocer,
con las palabras y con la vida,
es mi mayor alegría.
Creo en Vos, Señor Jesús,
con la fe de la Iglesia.
Con mis hermanos y hermanas
me dispongo a decirte:
Sí, creemos.
Aumenta, Señor, nuestra fe.
Amén.

Con mi bendición,
+ Sergio O. Buenanueva
Obispo auxiliar de Mendoza 

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