Con esta solemne
liturgia iniciamos la celebración anual de la Pascua cristiana. Iniciamos el
triduo pascual con Jesús y como Él: reunidos en comunión para celebrar el sacramento
de la Eucaristía.
Cuando lleguemos
al momento central de nuestra liturgia -la gran plegaria eucarística- voy a
invitarlos a elevar nuestros corazones y dar gracias a Dios Padre por Jesucristo.
Lo haré con estas palabras:
Él mismo, verdadero y único Sacerdote,
al instituir el sacrificio de la eterna
alianza
se entregó primero a sí mismo como víctima
de salvación,
y nos mandó ofrecerlo en su memoria.
Cuando comemos su Carne, inmolada por
nosotros,
somos fortalecidos;
cuando bebemos su Sangre, derramada por
nosotros,
somos purificados.
Lo que oramos es
lo que creemos. Esta es la fe de la Iglesia: lo que Dios nos ha revelado para
nuestra salvación.
Meditemos este
misterio.
* * *
Vivimos tiempos
difíciles, complejos y de gran confusión espiritual. Por eso mismo, tiempos
abiertos a la novedad de la fe.
La fe en Cristo
que profesa la Iglesia católica es luz en medio de las tinieblas; es la luz de
la verdad en medio de la mentira organizada de la cultura ambiente.
Por lo tanto,
queridos hermanos y hermanas cristianos, demos gracias a Dios por los tiempos
que nos tocan vivir, porque ellos nos ponen en la encrucijada de vivir nuestra
fe con radicalidad.
En el tiempo y en
la sociedad que vivimos: o somos cristianos genuinos, o no lo somos realmente.
Es cierto: hoy,
también la Iglesia está atravesada por la crisis que vive la humanidad. La
Iglesia católica vive una profunda crisis de fe. Una crisis que afecta, en
primer lugar, a sus pastores y consagrados, a sus hijos laicos más
comprometidos.
Muchas palabras,
muchas reuniones, muchas actividades, muchas reflexiones sobre los temas más
variados de índole social, político, económico o cultural. Pero la fe en Dios,
sencilla y luminosa, firme y concreta, parece languidecer o debilitarse, como
si de repente la roca adquiriera la consistencia de la gelatina.
Un signo de esta profunda
crisis espiritual es el abandono de la Eucaristía, especialmente de la Eucaristía
dominical.
Parece que ya no
hay tiempo ni ganas ni convicción de ir a Misa. La adoración de Dios viene sustituida
por el culto a otros ídolos: el partido de fútbol, el turismo, la asistencia a
un espectáculo o, sencillamente, el “dolce far niente”.
* * *
¡Qué
contradicción y, sobre todo, qué contrario todo esto a aquellos cristianos, de
todos los tiempos, que han hecho de la participación en la Misa el santo y seña
de su fe cristiana!
“Nosotros no
podemos vivir sin el domingo”, respondieron aquellos cristianos africanos de
los primeros siglos, sorprendidos por la autoridad pública mientras celebraban
la Eucaristía dominical que el emperador había prohibido.
“¡No podemos!”
vivir sin la Eucaristía. Por eso fueron conducidos a la muerte, al martirio. Es
decir: llegaron a ser testigos, con el derramamiento de su propia sangre, del
valor infinito que encierra el sacramento de la caridad que es la Eucaristía.
* * *
Queridos hermanos
y hermanas:
Preguntémonos
nuevamente: ¿cuál es el valor de la Misa? ¿Por qué la Eucaristía es tan
necesaria, o, mejor: tan imprescindible para la vida cristiana?
Hemos escuchado
con emoción los textos bíblicos de la liturgia de hoy. Ellos nos ayudan a
encontrar la respuesta justa, la respuesta de la fe que profesa la Iglesia
católica.
En la primera
lectura, tomada del libro del Éxodo, encontramos una primera respuesta: en
continuidad con lo que vivieron y experimentaron nuestros padres al salir de
Egipto, la Eucaristía de Jesús es sencillamente la “Pascua del Señor”.
Es decir: el
memorial perpetuo de su más impresionante acción salvadora: entonces la
liberación de la esclavitud de Egipto, hoy, para toda la humanidad: el
sacramento que hace presente la acción decisiva de Dios sobre el mundo: el
sacrificio pascual de Cristo, el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo.
Hemos escuchado
también a San Pablo en lo que algunos consideran el relato más antiguo de la
institución de la Eucaristía. Pero el texto paulino nos abre una ventana a la
celebración de la Eucaristía por las primeras comunidades cristianas.
Pablo declara: la
celebración de la Eucaristía no es una ocurrencia pastoral mía, surgida de
alguna reunión inteligentemente guiada. Es lo que el Señor nos dejó, viene de
Él, de la inventiva de su amor. Eso es lo que cuenta realmente: lo que Jesús
hizo y dijo en la última cena, lo que legó a los suyos, lo que Él ha puesto en
nuestras manos.
La Eucaristía es
el sacramento de la Tradición: nace del corazón del Señor y, de generación en
generación, se transmite en toda su belleza y novedad. La sagrada liturgia de
la Iglesia ha crecido orgánicamente como el ambiente y el medio en que se
realiza este misterio de amor y de tradición.
En la noche de la
traición, el Señor se entregó a sí mismo en la donación del pan partido y en la
oferta generosa del cáliz lleno de vino.
La Eucaristía es
el sacramento que contiene y hace presente el misterio de la entrega sacrificial
de Cristo, su amor hasta el extremo, como dice san Juan en la perícopa
evangélica apenas escuchada.
La santa
Eucaristía es el sacramento que contiene el servicio de Cristo al mundo: la
entrega de sí mismo al Padre para lavar los pecados de la humanidad. Por eso,
Jesús lavó los pies a los discípulos y, cuando Simón Pedro quiso impedírselo,
le dijo: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte” (Jn 15, 8).
Y nos lo sigue
diciendo a cada uno de nosotros, a la misma Iglesia, su esposa. Si Cristo no
nos lava no podremos compartir su suerte, no podremos entrara en comunión con
Él.
Vamos a la
Eucaristía para que Cristo nos lave con su amor, nos purifique con su Palabra y
nos renueve con la comunión de su Cuerpo y de su Sangre.
En la Eucaristía
se encierra toda la fuerza revolucionaria de Cristo para la vida del mundo.
Por eso, queridos
hermanos, si queremos seguir las huellas de Jesús y convertirnos también
nosotros en servidores de nuestros hermanos, acerquémonos con fe y devoción al
sacramento del altar, para hacer de él lo que Jesús quiso que fuera: el pan que
alimenta nuestro peregrinar por este mundo, en este tiempo y en el lugar que
nos ha tocado como vocación y misión.
Así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.