domingo, 21 de agosto de 2011

JMJ Madrid 2011: ¿Qué queda de todo esto?


He seguido la JMJ como he podido. Y he podido poco. Algunos reportes periodísticos. Las reseñas visuales de Rome reports u otros sitios confiables. Pero, sobre todo, los mensajes del Santo Padre Benedicto XVI.

¿Qué queda de todo esto?

Bueno, conociendo el paño (es decir: a B XVI), no podía ser sino una presentación vigorosa, estimulante y atractiva de lo que hace que el cristianismo sea siempre joven: Jesús, pero el Jesús real, el que vale la pena, el mismo que está en el centro de la fe de la Iglesia.

Este viejito nos ha mostrado al Viviente, a Jesús, el único que existe: el que está a la derecha del Padre y que camina con nosotros.

Repito: ese es el único que vale la pena. El Jesús que está en el centro de la liturgia y de la oración de la Iglesia. El que nos habla cuando escuchamos las Escrituras. El que nos habla y al que podemos hablarle.

Este viejito lo hace presente. Como hacía notar De Prada, parece que, además de los que tienen el corazón limpio para reconocer las cosas de Dios, son los demonios los que se dan cuenta de esta dinamita que el viejito lleva en su frágil humanidad. Por eso arremeten con todo contra él. Lo difaman y lo desfiguran. Reducen su mensaje a moralina inofensiva.

Y el viejito sigue adelante. Las puertas del infierno (el reino de la muerte) no podrán contra la Iglesia edificada sobre la fe de Simón Pedro.

El viejito tiene las cosas claras. No se pone en el centro. Se corre para que aparezca el Viviente. Le hace lugar, como el Precursor. Y lo hace con una naturalidad que refleja lo que los años han ido dejando en su alma de hombre, de creyente, de maestro y de pastor. Sabe con sabiduría que eso es lo que buscan los jóvenes, y lo que él ha venido a darles. 

Ahora dejémosle la palabra a este querido testigo de la fe, a quien he llamado cariñosamente: “viejito”. Viejito, sabio, bueno y transparente:

Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.

 Todavía más. Unas de las palabras que más me gustaron. Son del Via Crucis:

Queridos jóvenes, que el amor de Cristo por nosotros aumente vuestra alegría y os aliente a estar cerca de los menos favorecidos. Vosotros, que sois muy sensibles a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer. Las diversas formas de sufrimiento que, a lo largo del Vía Crucis, han desfilado ante nuestros ojos son llamadas del Señor para edificar nuestras vidas siguiendo sus huellas y hacer de nosotros signos de su consuelo y salvación. «Sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo» (ibid.).

Que sepamos acoger estas lecciones y llevarlas a la práctica. Miremos para ello a Cristo, colgado en el áspero madero, y pidámosle que nos enseñe esta sabiduría misteriosa de la cruz, gracias a la cual el hombre vive. La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor. La cruz en su forma y significado representa ese amor del Padre y de Cristo a los hombres. En ella reconocemos el icono del amor supremo, en donde aprendemos a amar lo que Dios ama y como Él lo hace: esta es la Buena Noticia que devuelve la esperanza al mundo.

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