Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús,
María y José.
Me ha quedado grabada una idea luminosa del P. Segundo
Galilea. Él decía que Jesús, en su camino humano, aprendió primero a ser hijo,
hermano y vecino; sobre este suelo maduró su caridad pastoral, su amor
redentor.
En todo caso, es una gran verdad para la vida de todos
nosotros. Los grandes amores que definen la vida de las personas maduran (o no)
en el seno de una familia.
La familia no es cualquier comunidad afectiva. Tiene un
rostro concreto e inconfundible, que la distingue de otras formas de
convivencia humana.
La naturaleza de la familia se define por una serie de
vínculos del todo concretos: ante todo, el amor y la entrega recíproca de un
hombre y una mujer; por el don completo de sí, llegan a ser padre y madre; los
hijos expresan la fecundidad de ese amor; el amor de los hermanos corona el
amor esponsal.
Hay familia donde se dan estos vínculos: esponsalidad, paternidad,
filiación y fraternidad.
¿La familia, hoy, está en crisis? Hay muchas razones de peso
para tener por legítima la opinión que lo afirma sin ambages. Sin embargo, a mi
entender, no hay que apresurarse a formular un juicio de tal magnitud.
La familia es una obra maestra del Creador. Del Dios “familia”
como escribió hace veinticinco años el beato Juan Pablo II.
Una obra de Dios inscrita en el ser mismo del hombre, varón
y mujer. Es indestructible. Tiene la firmeza de roca que tienen todas las obras
divinas. El pecado del hombre, con toda su insidia y perversidad, puede
deformar, debilitar, oscurecer. Nunca destruir.
Además, la familia ha sido redimida por la Sangre de Cristo.
El sacramento del matrimonio sana y eleva el amor humano de los esposos
cristianos, que queda asumido por el amor salvador de Cristo.
De cara a la familia solo caben las actitudes que nacen de
la fe en la obra creadora de Dios. Solo cabe mirar con ojos iluminados por la
esperanza fuerte que sostiene nuestro caminar. De aquí brotan la confianza y el
coraje que hoy son necesarios para aventurarse a pronunciar el “sí” para
siempre del matrimonio y fundar, sobre él, una familia según el proyecto de
Dios.
Esa es la luz con la que hemos de mirar e iluminar los
desafíos que hoy vive la familia. También las poderosas fuerzas que, tal vez
por primera vez en la historia humana, han puesto en la mira la destrucción de
la familia fundada sobre el matrimonio.
Por una parte, el efecto disolvente de la cultura del individualismo
que tiene como norma suprema el propio yo y sus deseos. El vínculo estable es
visto como una agresión al propio espacio personal. Por otra parte, la agresiva
difusión de la ideología de género que tiene como meta deliberada la “deconstrucción”
de la sexualidad y del matrimonio.
Estas corrientes cuentan con el favor de un número considerable de medios de comunicación, de buena parte de los hacedores de la cultura, y también
con la complacencia de importantes sectores de los gobiernos. Su influjo en la educación, por ejemplo,
es notorio.
Estos frentes suponen para la Iglesia y los católicos un
continuo ejercicio de la profecía: anuncio
franco de las verdades reveladas, pero también propuesta perseverante de
las verdades del orden natural, perceptibles por la razón.
En realidad, las corrientes arriba descriptas tienen en
común la misma debilidad: su irracionalidad y su pobre interpretación de la
condición humana. Esta debilidad es, sin embargo, la fortaleza de la visión
cristiana del hombre, la sexualidad y la familia.
La pelota está picando en el campo de las familias
cristianas. Están llamadas a dar un testimonio luminoso, alegre, desprejuiciado
y esperanzador. Es cierto: vivir la vocación y misión de la familia cristiana,
hoy por hoy, es ir contracorriente. Sin embargo, ¿cuándo ha sido elegante y
cómodo vivir la fe cristiana? Esta aventura de contradecir alegremente la
cultura ambiente ¿no está en el ADN de la fe cristiana y a quienes abrazan el estilo de vida del Evangelio? ¿No es en definitiva un valioso servicio que se presta a la sociedad de la que los creyentes formamos parte, no obstante la hostilidad y la contradicción que despierta?
Lo mejor de la historia humana está escrito por las conciencias que, en un determinado punto y ante desafíos muy concretos, tuvieron que pronunciar con valentía un "no" para poder defender el "sí" a la dignidad de la vida humana.
La familia fundada sobre la roca de la Palabra de Dios:
santuario de la vida e iglesia doméstica. Dios llama y envía a las familias
cristianas a ofrecer el testimonio luminoso de una vida redimida por el amor
divino. Su gracia no falta a quienes responden generosamente a su llamado.
¿La familia está en crisis? Cada uno responda, iluminado por
la gracia de Dios.