José Saramago ha vuelto a expresarse en un tono bastante áspero sobre Benedicto XVI y la Iglesia católica. Ha calificado de “cinismo intelectual” la actitud del Papa porque -según su opinión- invoca a Dios sin haberlo visto. Habla también de las “insolencias reaccionarias” de la Iglesia.
Dejando de lado la pirotecnia verbal, creo que hay que prestar atención a esta afirmación: “A las insolencias reaccionarias de la Iglesia católica hay que responder con la insolencia de la inteligencia viva, del buen sentido, de la palabra responsable. No podemos permitir que la verdad sea ofendida todos los días por presuntos representantes de Dios en la tierra a los que en realidad sólo interesa el poder”.
Pongamos entre paréntesis -al menos esta vez- su valoración negativa de la Iglesia y sus representantes. Aunque por razones distintas a las suyas, estoy de acuerdo con su apelación a un ejercicio insolente “de la inteligencia viva, del buen sentido y de la palabra responsable”. De hecho, constituye una tarea a la que ningún católico debería rehuir. Todo lo contrario. Casi me atrevería a decir que con esos mismos términos se podría ensayar una definición de la teología cristiana: inteligencia viva de la fe, desarrollada con buen sentido y expresada a través de un discurso responsable.
Honrar la verdad, en todas sus manifestaciones, es el programa del pontificado de Benedicto XVI. Su reciente encíclica social, llamada justamente: “Caridad en la verdad”, es un testimonio elocuente del poder espiritual y moral de la verdad en campos tan concretos como la economía, la política y el desarrollo social.
Sigue siendo una gran verdad que hay que escuchar a los ateos.
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