lunes, 28 de diciembre de 2009

El Verbo se hizo hombre en el seno de una familia

La luz diáfana de Navidad ilumina nuestra vida. Ayer hemos celebrado la Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Hemos pedido para nuestras familias la gracia de imitar las virtudes domésticas de la familia de Nazaret.

La acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana en los próximos tres años, tendrá como objetivo privilegiado el trabajo con las familias y a favor de las familias. Muy vinculados a ella: los jóvenes, la educación y las vocaciones.

Dos cauces para esta prioridad pastoral: a) ampliar los espacios eclesiales para fortalecer la vida familiar, animarlas y sostenerlas en el camino de la vida; b) animar el espíritu misionero de las familias cristianas, que deben sentirse llamadas a anunciar el evangelio del amor a todos: las familias evangelizan a las familias.

El contexto cultural es difícil, incluso hostil. Sin embargo, la verdad de la familia está inscrita por el Creador en el ser mismo del hombre. Jesucristo, además, ha hecho del matrimonio y de la familia un sacramento de la Nueva Alianza.

¡Qué la alegría del Dios hecho hombre en el seno de una familia humana nos alcance a todos y renueve nuestra vida! Amén.

PD. Voy a estar ausente unos 15 días. Hoy tengo que completar un tratamiento ocular que me mantendrá recluido unos días, y después me tomo un tiempo de vacaciones. Un saludo a todos, recen por mí, yo lo hago por ustedes. ¡Hasta pronto!

jueves, 24 de diciembre de 2009

Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado


“Padre, recibe nuestra ofrenda en esta fiesta, para que por este sagrado intercambio, lleguemos a ser semejantes a aquél que unió a ti nuestra humanidad, Jesucristo, nuestro Señor. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén” (Misa de la noche de Navidad, oración sobre las ofrendas).

Así reza la Iglesia en la liturgia de esta noche, colocando sobre el altar los dones de pan y vino. Por la acción del Espíritu y las palabras sagradas del Señor, llegarán a ser el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Celebrando el misterio redentor de la Navidad, suplicamos la gracia de una transformación: adquirir la forma de Cristo, como sugiere el texto latino evocando la enseñanza de San Pablo.

“¿Qué mayor gracia pudo hacernos Dios? Teniendo un Hijo único lo hizo Hijo del hombre, para que el hijo del hombre se hiciera hijo de Dios.” (San Agustín, Sermón 185).

El Hijo de Dios, querido hermano, ha venido a buscarte. Ha nacido de María y yace envuelto en pañales, recostado en un pesebre, por vos, por mí y por todos.

Ha venido a buscarte para llevarte con Él a la casa del Padre.

De sus manos salimos. Él es el Verbo por medio del cual se hizo todo lo que existe. En Él está la vida. Solo en sus manos podemos reencontrar nuestra plena humanidad.

Al ofrecerte el Niño Dios, te invito a tomarlo entre tus manos. ¡Es Dios con nosotros! ¡Es el Dios humilde que quiere, así, ganar tu corazón y salvar tu alma!

¡Muy feliz Navidad para todos los amigos y lectores del blog!

sábado, 19 de diciembre de 2009

Santos, beatos y mártires


“En efecto, cuando la Iglesia venera a un Santo, anuncia la eficacia del Evangelio y descubre con alegría que la presencia de Cristo en el mundo – creída y adorada en la fe – es capaz de transfigurar la vida del hombre y producir frutos de salvación para toda la humanidad”.
Un párrafo, entre muchos, del discurso del Papa al cumplirse 40 años de la institución de la Con-gregación para la causa de los santos.
En este contexto, Benedicto XVI ha firmado también los decretos con la aprobación de 10 milagros atribuidos a la intercesión de otros tantos Venerables. Además, ha firmado los decretos por los que se reconocen las virtudes heroicas, entre muchos, de los Siervos de Dios Pío XII (1876-1958), y Juan Pablo II (1920-2005).
Se destaca también que el Sumo Pontífice ha reconocido el carácter de martirio a la muerte del Siervo de Dios Jerzy Popiełuszko (1947-1984), sacerdote diocesano polaco, asesinado por odio a la fe durante el régimen comunista.
Durante el Gran Jubileo de 2000, el Papa Juan Pablo II había reconocido al siglo XX como un tiempo extraordinario de santidad y, sobre todo, de martirio, ni siquiera igualado por las grandes persecuciones del Imperio romano.
No es extraño. En tiempos de gran confusión y también de una decadencia espiritual, cultural y moral de proporciones, y que afecta de modo directo a la Iglesia bajo la forma de una secularización interna también de proporciones, el Dios humilde del Evangelio hace florecer la santidad de un modo también extraordinario. Ha ocurrido antes (pensemos en la España del siglo XVI). Ocurre también hoy.
Al mirar al Niño envuelto en pañales y recostado por su madre en el pesebre, nuestra mirada de fe se purifica y enriquece con el testimonio de santidad de esta nube de testigos.
¡Levantemos el corazón y demos gracias a Dios!

viernes, 11 de diciembre de 2009

P. Tarcisio, maestro de oración


Las dos primeras oraciones de las que tengo memoria son: el “Ángel de la guarda” y el “Bendita sea tu pureza”. Las aprendí de mi madre.
En la adolescencia tuve la gracia de conocer a un verdadero maestro de oración: el P. Tarcisio Rubin. Italiano de origen, pertenecía al Instituto de los padres scalabrinianos, dedicados por carisma a la atención de los migrantes. Hoy está iniciado su proceso de beatificación.
Tarcisio impactaba por su sola presencia. Ahora me doy cuenta que lo conocí cuando rondaba los 45 años. De larga barba, sotana blanca o negra según la estación, y un gran crucifijo misionero.
Predicaba con “slancio” como dicen los italianos. Es decir: con gran fervor. Poco recuerdo del con-tenido de sus prédicas. Me impactaba más su modo de estar en el altar y celebrar la Misa. Como él mismo confesaba: había aprendido mucho en Oriente acerca del “arte de celebrar”, como diríamos hoy.
Los jóvenes nos reuníamos con él después de la Misa. Nos hacía rezar postrados delante del Sagra-rio. Rezábamos los Salmos con la traducción ecuménica: “Dios habla hoy”. Hasta hace pocos años todavía tenía el ejemplar que me regaló.
Rezábamos con un Salmo por vez. Lo recitábamos juntos, lentamente. Después venía el tiempo de silencio para la repetición personal, orante y silente, de aquellos versículos que nos habían tocado el corazón. “Hay que rumiar la palabra de Dios como la vaca hace con el pasto”, decía. Así, Dios entra en nuestra vida.
A partir de entonces, los Salmos constituyen mi forma típica de orar. No me he podido desprender de ellos. Además, la Liturgia de las Horas propone, cada día, entre 10 y 13 de ellos para santificar el paso del tiempo.
Tengo hasta un Salterio personal, compuesto de una serie de Salmos que he aprendido de memoria. De entre todos, destaco el 130, el Salmo de la infancia espiritual: “Señor, mi corazón no es ambicioso …”
Me he acordado de Tarcisio por una pregunta que me hicieron el sábado pasado en Radio Familia.
Le doy gracias a Dios por haberme puesto al lado de un maestro de oración. Enseñar a rezar a un niño o a un joven es ensanchar el espacio interior de su vida. Es darle futuro.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Pecado y gracia

La prensa ha acusado recibo de las palabras del Papa en el homenaje a la Inmaculada en la Plaza España de Roma: “Cada día, de hecho, a través de los periódicos, la televisión, la radio, el mal es narrado, repetido, amplificado, acostumbrándonos a las cosas más horribles, haciéndonos insensibles y, en cierto sentido, intoxicándonos, pues lo negativo no se digiere plenamente y día tras día se acumula. El corazón se endurece y los pensamientos de hacen sombríos.”
Es una lectura sabia de la realidad. Sin embargo, el eje del mensaje papal está en otro lado. Llaman-do la atención sobre la presencia de la figura de la Inmaculada en los pueblos y ciudades, el Santo Padre se ha preguntado: “¿Qué le dice María a la ciudad? ¿Que les recuerda a todos con su presen-cia?”. Aquí la respuesta: “Recuerda que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Roma-nos 5, 20), como escribe el apóstol Pablo. Ella es la Madre Inmaculada que repite también a los hombres de nuestro tiempo: no tengáis miedo, Jesús ha vencido al mal; ha vencido su dominio desde su raíz.”
«Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20). En el complejo entramado que es la Carta de San Pablo a los romanos, este versículo saca a la luz lo que para el Apóstol constituye el secreto dinamismo de toda la historia de la salvación: el amor gratuito de Dios, manifestado en Cristo, y que es siempre mayor, más fuerte; tiene y tendrá la última palabra sobre la historia humana.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Ave María Purísima


“¿Qué significa «Inmaculada Concepción»?”, se pregunta el n° 96 del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.
La respuesta: “Dios eligió gratuitamente a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo; para cumplir esta misión fue concebida inmaculada. Esto significa que, por la gracia de Dios y en previsión de los méritos de Jesucristo, María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción.”
Esta es la fe de la Iglesia católica. La fe “que nos gloriamos de profesar”, como dice con acierto la liturgia del bautismo y la confirmación. Un dogma en sentido estricto. Dios lo ha revelado y la Igle-sia lo propone para ser creído por los fieles.
La sobria formulación doctrinal está al servicio de la unidad visible de la Iglesia, que es siempre unidad en la fe. Así, con una sola voz, la Iglesia esposa alaba y da gloria a su Señor.
Algunos autores recientes han hecho notar esta dimensión cultual de los dogmas marianos modernos: la Inmaculada Concepción (Pío IX en 1854), y la Asunción de María (Pío XII en 1950). Al reconocer estos misterios marianos, la Iglesia celebra la gloria de la Trinidad que, en la Madre del Verbo encarnado, ha mostrado la vocación última de toda la humanidad: por la gracia llegar a la gloria del cielo. Proclamar las grandezas del Señor es, a una con María, la vocación de la Iglesia.
La fe eclesial en la Inmaculada Concepción de María es un modo muy eficaz, evangélico e incisivo de proclamar la primacía de Dios y de su gracia al hombre del siglo XXI, que oscila entre la preten-sión de construir su destino convirtiéndose en la medida de todo y árbitro absoluto (y solitario) de su propio destino, y la sujeción a las adicciones más deshumanizantes.
La figura femenina de María, llena de gracia, es el espejo donde la humanidad puede contemplar el camino hacia su auténtica libertad: abrirse a Dios, al influjo de su Espíritu, y en obediencia a su Palabra que salva servir a los hermanos. Mujer en el sentido más cabal del término, su autonomía no significó clausura en su propio ego, ni su obediencia a Dios (“He aquí la ‘esclava’ del Señor”), alienación. La Inmaculada es figura de la humanidad nueva que nace del costado de Cristo.
¡Gloria y alabanza tributemos a la Trinidad santa que nos ha mostrado un reflejo de su belleza en el rostro inmaculado de la Purísima!
PD. Mañana celebraré la Eucaristía en la Pquia. San Antonio de Las Heras con bautismo de adultos (por la mañana); por la tarde-noche, en la Pquia. de Rivadavia, recordando viejos amores. Recemos unos por otros.

sábado, 5 de diciembre de 2009

El cielo abierto para todos

Unas declaraciones a la prensa del cardenal Javier Lozano Barragán han vuelto a mover el avispero en la cuestión siempre espinosa de la homosexualidad. “Homosexuales y transexuales -habría dicho el cardenal- no entrarán en el Reino de los cielos”. Ha apelado a la enseñanza de San Pablo.
Dejemos al cardenal hacer uso de su merecida jubilación. ¿Qué dice la Iglesia al respecto?
El cielo es nuestra vocación. La de todo hombre. Para eso Dios nos creó, nos dio inteligencia y li-bertad, y nos puso en la tierra. Para eso Cristo derramó su sangre en la cruz. Para eso, en definitiva, existe la Iglesia: para mostrar el camino al cielo. “Cielo” quiere decir: Dios y nuestra comunión con Él.
Hay opciones de vida, comportamientos y actos humanos que pueden frustrar esta vocación. Sin el auxilio de la gracia, y de no mediar un arrepentimiento sincero de nuestras culpas personales, el breve espacio temporal de nuestra vida puede desembocar en la frustración eterna. Eso es el infierno.
Todos experimentamos en nuestro interior el desorden de la concupiscencia que nos empuja al mal. Jesús nos enseñó a rezar: “Padre nuestro, no nos dejes caer en la tentación. Líbranos del mal”. Sin embargo, la presencia de este desorden no significa, de por sí, que estemos destinados a la condena-ción. Cuando nuestros actos personales ratifican esta tendencia desordenada, entonces sí, nuestra vida se pone en situación de riesgo. Una cosa es sentir; otra, consentir.
El hombre, herido por el pecado, fácilmente se extravía. El mensaje moral que Dios ha inscrito en su propio ser (lo que llamamos: la ley natural), no resulta tan claramente perceptible a los ojos en-ceguecidos por el egoísmo. Como enseñan los evangelios, es Cristo el que cura nuestras cegueras, y nos abre los ojos para ver la verdad y realizarla en nuestras vidas.
La tendencia homosexual supone una dura prueba para las personas. Aunque suele indicar que algo tan fundamental como la propia identidad sexual no ha madurado lo suficiente, de por sí, no conlle-va a la condenación. Esto solo se da cuando la persona, con plena conciencia y deliberado consen-timiento, elige realizar los actos homosexuales que, por su propia condición, son intrínsecamente desordenados (se puede leer el n° 2357 del Catecismo).
De todos modos, la Iglesia experta en humanidad, enseña que nunca se puede ofrecer un juicio defi-nitivo sobre el estado moral de una persona, especialmente sobre su perdición. Ese juicio solo pertenece a Dios.
Cristo salvador llama a todos a la conversión y a la fe. Él, con su sangre, ha abierto las puertas del cielo para todos los que escuchan su llamada, renuncian al pecado en todas sus formas y, con el auxilio del Espíritu Santo, perseveran en la caridad.
Las personas homosexuales no escapan de este influjo salvífico de la gracia de Cristo. O, como dice sabiamente el Catecismo de la Iglesia: “Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.” (Catecismo 2358).

martes, 1 de diciembre de 2009

Felices los que trabajan por la paz

De aquel fin de año de 1978 tengo dos recuerdos: los oscurecimientos y las cruces rojas pintadas en los techos del viejo hospital de San Martín. El año pasado, al cumplirse los treinta años del inicio de la mediación, tuve ocasión de recoger el testimonio de muchas personas, argentinos y chilenos,que, en aquellas horas aciagas echaron mano del arma más poderosa de la fe: la oración por la paz.
En su encuentro con las presidentas de Argentina y Chile por los veinticinco años del Tratado de Paz entre las dos naciones,el Papa Benedicto XVI ha recordado una idea muy suya: el Tratado pertenece a la historia; el esfuerzo por superar los conflictos y el trabajo por la paz siguen siendo tareas que nunca acaban. La paz, como todos los grandes valores morales, nunca se consiguen de una vez para siempre. Hay que conquistarlos, una y otra vez.
La editorial "Ágape" acaba de publicar un estudio del infatigable Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia: "El Tratado de paz y amistad entre Argentina y Chile. Cómo se gestó y preservó la mediación de Juan Pablo II".
La figura del cardenal argentino Raúl Francisco Primatesta, entonces Arzobispo de Córdoba y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, se destaca como claridad. Un auténtico trabajador de la paz.