viernes, 30 de diciembre de 2011

La familia: obra maestra del Creador



Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. 

Me ha quedado grabada una idea luminosa del P. Segundo Galilea. Él decía que Jesús, en su camino humano, aprendió primero a ser hijo, hermano y vecino; sobre este suelo maduró su caridad pastoral, su amor redentor. 

En todo caso, es una gran verdad para la vida de todos nosotros. Los grandes amores que definen la vida de las personas maduran (o no) en el seno de una familia.

La familia no es cualquier comunidad afectiva. Tiene un rostro concreto e inconfundible, que la distingue de otras formas de convivencia humana. 

La naturaleza de la familia se define por una serie de vínculos del todo concretos: ante todo, el amor y la entrega recíproca de un hombre y una mujer; por el don completo de sí, llegan a ser padre y madre; los hijos expresan la fecundidad de ese amor; el amor de los hermanos corona el amor esponsal. 

Hay familia donde se dan estos vínculos: esponsalidad, paternidad, filiación y fraternidad.

¿La familia, hoy, está en crisis? Hay muchas razones de peso para tener por legítima la opinión que lo afirma sin ambages. Sin embargo, a mi entender, no hay que apresurarse a formular un juicio de tal magnitud. 

La familia es una obra maestra del Creador. Del Dios “familia” como escribió hace veinticinco años el beato Juan Pablo II. 

Una obra de Dios inscrita en el ser mismo del hombre, varón y mujer. Es indestructible. Tiene la firmeza de roca que tienen todas las obras divinas. El pecado del hombre, con toda su insidia y perversidad, puede deformar, debilitar, oscurecer. Nunca destruir. 

Además, la familia ha sido redimida por la Sangre de Cristo. El sacramento del matrimonio sana y eleva el amor humano de los esposos cristianos, que queda asumido por el amor salvador de Cristo. 

De cara a la familia solo caben las actitudes que nacen de la fe en la obra creadora de Dios. Solo cabe mirar con ojos iluminados por la esperanza fuerte que sostiene nuestro caminar. De aquí brotan la confianza y el coraje que hoy son necesarios para aventurarse a pronunciar el “sí” para siempre del matrimonio y fundar, sobre él, una familia según el proyecto de Dios. 

Esa es la luz con la que hemos de mirar e iluminar los desafíos que hoy vive la familia. También las poderosas fuerzas que, tal vez por primera vez en la historia humana, han puesto en la mira la destrucción de la familia fundada sobre el matrimonio.

Por una parte, el efecto disolvente de la cultura del individualismo que tiene como norma suprema el propio yo y sus deseos. El vínculo estable es visto como una agresión al propio espacio personal. Por otra parte, la agresiva difusión de la ideología de género que tiene como meta deliberada la “deconstrucción” de la sexualidad y del matrimonio. 

Estas corrientes cuentan con el favor de un número considerable de medios de comunicación, de buena parte de los hacedores de la cultura, y también con la complacencia de importantes sectores de los gobiernos. Su influjo en la educación, por ejemplo, es notorio.

Estos frentes suponen para la Iglesia y los católicos un continuo ejercicio de la profecía: anuncio  franco de las verdades reveladas, pero también propuesta perseverante de las verdades del orden natural, perceptibles por la razón. 

En realidad, las corrientes arriba descriptas tienen en común la misma debilidad: su irracionalidad y su pobre interpretación de la condición humana. Esta debilidad es, sin embargo, la fortaleza de la visión cristiana del hombre, la sexualidad y la familia.

La pelota está picando en el campo de las familias cristianas. Están llamadas a dar un testimonio luminoso, alegre, desprejuiciado y esperanzador. Es cierto: vivir la vocación y misión de la familia cristiana, hoy por hoy, es ir contracorriente. Sin embargo, ¿cuándo ha sido elegante y cómodo vivir la fe cristiana? Esta aventura de contradecir alegremente la cultura ambiente ¿no está en el ADN de la fe cristiana y a quienes abrazan el estilo de vida del Evangelio? ¿No es en definitiva un valioso servicio que se presta a la sociedad de la que los creyentes formamos parte, no obstante la hostilidad y la contradicción que despierta? 

Lo mejor de la historia humana está escrito por las conciencias que, en un determinado punto y ante desafíos muy concretos, tuvieron que pronunciar con valentía un "no" para poder defender el "sí" a la dignidad de la vida humana.

La familia fundada sobre la roca de la Palabra de Dios: santuario de la vida e iglesia doméstica. Dios llama y envía a las familias cristianas a ofrecer el testimonio luminoso de una vida redimida por el amor divino. Su gracia no falta a quienes responden generosamente a su llamado. 

¿La familia está en crisis? Cada uno responda, iluminado por la gracia de Dios.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Nueva evangelización vivida


Este es el gran tema de la Iglesia: cómo anunciar el Evangelio. En palabras de Benedicto XVI: “¿De qué manera la fe, en cuanto viva y vital, puede llegar a ser hoy realidad?”.

Este jueves 22 de diciembre, el Santo Padre ha tenido su acostumbrado discurso navideño para la Curia Romana, repasando los principales acontecimientos vividos por el Papa y la Iglesia. Como en años anteriores, el texto merece una lectura atenta.


Esta vez, el Santo Padre se ha detenido en la Jornada Mundial de la Juventud, resumiendo en cinco puntos lo que él mismo ha llamado: “una nueva evangelización vivida” y, también: “un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano”.

Aquí comparto los apuntes breves que yo tomé. Lo mejor -sin dudas- es ir directamente al texto. Por eso, abajo pongo el link.

1. Ante todo, las JMJ son una experiencia nueva de “catolicidad”: en Madrid se han encontrado jóvenes católicos de distintos países, culturas e idiomas. Sin embargo, el encuentro con Cristo les ha dado “la misma formación de la razón, de la voluntad y del corazón”. En Cristo se descubre “el verdadero ser del hombre y, a la vez, el rostro mismo de Dios”. ¡Es hermoso pertenecer a la Iglesia católica!

2. De esta experiencia nace, prosigue el Papa, “un nuevo modo de vivir el ser hombres, el ser cristianos”. ¿Cómo se caracteriza? El encuentro con Cristo abre el corazón a los demás; nos permite experimentar que es bueno y hermoso hacer el bien, aunque sea costoso y sacrificado. Incluso más: los cristianos estamos demasiado preocupados de nosotros mismos, dice el Papa. Hay que ir por otro camino: el del Evangelio. Y cita unas palabras magníficas de San Francisco Javier: “Hago el bien no porque a cambio entraré en el cielo y ni siquiera porque, de lo contrario, me podrías enviar al infierno. Lo hago porque Tú eres Tú, mi Rey mi Señor”. Es hermoso ser para los demás sin mirarse obsesivamente a sí mismo.

3. El tercer punto destacado por el Papa es la adoración. Ha sido también una característica de sus encuentros con los jóvenes en otros lugares visitados: Londres, Zagreb. Cito textualmente: “La adoración es ante todo un acto de fe: el acto de fe como tal. Dios no es una hipótesis cualquiera, posible o imposible, sobre el origen del universo. Él está allí. Y si él está presente, yo me inclino ante él … Entramos en esta certeza del amor corpóreo de Dios por nosotros, y lo hacemos amando con él. Esto es adoración, y esto marcará después mi vida”. Atención a la frase: “certeza del amor corpóreo de Dios por nosotros”. Volviendo atrás: ese nuevo modo de ser hombres nace de la adoración. La adoración del Dios real primero.

4. El cuarto punto: la celebración del Sacramento de la Penitencia, elemento ya arraigado en las Jornadas. Algo “natural” dice el Papa. La humildad me abre al perdón de Dios que me renueva interiormente, y me da las fuerzas que necesito para no dejarme ganar por el peso de la gravedad del egoísmo y del pecado. El perdón despierta en nosotros -dice Benedicto- “la fuerza positiva del Creador, que nos atrae hacia lo alto”.

5. El último punto: la alegría, una alegría desbordante. “¿De dónde viene?”, se pregunta Benedicto. Es cierto: de muchos factores. Sin embargo, hay algo decisivo: la certeza que proviene de la fe, y que me dice: soy amado, aceptado y querido; es bueno ser una persona humana. Solo si otro me ama, puedo aceptarme a mí mismo. El amor humano es débil. Sólo Dios puede acogerme y amarme incondicionalmente. Por eso, señala: “cuando llega a ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo ser hombres. Hoy vemos como esta duda se difunde… Solo la fe me da la certeza: «Es bueno que yo exista»”.
En fin, algunos rasgos de una nueva evangelización vivida. Para meditar y aprender. 

sábado, 24 de diciembre de 2011

La humildad de Dios

Aquí transcribo el Mensaje de Navidad que hemos preparado con el Arzobispo. Que a todos nos conmueva la humildad de Dios manifestada en el pesebre de Belén. Cristo convence.



¿Quién puede reconocer la presencia de Dios?

La Biblia tiene una respuesta precisa: solo los humildes pueden ver a Dios. Para el soberbio y el pagado de sí, todo es oscuro.

Esta experiencia se hace más notoria en Navidad. El Dios infinito aparece en la figura de un niño recién nacido, pobre entre los pobres. Es el Dios humilde del pesebre de Belén.

Solo los humildes pastores lo reconocen. Y los magos que, dejando su sabiduría humana, siguen la estrella hasta el pesebre.

El mayor acontecimiento de la historia humana no forma parte de la historia grande que relatan los historiadores del momento. Pasa desapercibido. Solo el paso del tiempo irá poniendo las cosas en sus lugar: la historia tiene un antes y un después en la persona de ese Niño.

Los hombres seguimos buscando a Dios, porque seguimos buscando razones para vivir y esperar. Esa búsqueda nunca acabada expresa la sed de salvación que anida en el corazón humano. El hombre necesita ser rescatado del vacío, de la mentira y del sinsentido.

No se puede salvar a sí mismo. Solo de fuera puede venir la salvación.

Dios se sigue ofreciendo, humilde, pobre y silencioso, en el Niño que nace en Belén. Ese Niño es el Salvador del hombre, el que le ofrece Vida en abundancia, el que le da sustento a su esperanza.

Al acercarse, una vez más, la celebración anual de la Navidad, queremos invitar a todos a volver la mirada a ese Niño que nace por nosotros.

Es bueno celebrar, hacer fiesta y brindar. Es mejor silenciar el corazón y buscar la humildad para reconocernos necesitados de un amor incondicional. Solo Dios puede amar de esa manera. Puede, y, de hecho, lo ha realizado: es lo que los cristianos reconocemos en el pesebre y, aún más radicalmente, en la cruz y en la resurrección de Cristo.

Por eso: en Navidad, volvamos a Jesús.

En cada comunidad cristiana estamos preparando la Navidad como una fiesta de fe para todos los que se acerquen con el corazón despojado de soberbia. Porque Dios se deja conocer por los humildes y sencillos.

Para algunos, la conmemoración anual del nacimiento de Jesús es una ocasión para confirmar su compromiso con la vida y la suerte de los menos favorecidos: los pobres, los excluidos, los que están solos o encarcelados, los que sobrellevan alguna prueba grande en la vida, los que no pueden liberarse de alguna pasión que los esclaviza, los últimos, los que están llegando al ocaso de sus vidas, los enfermos.

La luz de Dios resplandece, de manera especial, en las periferias del mundo opulento y pagado de sí. Entonces fue en la olvidada Belén. Hoy, el que busca a Dios, podrá encontrarlo también en el último lugar. 

Allí está Dios, brillando con luz propia. 

lunes, 19 de diciembre de 2011

La verdadera grandeza (según María)


En este 4° domingo de Adviento hemos contemplado, una vez más, la figura de Nuestra Señora pronunciado su Amén al plan de Dios:

“He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí tu palabra”

El plan de Dios es grandioso. La promesa hecha a David de edificarle una casa se cumple de un modo inesperado, pero también sorprendente por su sabiduría. Dios, nos dice San Pablo es, en definitiva, el único sabio.

El sapiente plan de Dios es grandioso. Su realización: la humilde encarnación de su Verbo, que nace de María Virgen en un pesebre. Lo “máximo” en lo “mínimo”, como le gusta repetir al Papa Benedicto, con una célebre frase de Tertuliano.

Por eso, la posición justa frente al designio de Dios es la que se expresa en las palabras de la joven y lúcida María: una palabra de humildad frente a la grandeza de Dios.

Los criterios del mundo van por otro lado. Basta solo prender la TV y mirar lo que se ofrece como espectáculo a los ojos ávidos de imágenes y razones.

Lo que ofrece Dios es, como siempre, contracorriente. De la mano de la humilde y lúcida María nosotros entramos en ese camino: por la pequeñez hacia la grandeza, por la humildad hacia la verdad, por la pasión hacia la resurrección.

Lo canta María al saludar a su prima Isabel: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo, en Dios, mi Salvador, porque Él miró la pequeñez de su servidora”

¡Ojalá podamos vivir así nuestra condición cristiana en medio del mundo!

Gracias a todos los que me están saludando en este día. Agradezco sobre todo las oraciones. Pidan para mí (y para todos) esta humildad de corazón para servir al Señor, como a Él le gusta. 

jueves, 8 de diciembre de 2011

Hace 40 años, mi Primera Comunión


Cierro los ojos y veo todo, como si no hubiera pasado el tiempo. Veo el altar, al P. Alfonso Milagro con una casulla antigua, con finos bordados en color azul. Veo las paredes de ladrillo visto, típicas de la Parroquia “Nuestra Señora del Carmen”. Me veo a mí mismo con el típico trajecito blanco y el moño en el brazo.

Tenía solo 7 años. ¡Lo que atesora la memoria del corazón de un niño! Lo que entró por los ojos no se ha ido más. Se ha transformado en el fundamento de la vida del niño hecho un hombre adulto. 

Hace cuarenta años hacía mi Primera Comunión. Un 8 de diciembre, Día de la Inmaculada.

Buscando en la memoria, veo también la escena de mi primera confesión con el recordado Padre Manuel Álvarez. Hasta me acuerdo de los pecados que confesé.

A medida que pasa el tiempo, uno va aprendiendo a unir los hechos de su propia vida, percibiendo en ellos el fino hilo rojo con que la Providencia va tejiendo su designio de salvación.

La propia biografía es lugar de experiencia de Dios. Una de las más hondas y, seguramente, la más incisiva, porque se confunde con lo que uno es.

Mi vocación sacerdotal está indisolublemente ligada a la Eucaristía. Soy cura, porque Dios puso en mí el deseo de celebrar la Misa, desde chiquito. Viendo a aquellos curas (y otros que atesoro en el corazón), yo mismo sentí ganas de “decir Misa”.

Por más que revuelvo las motivaciones por las que soy lo que soy, ese motivo termina siendo el determinante. Soy cura por la Eucaristía.

Hace cuarenta años recibí, por primera vez, al Señor en la sagrada Hostia. Realmente presente bajo los velos de los signos.

Doy gracias, y pido la gracia de la fidelidad eucarística. Mucho más ahora que, como pastor, debo velar para que no falte el Pan de la Vida al Pueblo de Dios.

Sí, me atraviesa el corazón la tibieza de los jóvenes, a quienes ni se les cruza por la cabeza que pueden servir a los demás llevándole el Pan bajado del cielo. Otros amores distraen el corazón. ¡Ese AMOR es único! Tiene un sabor incomparable, como rezamos en la liturgia.

Seguramente, nosotros los sacerdotes tenemos buena parte de responsabilidad en ello. La Inmaculada nos ayude a renovar nuestro fervor eucarístico.

Dios le dé a su pueblo manos sacerdotales para partir el Pan que es Cristo. Amén. 

La Purísima


Le damos gracias a Dios por estar reunidos, una vez más, en este lugar y para esta fecha, celebrando a Nuestra Señora, la “Purísima”.

Esta es una fiesta de la fe, y de la fe cristiana en Dios. Porque Él se ha manifestado en María Inmaculada de un modo sorprendentemente humano. Se hizo hombre en ella.

¡Una fiesta de la fe! La cercanía de Dios y su presencia en la pura y limpia Concepción, es la fuente de nuestra alegría. Estamos alegres en Dios, por Dios y gracias a Dios.

Por eso hacemos fiesta: porque Dios está presente, y donde Él está hay ganas de vivir, alegría por la vida, fortaleza en la prueba y una insobornable esperanza. Donde hay una genuina experiencia de fe, existe también el deseo de expresarlo con el canto, con el rostro iluminado, con el sencillo y profundo gesto de estar unos junto a otros.

Lo expresamos con la oración: una oración de alabanza y de adoración; con el silencio que abre el corazón para escuchar mejor que con los oídos; con el humilde pedido de perdón del corazón arrepentido de sus miserias y pecados; y la intensa (y también: emocionada) súplica por los seres queridos y tantas necesidades que llevamos en el alma.

Una fiesta de la fe que se manifiesta en esta inmensa multitud que ora. Es una visión magnífica: mientras muchos van y vienen agitados por los accesos a Mendoza, aquí se ora en la paz y la “sobria embriaguez del Espíritu”, como decían los primeros cristianos.

Aquí, la orgullosa ciudad que le ha ganado al desierto, se abre humildemente al Dios del Evangelio. Porque por más que tengamos todo y que a fuerza de pulmón nos ganemos el pan, nuestra vida es un desierto estéril sin Dios, sin el agua viva del Espíritu Santo.

Y ahora, en esta hermosa tarde, más hermosa por la Purísima que se une a nuestra plegaria, estamos gastando nuestro tiempo, entregándolo gratuitamente al Dios que nos ha dado todo. Por eso, aquí resplandece la verdad de la vida.

Esto es digno de destacar. Seguramente no tendrá cabida en los titulares. Pero es una realidad, más real que la cordillera que dibuja su majestuosa silueta en este atardecer.

*   *   *

Sin Dios no hay alegría, a lo sumo: diversión. Sin Dios no hay esperanza, ni sentido para las cosas, grandes y pequeñas. Sin Dios no hay humanidad. María nos enseña estas verdades que nuestro corazón reconoce como verdaderas; y que escuecen el corazón de los soberbios.

Por eso, esta fiesta no necesita nada extravagante para despertar y alimentar la alegría. No necesitamos alcohol, ni estimulantes, ni desborde o descontrol. No es necesario despertar las bajas pasiones de nadie para estar felices y plenos.

Por eso, esta alegría es duradera. No se apaga rápidamente, dejando resaca en el cuerpo y tristeza en el alma. Queda para siempre, como son las cosas de Dios.

Para vivir este momento de fiesta, tampoco necesitamos echar mano de la burla o el escrache de los demás, mirándolos con desprecio, porque nosotros mismos nos despreciamos, y ya no logramos creer en nada ni en nadie.

Aquí nadie se siente juez de las debilidades ajenas. Todos nos reconocemos pecadores delante de Dios, pero pecadores perdonados, reconciliados, rehechos por la misma gracia que preservó a María de la mancha del pecado original. Y así, todos, nos presentamos ante Dios.

La sabiduría del Evangelio nos ha enseñado a detestar el pecado y a tender la mano al pecador, amado tiernamente como Jesús lo hace, porque todos lo somos, porque Cristo ha muerto por todos y, en última instancia, porque solo Dios es juez del alma.

Lo digo una vez más: estamos celebrando, por estas y mil razones más, esta fiesta en honor a la Purísima. Es una fiesta de la fe. Una fiesta porque Dios está presente en la historia de los hombres, derramando la alegría de su Espíritu en los corazones que Él mismo visita.

Es, queridos hermanos y hermanas, la alegría misma de María.

Se trata de una alegría serena, que colma el alma y nos deja en paz. Nos hace más humanos. Nos mejora en lo más humano de nuestra vida. Nos contagia gusto por la vida, ganas de vivir y de llevar vida a los demás.

Es verdad, entonces, lo que hemos expresado en el lema de este año: María, la Purísima nos educa para la vida.

*   *   *

María es la mejor catequista que tenemos los cristianos. Nadie como ella para llevarnos a Jesús y mostrarnos su Misterio, para educarnos en la escuela del Evangelio, para hacernos dóciles a la acción de su Espíritu.

Yo le pido esta tarde que nos eduque para la vida, como hemos puesto en el lema. Que aquí, en Guaymallén de Mendoza, los católicos seamos alegres testigos del Evangelio de la vida.

¿Se puede anunciar la victoria de la vida sobre la muerte con timidez, con complejo de culpa, con sentimientos de inferioridad o de baja autoestima? ¿Se puede vivir la resurrección de Cristo con el rostro amargado, escondidos y mudos?

Que vivamos un catolicismo pleno, alegre, despojado de falsos pudores. Ofrezcamos nuestra palabra a todos, sin complejos, pero también sin agresividad. A nadie le imponemos nada. A todos les proponemos una verdad que nos ha cambiado la vida.

¡Dios nos ha dado tanto! Nos ha dado su Palabra. Nos dio a María. Nos dio, en la cumbre de todos sus dones, a su Hijo y a su Espíritu. Nos ha dado una historia de fe que nos enorgullece.

Permítanme repasar algunos de esos dones divinos, al menos algunos más recientes, según me lo ha sugerido la memoria de mi corazón:

ü  Aquí, en Guaymallén, nació y vivió Jorge Contreras. Aquí aprendió a sentar a su mesa a los pobres. Aquí maduró su vocación de maestro y de sacedote, vocación que hoy ya se ha hecho eterna. Un maestro de vida.
ü  Desde aquí evangelizó el Siervo de Dios Tarsicio Rubín, amigo de los pobres, de los emigrantes, de Jesús sacramentado y maestro de vida espiritual. Murió solito en una capillita de Jujuy, misionero y pobre. ¿Solito? No, con Jesús su Señor.
ü  Aquí, sus hermanos, los scalabrinianos siguen tendiendo la mano a los hermanos y hermanas que llegan a Mendoza buscando una vida mejor, y que demasiadas veces se encuentran con lo peor que tenemos los mendocinos: discriminación, mezquindad y desprecio por su dignidad de personas, condiciones indignas de vivienda, de trabajo y de vida.
ü  Aquí, en este preciso lugar, el Beato Juan Pablo II nos habló de la paz, y dijo algo que nos enorgullece: que Mendoza es realmente hermosa. Mendoza, añado yo: “tierra de María”.
ü  Aquí, el carisma de los Josefinos de Murialdo, de las Dominicas mendocinas o peruanas, de los padres y religiosas de La Consolata, o de Schoensttat ha educado a generaciones de chicos, enseñándoles a vivir, mostrándoles porqué y para qué se vive.
ü  Desde Guaymallén, la comunidad de padres redentoristas se ha prodigado hacia el desierto lavallino, buscando unir la fe con la justicia para las comunidades que lo habitan.
ü  Muy cerquita de aquí, detrás del Hipermercado, las monjas dominicas, huyendo del mundo y sus seducciones, viven para Dios en el silencio, el trabajo, la vida fraterna y la oración. El pan eucarístico que recibiremos en comunión ha pasado por sus manos, y llega a todas las comunidades católicas de la Diócesis. ¡No es un magnífico don, más hermoso por desapercibido!

¿Quién podría cuantificar toda la energía espiritual de bien que genera esa silenciosa multitud de hombres y mujeres que, movidos por su fe, hacen visible la vida católica de Guaymallén en sus parroquias, comunidades, colegios e instituciones? Dios, que ve en lo secreto, como enseña Jesús, lo sabe y lo recompensa.   

Ahora los interpelo: ¿Por qué no sacan a la luz pública las historias de estos servidores que la fe católica ha ofrecido a la entera sociedad de Guaymallén y de Mendoza, como fruto maduro de la siembra de Dios? Yo he mencionado algunos. La memoria de cada comunidad atesora seguramente muchos más.

Tienen que difundir la memoria de estos servidores de la vida. Valen por mil palabras. Es una tarea que podría acometer el Decanato, sobre todo, el próximo año pastoral en que tendremos que mirar los frutos de la siembra de Dios en nuestra vida diocesana.

Sus testimonios nos van a ayudar a nosotros, especialmente a los más jóvenes, a vivir con alegría nuestra condición de discípulos misioneros de Jesús, en el hoy de nuestro tiempo. A ser genuinamente católicos: testigos de una verdad positiva que colma el corazón de alegría, y hace más humana nuestra vida.  

Es cierto: las circunstancias de sus vidas son distintas a las nuestras. Sin embargo, la fe y la pasión por Jesucristo son siempre las mismas. Son siempre jóvenes. Y hoy, con una sociedad que se seculariza cada vez más, la fe debe ser vivida con mayor frescura, agilidad y sin complejos.

Una fe joven y vigorosa para un mundo que, por una parte, cierra muchas puertas, pero que, por otra, deja abiertas muchísimas y estimulantes posibilidades a la fe cristiana. Siempre está abierta la ventana del alma, cuya nostalgia por Dios, por la verdad, el bien y la belleza son su impulso más hondo.

El hombre de la ciudad secularizada está también sediento de Dios. ¿Encontrará la mano que le tiende el agua viva del Espíritu? La memoria de estos testigos nos podrá ayudar a sumarnos a esa tradición de fe y de gozoso anuncio del Evangelio de Jesús a los hombres.

Esta es una fiesta: la fiesta de la fe, porque el Dios amigo de la vida está presente entre nosotros. Es el Hijo de María, la Purísima. En su Nombre hagamos la acción de gracias. Nos alimentaremos de Cuerpo resucitado y vivificante. 

Así sea.