lunes, 19 de diciembre de 2011

La verdadera grandeza (según María)


En este 4° domingo de Adviento hemos contemplado, una vez más, la figura de Nuestra Señora pronunciado su Amén al plan de Dios:

“He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí tu palabra”

El plan de Dios es grandioso. La promesa hecha a David de edificarle una casa se cumple de un modo inesperado, pero también sorprendente por su sabiduría. Dios, nos dice San Pablo es, en definitiva, el único sabio.

El sapiente plan de Dios es grandioso. Su realización: la humilde encarnación de su Verbo, que nace de María Virgen en un pesebre. Lo “máximo” en lo “mínimo”, como le gusta repetir al Papa Benedicto, con una célebre frase de Tertuliano.

Por eso, la posición justa frente al designio de Dios es la que se expresa en las palabras de la joven y lúcida María: una palabra de humildad frente a la grandeza de Dios.

Los criterios del mundo van por otro lado. Basta solo prender la TV y mirar lo que se ofrece como espectáculo a los ojos ávidos de imágenes y razones.

Lo que ofrece Dios es, como siempre, contracorriente. De la mano de la humilde y lúcida María nosotros entramos en ese camino: por la pequeñez hacia la grandeza, por la humildad hacia la verdad, por la pasión hacia la resurrección.

Lo canta María al saludar a su prima Isabel: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo, en Dios, mi Salvador, porque Él miró la pequeñez de su servidora”

¡Ojalá podamos vivir así nuestra condición cristiana en medio del mundo!

Gracias a todos los que me están saludando en este día. Agradezco sobre todo las oraciones. Pidan para mí (y para todos) esta humildad de corazón para servir al Señor, como a Él le gusta. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.