domingo, 22 de mayo de 2011

Diálogo con el espacio

Me ha parecido muy interesante el diálogo que ha mantenido Benedicto XVI con unos astronautas de la Estación internacional con ocasión de la última misión del Shuttle Endeavour. Interesantes las preguntas del Papa, pero, sobre todo, las respuestas que le ofrecieron los astronautas. Aquí el enlace:http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=15615

jueves, 12 de mayo de 2011

Vivir la fe hoy


Una semana intensa. En estos momentos, estoy participando de la Asamblea plenaria del Episcopado argentino. Es la primera del año. La próxima será en noviembre.

Como suele ocurrir, los temas importantes desbordan el tiempo disponible. Destaco, de entre ellos, los buenos comentarios que ha desperado la iniciativa del Santo Padre para el próximo Sínodo: “La Nueva Evangelización y la transmisión de la fe”.

Traemos, como viento de cola, el fuerte impulso misionero de Aparecida que nace de la experiencia gozosa de la fe como encuentro con Jesucristo. 

Vivir la fe católica, sin complejos, en un mundo que cambia, complejo, que nos plantea múltiples desafíos. Algunos hablan de poscristianismo, de una secularización que ha desembocado en una cultura neopagana. Lo cierto es que, sin dejar de lado la necesidad de conocer más profundamente la cultura de la que somos parte, la experiencia fundante de la fe sigue siendo cautivante. Posee la frescura del Evangelio de Cristo. 

Esto es alentador. Como ya comenté alguna vez, si la Iglesia deja de mirarse a sí misma, seducida por su propia imagen, se pone más fielmente en el camino de Jesús. Sale al encuentro de los caminantes, como el Señor en el relato de Emaús.

En todo esto, la figura del Beato Juan Pablo II ha estado dando vueltas, como imagen inspiradora de una Iglesia evangelizadora. “Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica” (Benedicto XVI).

viernes, 6 de mayo de 2011

Hablemos de las drogas

Es muy bueno que hablemos de las drogas. En general, tenemos la tendencia a mirar para otro lado: “es un grave problema; pero no es mi problema; que se ocupen otros”.

Por eso, qué bueno que se pueda hablar libremente. Pero también con claridad. Ir con la verdad de las cosas. Mirar de frente la realidad.

La droga es sinónimo de muerte. Mata. Desde dentro y no tan lentamente. Mata la conciencia, la libertad y lo mejor que tenemos los seres humanos: los vínculos con los demás. Termina matando a la persona.

El centro del problema es humano: es una persona, un ser humano. Como vos o como yo. Una persona que necesita que le tendamos una mano. O, mejor: que sienta de veras eso tan especial que nos devuelve el gusto por la vida: que sienta el amor.

“Sos valioso, te queremos y te vamos a ayudar”. Ese es el mensaje.  

No me gusta que se hable de despenalizar la tenencia de marihuana. Creo comprender a quien apunta en esa dirección. Creo que yerra, y muy fiero. Hay que pensar a fondo las cosas. Por eso, es bueno que hablemos del tema.

No estoy de acuerdo con la despenalización por varias razones. Algunas más relativas. Otras, más de fondo, o de principio.

Vivimos en Argentina, siglo XXI. La droga está ya instalada y avanza cada vez más. No está solamente unida a la pobreza. Está por todas partes, vinculada sobre todo a una cultura individualista y sin horizontes de esperanza. El comercio diabólico de estupefacientes ha tenido un crecimiento exponencial en nuestro país.

Donde está la droga ya no hay libertad. A lo sumo, lo que queda es un remedo de libertad: la ilusión de que hago con mi vida lo que quiero, y que, de esa manera, no le hago mal a nadie. Porque te hacés daño a vos mismo, nos hacés daño a todos. Vos sos  parte del nosotros.

La ley debe seguir señalando que la droga es un mal. No puede mandar el mensaje que la droga (“un poquieto nomás”) es buena en algunos casos. No puede decir, como se pretende, que hay un consumo que no es problemático, frente a otro que lo es. Y, porque no vivimos en el Paraíso, debe abrir la puerta para que la sociedad ayude eficazmente al hermano que sufre la dependencia de la droga.

¿Hay que mandar a la cárcel al que posee marihuana u otra droga? El adicto no tiene que ir preso. Necesita ayuda eficaz. La ley debe poner en manos de los jueces instrumentos eficaces para que la sociedad tienda una mano al adicto.  Y ahí tiene que estar el Estado en todo el vigor de sus políticas públicas: de salud, de educación, de prevención de adicciones, de trabajo, etc.

Dejo para el final, la palabra decisiva: para mí, como cristiano, el Evangelio es lo mejor que tengo para ofrecerle a mi hermano que sufre. El Evangelio es tal (evangelio quiere decir: buena noticia) porque le ofrece al ser humano, especialmente al que siente el peso de la vida, la noticia más hermosa: Dios te ama, Cristo derramó su Sangre por vos, su Espíritu te hace verdaderamente libre.

¿Cómo no vamos a hablar de las drogas? ¿Cómo no vamos a abrazar al que se droga?

domingo, 1 de mayo de 2011

Beato Juan Pablo II

La homilía de Benedicto XVI ha sido muy bella y profunda. Como era de esperar.

Me quedo con una sola frase, que lo dice todo. Es del primerísimo párrafo:


"Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato"

Amén.

Domingo de la Divina Misericordia - Beato Juan Pablo II

Homilía pronunciada en la Eucaristía celebrada frente al templete de la Divina Misericordia


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

¡El Evangelio de la misericordia divina sigue resonando en nuestro mundo!

Es una voz, a la vez, humilde y fuerte, llena de mansedumbre, pero también inquietante y elocuente.

Ningún poder mundano ha podido jamás acallarlo, ni podrá tampoco jamás hacerlo.

Es verdad, que hay momento en la historia de las personas, de las familias y de los pueblos en los que el fragor de las armas, la violencia ciega del odio y del resentimiento, o la prepotencia del más fuerte parecen tener la última y decisiva palabra sobre el destino de los hombres.

Sin embargo, el poder abrumador del mal es proporcional a su inconsistencia, a su mentira y a su inhumanidad. El verdadero poder que sostiene y mueve al mundo es el amor, la ternura, el servicio desinteresado, la amistad, en definitiva: la misericordia.

Si el amor -en su expresión más genuina, la que supera el amor egoísta que se busca a sí mismo- es la búsqueda apasionada del bien real del otro, de los demás; la misericordia puede ser definida con el amor que se hace cargo efectiva y realmente, desde lo hondo del corazón, de la miseria; de toda forma de miseria humana.

“La misericordia -escribía el Beato Juan Pablo II- tiene la forma interior del amor, que en el Nuevo Testamento se llama agapé. Tal amor es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado” (Dives in misericordia 6).

¡El Evangelio de la misericordia divina sigue resonando en nuestro mundo, porque sigue resonando, por el poder del Espíritu, el santo Nombre de Jesucristo!

El Evangelio de la misericordia es Jesús. “Él mismo la encarna y la personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia” (Dives in misericordia 2).

Con el Apóstol Pedro, nosotros, hoy, confesamos llenos de gozo: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo” (1 Pe 1,3-4).

Jesús resucitado, en medio de nosotros como aquella mañana en medio de los apóstoles, dándonos la Paz de Dios, es la manifestación misma de la misericordia. Él viene de vencer el pecado, de resucitar de la muerte. Su victoria, es la victoria de la misericordia del Padre sobre toda forma de odio, de violencia y de injusticia.

El Señor resucitado, derrama sobre nosotros su Espíritu, y nos confía la preciosa misión de llevar el poder de la misericordia y del perdón, hasta el último rincón del mundo.

Él, que murió suplicando el perdón para sus verdugos, nos enseña a perdonar, a ser, con Él y en Él, encarnación viviente del poder del amor que se hace misericordia, perdón y reconciliación.

Nosotros hemos conocido, también aquí en esta tierra mendocina, al mensajero de la paz, al Papa de la Misericordia divina: Juan Pablo II, a quien, desde hoy podemos invocar, sostenidos por la fe de toda la Iglesia: “Beato Juan Pablo II: ruega por nosotros”.

Karol Wojtyla tuvo una vida marcada por la prueba. A los 6 años perdió a su madre. A los 12, a su hermano mayor, Eduardo. A los 18, a su padre. Quedó solo en el mundo, en medio de la guerra más terrible que ha conocido la historia humana. Una guerra desatada por las ideologías ateas y totalitarias que se han disputado las mentes y los corazones en el siglo XX.

Con el paso del tiempo, y la madurez de la fe, este niño y joven probado -duramente probado- llego a convertirse en apóstol de Jesucristo, en portavoz del Evangelio de la misericordia. Y su figura llegó hasta el último rincón del planeta. Él mismo, a través del acentuarse del sufrimiento en sus últimos años, se fue identificando cada vez más con el Evangelio de la misericordia.

Queridos hermanos: los santos -como el Beato Juan Pablo II, Santa Faustina Kowalska, o San Maximiliano Kolbe- son el rostro más genuino del Evangelio. Son también el rostro más auténtico de la humanidad.

Al celebrar con alegría el Evangelio de la Misericordia, preguntémonos, cada uno de nosotros. Mejor: preguntémosle al Señor, de la mano del Beato Juan Pablo II: “Señor, ¿cuál es mi lugar en la Iglesia? ¿Cómo puedo yo anunciar y comunicar el Evangelio del Perdón y de la Misericordia? ¿Qué lugar tenés pensado vos, para mí, en tu Cuerpo místico?”.

Beato Juan Pablo II, Apóstol y Testigo de la misericordia divina: intercede y ruega por nosotros. Amén.