jueves, 27 de octubre de 2011

Peregrinos de la verdad y de la paz, con Benedicto XVI, en Asís

Un fragmento -solo uno- de las palabras de este gran Papa, pronunciadas esta mañana en Asís:

A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Co13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.
Prosigue el Santo Padre:
Si bien una tipología fundamental de la violencia se funda hoy religiosamente, poniendo con ello a las religiones frente a la cuestión sobre su naturaleza, y obligándonos todos a una purificación, una segunda tipología de violencia de aspecto multiforme tiene una motivación exactamente opuesta: es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad. Los enemigos de la religión – como hemos dicho – ven en ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios. 
Aquí el link para leer el texto completo del Papa: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2011/october/documents/hf_ben-xvi_spe_20111027_assisi_sp.html

viernes, 21 de octubre de 2011

"In memoriam": Eduardo Iácono


El pasado 18 de octubre, fiesta de San Lucas, se cumplieron veintidós años de la ordenación sacerdotal del recordado Padre Eduardo Iácono.

Unos alumnos de la escuela que lleva su nombre en Maipú, me acercaron algunas preguntas sobre Eduardo.

Después de responder sentí un consuelo grande en el corazón.

Las comparto con ustedes.

¿Cómo conoció usted a Eduardo?

Conocí a Eduardo en el año 1981, cuando hacía el proceso de discernimiento previo al ingreso al Seminario. Desde el año 1982 fuimos compañeros de curso, hasta el año 1985 que yo resolví salir un año del Seminario. Cuando retomé la formación, Eduardo estaba un año adelantado. Se ordenó, por eso, un año antes que yo.

Si tuviera que describir su personalidad ¿Cómo lo haría?

La personalidad de Eduardo era multifacética. Sin duda que el centro de su vida era su permanente inquietud y búsqueda de Dios. Era un hombre inquieto por responder con autenticidad a la llamada de Dios.

Poseía grandes cualidades humanas y espirituales. Sobre todo, destaco dos cosas: su comprensión del corazón humano y, como decía arriba, su deseo de vivir su vocación como amigo de Dios.

Por eso pudo ayudar a tantas personas que vieron en él a un padre, un amigo y un hermano.

Obviamente, era una persona inteligente, con grandes capacidades intelectuales y de docente. Muy organizado. Le gustaba hacer las cosas a la perfección. Era responsable y dedicado. No le rehuía al trabajo manual.

En fin, una personalidad muy completa.

¿Cómo recuerda esa época de formación que compartieron?

Tengo los mejores recuerdos. Formábamos parte de un grupo de seminaristas muy inquietos, por varias cosas: la vida de la Iglesia, el estudio de la teología, la formación adecuada para el sacerdocio, la evangelización, la oración, etc.

Recuerdo muchas charlas y, sobre todo, muchas ilusiones hacia delante: ser curas, trabajar con dedicación por el bien de la Iglesia, acercar las personas a Dios, etc.

¿Recuerda alguna anécdota que refleje la personalidad de Eduardo?

El primer año del Seminario le encargaron tocar el timbre que guiaba las distintas actividades del Seminario, especialmente el inicio y fin de las clases.

Eduardo era meticuloso. Él mismo hizo una instalación eléctrica para colocarse el timbre junto a su pupitre en el aula.

Si alguna vez no podía cumplir la tarea, se la encargaba a algún compañero igualmente meticuloso, con el consejo de tocar “tres timbres” y solo “tres timbres”. Lo decía poniendo un énfasis en la voz que a todos nos parecía gracioso. Por supuesto, las cargadas eran inmediatas.

¿Cómo describiría la relación que tenía el padre Eduardo con los jóvenes y la educación?

Eduardo poseía, como dije, una personalidad muy completa. Creo que conjugaba bien dos cosas que, en la relación educativa con los jóvenes, es fundamental: cercanía y autoridad, claridad de ideas y paciencia para acompañar a las personas, idealismo en las metas y realismo en los pasos que se dan para alcanzarlas.

De todos modos, creo que su misma persona poseía un valor educativo fundamental: era un ejemplo a 
imitar. Con naturalidad, sin poses ni afectaciones, Eduardo inspiraba a los jóvenes a proponerse metas elevadas en la vida.

¿Qué opinión le merece el hecho de que una escuela pública lleve su nombre?

Me parece muy bueno. La misión fundamental de la escuela es enseñar a vivir a los niños y jóvenes que acuden a ella. Educar es enseñar a vivir. Por supuesto, está la transmisión de saberes y competencias. Lo más importante, de todos modos, es la transmisión del conjunto de valores humanos, espirituales y morales que un pueblo tiene para vivir dignamente.

Estos valores se encarnan en personas. Eduardo encarna precisamente un modelo de vida, independientemente que él haya sido sacerdote. Fue un hombre auténtico: vivió con autenticidad. Es un modelo de vida.

jueves, 20 de octubre de 2011

Política


La Iglesia no es ni pretende ser un agente político, suele repetir Benedicto XVI.

¿Su misión? Mostrarnos el camino hacia Dios; enseñarnos el primado del amor a Dios (“con todo el corazón …”) y del amor al prójimo (“como a nosotros mismos … como Él [Cristo] nos amó”).

Sin embargo, no hay mayor revulsivo político que el primer mandamiento de la Ley: Sólo Dios es Dios; Él es único: no tendrás otro Dios más que el Señor; sólo a Él adorarás.

Si la misión de la Iglesia se concentra en esto -como hizo Jesús con el anuncio del reino- todo lo demás vendrá por añadidura.

También la pasión y la cruz. 

domingo, 16 de octubre de 2011

Madre, vida y esperanza


La madre está siempre esperando
la vida le ha enseñado a tener paciencia

Aunque, muchas veces, el término de su esperanza se aleja.

Sin embargo ….

Llegará; 
el día del encuentro llegará.

Las madres no desesperan, aunque desesperen.
En el fondo de su alma femenina, hay siempre una luz de esperanza.

Por eso, la madre es el símbolo más real de la vida.

Aunque no lo puedan explicar,
en ellas acontece la vida,
ellas la sienten crecer.
Y lo sienten con su sangre,
con sus sentidos más sensibles.

Jesús nos enseñó que Dios es “Abba”.
Esa palabra es sagrada
y no nos está permitido cambiarla.
No tenemos autoridad para hablar de un Dios Padre y Madre.

La paternidad de Dios, sin embargo,
se ve con nuevos ojos
cuando miro los ojos y las manos de mi madre.

Cuando miramos los ojos y las manos
de la Santa Madre de Dios.

Amén. 

lunes, 3 de octubre de 2011

Ecos de la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario


Se trata de los ecos que resuenan en el alma. Porque hay cosas que tocan lo intangible, lo que expresamos con esa bellísima palabra: el alma.

Este fin de semana me han conmovido varias cosas.

Ya empecé mal: no son “cosas” sino personas: María, Jesús, los niños, los jóvenes, los curas …

*   *   *

Primer eco: los niños

El sábado 1 de octubre, por la mañana, alrededor de 300 chicos de catequesis se reunieron en el Colegio “Santo Tomás de Aquino” para tener “su” momento con María.

Lo prepararon los jóvenes de Acción Católico, ayudados por algunos exalumnos de Don Bosco que tienen un grupo musical.

Por supuesto, hubo canciones, juegos, mucho color y alegría. Son niños: energía en estado puro.

Los chicos de la Parroquia “Asunción de la Virgen” prepararon una breve representación.

Terminamos con una breve caminata -murga incluida- hasta el Santuario de la Virgen del Rosario.

Le “obligamos” a la Virgen a abrirnos la puerta. Salió su imagen, hasta colocarse bien entre medio de los chicos. Después entramos todos a la casa de María.

Allí oramos, cantamos, escuchamos la Palabra. Si afuera había habido mucha algarabía. Aquí reinó el silencio reposado y sereno.

Terminamos con la “entrega confiada” de los chicos a la Virgen del Rosario.

¿Por qué hicimos esto? Porque queremos que el amor a María del Rosario eche raíces en el corazón de los chicos. Un corazón que está abierto a todo lo verdadero, bueno y bello. Esas tres cosas se realizan en María. ¿Quién lo duda?

A la tarde me dí cuenta que ese día, 1º de octubre, es la memoria de Santa Teresa del Niño Jesús. El evangelio es aquel de “hacerse como niños”. Estábamos en buenas manos. En muy buenas manos.

*   *   *

Segundo eco: los jóvenes (y Jesús)

La Fiesta Patronal Diocesana es de los jóvenes. La han conquistado. O los ha conquistado María. Esas son cosas que sabe hacer nuestra Señora. Nosotros -tan serios y organizados- somos convidados de piedra. ¡A Dios gracias!

Lo cierto es que, sin excluir a los adultos, esta Fiesta de María es la Fiesta de la Iglesia joven. Creo que Dios nos está señalando cuáles son sus prioridades pastorales. ¡A ver si le hacemos caso!

Quiero contar esto, que me llegó al alma. Me conmovió profundamente.

Según lo planeado, a las 15:40 realizamos la Procesión con el Santísimo Sacramento. Desde un poco antes de las 15:00 yo estaba en los camarines del Anfiteatro, donde se había improvisado una capilla. Estaba solo con el Señor.

Pocas veces he rezado tanto. Le pedía a Jesús que tocara el corazón de los jóvenes que estaban afuera. Que los cuidara, que les permitiera conocer la verdad de su Palabra. Que los hiciera, de verdad, discípulos suyos …

En un momento, los animadores de la Fiesta subieron la temperatura de los aplausos, cantos y -digámoslo claro- de los gritos. Yo pensaba para mis adentros: “Ay, con este clima tengo que llevar el Santísimo. Dios nos ayude”.

Tendría que haberme acordado de una cosa que suele decirme mi madre: “Vos serás muy sacerdote, pero no tenés confianza en Dios”. Tómala.

Y así fue. Apenas salí con el Santísimo de la capilla improvisada, en la zona de los camarines se hizo un silencio impresionante.

A medida que avanzaba, el silencio parecía crecer y hacerse -no sé cómo expresarlo- ¿más profundo? ¿más elocuente? ¿más sonoro? Todo eso.

Se me hizo un nudo en la garganta. Cada tanto, el P. Carlos Salomone (encargado de la Pastoral juventud) se acercaba para ver cómo estaba, porque la Custodia que llevaba es bastante pesada. Me temblaban los brazos, pero de emoción.

Yo no podía ver mucho, porque iba entre dos chicos con antorchas, y con el Santísimo delante de mis ojos. Pero veía a la gente arrodillarse al paso del Señor.

Cuando pasé por el sector donde estaban los curas con los diáconos, ministros y seminaristas, la oración tuvo una intensidad particular. Cristo y sus amigos, los que él eligió con “amor de hermano”, como dice la liturgia.

“Cristo convence”, escribió una vez Urs von Balthasar. Es verdad. Toca realmente el alma y la vida de las personas. Jesús en la Eucaristía lo hace de un modo propiamente divino. El mismo es su propio signo de credibilidad. Es luz que se difunde por sí misma.

Esa impresionante multitud de jóvenes siguiendo en silencio el paso de Jesús fue como una escena salida del Evangelio; aquellas que narran precisamente a Jesús rodeado de una multitud que lo mira y lo escucha.

Nosotros somos humildes servidores de ese misterio de Dios que busca a los suyos con amor de amigo y pasión de esposo.

*   *   *

Tercer eco: las cosas de Dios

Preparar y realizar la Fiesta patronal diocesana es una empresa enorme. Ya en marzo comienzan los preparativos. El Equipo trabaja como hormigas. Son gente de fierro. Dios seguramente les recompensará todo el amor a María y a la Iglesia que los moviliza.

Una cosa que hemos ido aprendiendo, y que este año se me ha hecho más patente, es que no se necesitan demasiadas complicaciones para celebrar la fe.

Una vez Jesús contó un par de parábolas, que aquí vienen al caso. Una de ellas es aquella del hombre que echa una semilla en la tierra, y crece por sí sola. La cuenta San Marcos 4,26-29. Las otras son las de la semilla de mostaza que se convierte en un gran árbol y la de la señora que pone un poco de levadura que levanta toda la masa (cf. Mt 13, 31-33).

El reino de Dios es “de Dios”, no hay vueltas que darle. Es suyo en un sentido único, exclusivo y original. Es “su” obra en el mundo. Y Dios obra cuando quiere, como quiere y donde quiere, adonde lo lleva su amor.

Vuelvo a lo mismo de recién: somos servidores de este misterio del amor humilde de Dios que no necesita mucho para hacerse notar.

El primer domingo de octubre nos reunimos para orar, para cantar y celebrar. Escuchamos la Palabra, hacemos silencio ante el misterio de Dios hecho hombre. Juntamos las manos y ponemos nuestra vida entre las manos de María. En el momento culminante de la jornada, llevamos pan y vino para el sacrificio. Vuelven a nosotros convertidos en el Pan de la vida y la Sangre de la Nueva Alianza.

Así son las cosas de Dios: humildes, silenciosas, reales y transformantes.

María es signo de todo esto. Ella misma es obra de Dios: toda de Dios y toda de nosotros, como dice un hermoso canto.

Estos son algunos de los ecos de lo que hemos vivido en torno a la fiesta de María del Rosario, la Virgen del Evangelio escuchado y orado. 

domingo, 2 de octubre de 2011

N S del Rosario, Patrona de la Arquidiócesis de Mendoza


RENOVACIÓN DE LA ENTREGA CONFIADA A MARÍA 2011

Esta es la oración que rezaremos esta tarde, al culminar la celebración patronal en honor a Nuestra Señora del Rosario.


Dice el Arzobispo:

Santa María, Madre Dios:

Como el discípulo amado al pie de la cruz, al concluir esta celebración eucarística, también nosotros te abrimos las puertas de nuestra casa, recibiéndote y confiándonos a ti con sencillez de corazón.
Queridos hermanos: ¡Aquí está nuestra Madre!

Virgen del Rosario: ¡Aquí tienes a tus hijos!

Todos, a una sola voz, repiten una o dos veces:

Virgen del Rosario: ¡Aquí tienes a tus hijos!

Dice el Obispo auxiliar:

Como nos enseñó el Beato Juan Pablo II: ¡Somos la Iglesia de Jesús: el pueblo de la vida!
Por eso, Madre, te confiamos, una vez más, la causa de la vida.

¡Enséñanos a cantar como tú las maravillas del Dios creador y salvador, que ama la vida!

¡Enséñanos a ser, también como tú, servidores de la vida, especialmente de la más vulnerable, frágil y amenazada: los pobres, los niños por nacer, los ancianos y enfermos, los adictos, los que sufren violencia o discriminación!

¡Contigo, María, somos el pueblo de la vida!

Todos, a una sola voz, repiten una o dos veces:

¡Contigo, María, somos el pueblo de la vida!

Dice el Arzobispo:

Como Pastor diocesano renuevo, María, la alianza que este pueblo creyente ha sellado contigo desde el inicio de la predicación evangélica, designándote su patrona y protectora.

¡Mendoza es tierra de María! Los invito a renovar nuestra entrega confiada a la Virgen del Rosario, rezando juntos la oración que está en la estampa repartida. Digamos entonces:

Todo el pueblo:

Santa María, Madre de Dios:
¡Aquí tienes a tus hijos!
Te recibimos como nuestra madre, modelo y protectora.
Renovamos nuestra alianza contigo.
Ponemos nuestra vida entera en tus manos.
María: ¡Somos todo tuyos!
Queremos renovar las promesas de nuestro Bautismo.
Confiamos en tu oración de cada día,
para vivir nuestra consagración a Dios, que es Amor.
Enséñanos a ser auténticos discípulos misioneros de Jesús.
Para seguir al Señor, renunciamos al pecado,
y a cuanto nos impide amar a Dios y al prójimo.
Contigo, renovamos nuestro SÍ a Cristo en la Iglesia,
para anunciar a todos la alegría del Evangelio,
sirviendo, como tú lo hiciste, a los más pobres y abandonados,
trabajando por el bien común de esta Patria Argentina.

Contigo, Madre, cantamos las maravillas del Señor,
para alabanza de la Santísima Trinidad:
en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.