sábado, 1 de junio de 2013

Sentimientos y pensamientos de un obispo

El pasado miércoles 23 de mayo, el Sr. Nuncio en Argentina me comunicó que el Santo Padre me había nombrado obispo de San Francisco. Lógicamente me preguntó si aceptaba la designación. Respondí que sí y que además estaba muy contento.

De ese momento hasta hoy, la alegría y el consuelo interior me han acompañado como sentimientos dominantes. Incluso cuando he tenido que decírselo a mi madre, pues esta designación supone mi partida de Mendoza. Su respuesta ha sido profundamente evangélica: es lo que Dios te pide, es tu misión. De esa mujer de fe, de la que recibí la vida, recibí una suprema lección de evangelio. No pudimos dejar de pensar en mi padre. Terminamos rezando por la diócesis de San Francisco y, de manera especial, por las vocaciones. 

Realmente es así. En el llamado de la Iglesia estoy experimentando, una vez más, la llamada del Señor, aquel “sígueme” que cambia todo. Es una gracia muy grande.

En la víspera de la publicación del nombramiento, rezando ante el Santísimo volví a leer el diálogo final entre Jesús y Simón Pedro: “¿me amas? … Señor, tú lo sabes todo, sabes que te amo…Apacienta mis ovejas”. Lo completé con la reflexión que el Papa Francisco dirigió a los obispos italianos, inspirándose precisamente en esta escena evangélica.

Del relato evangélico me quedó impreso también la declaración del discípulo amado desde la barca: “¡Es el Señor!”. Simón se arroja al agua para encontrarse con Jesús.

Bueno, la palabra siempre ilumina la vida. Todo esto resuena de manera especial en mi corazón en estos momentos.

Reconocer a Jesús, el Señor, de la mano de la Iglesia. Salir a su encuentro. Escuchar su llamada, su interpelación y su envío.

Mientras esperábamos la llegada del Arzobispo Franzini a Mendoza, en varias oportunidades tuve que explicar que el obispo es básicamente un misionero, un hombre que es llamado para continuar con la misión de los apóstoles: anunciar el Evangelio de Jesús.

En estos meses he tenido que profundizar este punto pues, después de algunos años, he vuelto a dar algunas clases de teología. Estoy enseñando el sacramento del orden, cuya esencia es, precisamente, la continuación en la Iglesia del mandato apostólico de Jesús.

Lo que la Iglesia vive y enseña es una realidad muy concreta, sobre todo, cuando toca la vida concreta de las personas, como en este caso a mí mismo. Y es una realidad muy concreta porque viene de Dios, lo más concreto que existe. Por eso ilumina, consuela, abre horizontes y anima a caminar.

Así me siento hoy: consolado interiormente y con entusiasmo para caminar.

Agradezco de corazón a todas las personas que, de varias maneras, se han conectado conmigo en estos días para saludarme, felicitarme y animarme. De Mendoza y de San Francisco, también de más lejos.
Gracias a todos.

Es cierto que la nueva misión supone para mí la partida de esta tierra y de esta iglesia madre. No puedo negar que, como decía el Guille de Mafalda, eso deja un agujerito en el corazón. Pero Dios es siempre más grande, y el gozo de Jesús colma siempre el corazón.

Del Seminario me habían pedido que, en el segundo semestre, volviera a dar el tratado sobre la Eucaristía. No podré hacerlo. Pero en el cuerpo eucarístico del Señor está la vida de la Iglesia, nuestra comunión y nuestra identidad más profunda. Tanto que llega al cielo y a la vida eterna.

En la Eucaristía estamos todos en comunión.