viernes, 25 de febrero de 2011

Lo único necesario

Una Iglesia preocupada de sí misma es inservible. Una organización, de las tantas que existen, de la que se puede prescindir sin mayores consecuencias.

El gran Papa Pablo VI declaró sencillamente: la Iglesia existe para el Evangelio, para evangelizar. Este es su gozo y su razón de ser: anunciar a todos los hombres el reinado de Dios en Jesucristo.

Dios, Jesucristo, los hombres y su salvación. Estos son los grandes temas de la Iglesia. No ella misma. Otro modo de expresarlo: el desafío más importante de la Iglesia hoy, como lo fue ayer y lo será mientras exista esta historia, es sencillamente la fe.

Nuestra razón de ser es hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que los corazones se abran a la acción de Dios. Nos toca sembrar.

A una comunidad cristiana que siembra la buena semilla de la Palabra de Dios no le faltará la acción fecunda del Espíritu.

“Con frecuencia nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, lamentablemente, es cada vez menos realista. Se ha puesto una confianza tal vez excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y funciones, pero ¿qué pasaría si la sal se volviera insípida?” (Benedicto XVI en Lisboa, 11 de mayo de 2010).

Los tiempos que vivimos nos están urgiendo volver a lo esencial de las cosas: Dios, Jesús, los hombres, la fe. O, como dijo Jesús a María de Betania: “Lo único necesario”. 

sábado, 19 de febrero de 2011

El atrio de los gentiles: ateos y creyentes

A partir de unas palabras del Papa pronunciadas a fines de 2009, el Pontificio Consejo para la Cultura ha puesto en marcha una iniciativa llamada: “El Atrio de los Gentiles”. Un primer paso se ha cumplido en Bolonia. A fines de marzo, la cita es en París, la ciudad de las luces.

La expresión hace referencia al gran patio del antiguo templo de Jerusalén hasta el que podían llegar los gentiles, es decir: los que no eran judíos. Un espacio abierto dentro del recinto sagrado, lugar de encuentro entre Dios y su pueblo.

Estas son las palabras del Papa Ratzinger: “Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de «patio de los gentiles» donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia. Al diálogo con las religiones debe añadirse hoy sobre todo el diálogo con aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido.”

El diálogo con el complejo mundo del ateísmo ha pasado por diversas etapas. Siempre ha sido un desafío de difícil concreción, por no decir imposible.

Ya Pablo VI, en el último capítulo de su encíclica Ecclesiam suam, reconocía estas dificultades de fondo con su característica lucidez (cf. Ecclesiam suam 92-98). Entre otras cosas, el Papa tenía en su corazón a la Iglesia del silencio, hostilizada precisamente por regímenes que habían hecho del ateísmo una razón de estado. Sin embargo, anotaba el Papa Montini: “Para quien ama la verdad, la discusión siempre es posible” (Ecclesiam suam 95).

“Para quien ama la verdad”. A mi criterio, este es precisamente el punto de partida de la nueva iniciativa, porque nuevas son las condiciones, tanto dentro de la Iglesia como en algunos círculos de no creyentes. El Papa Ratzinger dice algo parecido, pero con otras expresiones: el diálogo es posible con aquellos para quienes Dios es un desconocido, pero que, no obstante esto, “no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido.”

A nadie se le oculta que las divergencias entre creyentes y no creyentes son hondas. En realidad, se trata de una sola: Dios, la cuestión misma de Dios. Precisamente aquí señala Benedicto XVI el campo del diálogo, es decir: de la palabra que se ofrece, del corazón y la inteligencia que se ponen a la escucha, de la voluntad de tomar en serio al otro.

Los creyentes nunca podemos olvidar que, incluso en su revelación, Dios permanece inefable. El Dios revelado es el Dios oculto, que habita en una luz inaccesible. El silencio de Dios forma parte de la experiencia religiosa genuina. Así lo testimonian los místicos, pero también la vida, la oración y el peregrinar en la fe de quienes no lo somos. Todos somos buscadores. Es un punto en común con quien no cree en Dios.

sábado, 12 de febrero de 2011

Misa de los Enfermos en "El Challao"

Ayer, 11 de febrero, presidí la Santa Misa de los Enfermos en el Santuario "N. S. de Lourdes" de El Challao. Como comenté en el post anterior, era la XIX Jornada Mundial del Enfermo.

La celebración está a cargo de la Renovación Carismática, así que los cantos tuvieron el tono festivo que los caracteriza. Las personas participaron con espíritu de fe y un clima de oración muy profundo. Por mi parte, nunca había visto el templo tan repleto de fieles. 

La celebración se inició con el rezo del Rosario. Yo dirigí el primer misterio doloroso. Al ir concluyendo ingresó la imagen de la Virgen. A continuación tuvo lugar la celebración de la Eucaristía. Concluyó con la exposición solemne, procesión y bendición con el Santísimo Sacramento. Al final, hicimos la aspersión con el agua bendita, uno de los signos típicos de Lourdes.

No sé si exagero, pero en varios momentos tuve la sensación de estar dentro de algunos relatos del Evangelio. La multitud que rodea a Jesús, con el deseo de verlo y tocarlo. A mí también me tocaban. Me pedían la bendición, acercaban fotos de seres queridos, me pedían que bendijera a los chicos. Bendije también a muchas mamás embarazadas. Incluso una que esperaba a una parejita: varón y mujer. 

Levando el Santísimo, rodeado de la fe del pueblo pensé: "la fe reconoce, con sencillez y elocuencia, la presencia verdadera, real y sustancial del Señor bajo los velos eucarísticos: Señor, estos son tus discípulos. Son tuyos. A mí me toca encomendártelos, a ellos, a los suyos y sus necesidades". 

Espero que me entiendan. Yo no soy Jesús. Solo soy un pobre obispo. Pero creo haber comprendido un poco más de cerca lo que los evangelios nos dicen, cuando nos presentan a Jesús rodeado de una multitud. 

A continuación, transcribo la homilía que pronuncié.

Fiesta de N S de Lourdes - Misa de los Enfermos



María sigue dirigiendo esta súplica ardiente a Jesús: “No tienen vino”. Su voz se une a la nuestra, nuestros corazones al suyo. La plegaria brota del corazón y se expresa con los labios.

“No tienen vino”. Es la voz y el corazón de la Iglesia, cuya misión en abrir el mundo a la acción de Dios. Y la oración es una forma maravillosa de cumplir esta misión sagrada e indelegable.

Una Iglesia sin vida de oración sencillamente sería una organización que podría aspirar a algunos objetivos loables de transformación social, pero que abjuraría del fin sobrenatural que su Fundador le ha asignado: preparar esta tierra, por la oración, la penitencia y la caridad, a la única transformación que puede saciar de verdad el corazón humano: la resurrección.

El vino que María pide para la fiesta de bodas es el vino de la fe que llena de alegría el corazón del hombre. Es el vino de la escucha de la Palabra que se hace obediencia a la verdad de Dios. Es el vino de la Sangre del Cordero inmaculado que expía el pecado del mundo y nos trae la paz.

En su plegaria, María recoge, de manera especial la súplica de los más pobres, de los sufrientes, de los abandonados, de los enfermos.

Querido hermano y hermana que sufres: Dios comparte con vos tu sufrimiento. María, como hizo con Jesús en el Calvario, está también al pie de tu cruz.

Permítanme repetirles estas hermosas palabras del Santo Padre Benedicto XVI en su Mensaje para esta Jornada Mundial del Enfermo. Te dice el Papa:

Queridos enfermos y personas que sufren, es precisamente a través de las llagas de Cristo como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad. Al resucitar, el Señor no eliminó el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los venció de raíz. A la prepotencia del mal opuso la omnipotencia de su Amor. Así nos indicó que el camino de la paz y de la alegría es el Amor: «Como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). Cristo, vencedor de la muerte, está vivo en medio de nosotros. Y mientras, con santo Tomás, decimos también nosotros: «¡Señor mío y Dios mío!», sigamos a nuestro Maestro en la disponibilidad a dar la vida por nuestros hermanos (cf. 1 Jn 3, 16), siendo así mensajeros de una alegría que no teme el dolor, la alegría de la Resurrección.
Benedicto XVI, Mensaje para la XIX Jornada Mundial del Enfermo 2011, n° 2

María dirige con nosotros su plegaria ferviente a Jesús, su Hijo: “No tienen vino”. Ella se vuelve a nosotros y, mostrándonos el rostro y las manos poderosas de Cristo, nos repite: “Hagan todo lo que Él les diga”.

Al celebrar esta santa Eucaristía, renovemos nuestra disposición interior para escuchar las palabras de Cristo y realizarlas en nuestras vidas. Sobre todo, dispongámonos a realizar el mandamiento supremo del amor y del servicio que Jesús nos dejó como su testamento en la hora suprema de la Pascua, cuando Él se dispuso a dar la vida, porque nos amó hasta el fin.

Queridos hermanos enfermos: unidos a Cristo, muerto y resucitado, déjense transformar por su Espíritu. Ofrézcanse a ustedes mismos, haciendo de sus vidas un sacrificio de amor por el mundo entero, por nuestras familias, por nuestra Patria Argentina, por nuestra querida Mendoza.

Nuestra vocación es, por la oración y la ofrenda de nuestras vidas, abrir el corazón del mundo para que la potencia de Dios lo transforme desde su raíz. En realidad, esta es la obra del Espíritu Santo que silenciosa pero eficazmente toca los corazones para que se abran a la acción de la gracia divina, restaurando todas las cosas en Cristo.

Dios, sin embargo, ha querido involucrarnos en esta obra de la redención. Así como eligió y llamó a María para que ocupara su lugar como madre de su Hijo hecho hombre, nos llama a cada uno de nosotros para que también ocupemos nuestro puesto y realicemos nuestra misión.

Cuando nos alcanza la hora de la enfermedad, del dolor y del sufrimiento, nuestra misión se hace una sola cosa con el Cristo sufriente. El que asume su sufrimiento con la mirada fija en el Crucificado abre su corazón a los demás, se hace más solidario, humilde y compasivo. Libera así las enormes energías de bondad y de humanidad que Dios encierra en el corazón del ser humano.

¡Cuánta necesidad tiene nuestra sociedad de esas energías espirituales! Hechos recientes de inaudita violencia nos han sacudido en el alma: la tortura deshumanizante, el infame trabajo servil, especialmente de niños, el flagelo de la droga que parece no conocer límites. ¡Que la experiencia del egoísmo, la malicia y la injusticia no nos endurezcan! Por el contrario, renovemos nuestro compromiso con el bien, con la verdad y con la esperanza activa.
 
Con María, dirijamos a Jesús nuestra plegaria: “Señor, transforma una vez más el agua en vino. Enséñanos a ser como tú y a llevar tu alegría a nuestros hermanos, especialmente a los más tristes, a los pobres y abandonados. Y, cuando nos llegue la hora del dolor y de la prueba, sepamos subir contigo a la cruz, por la que viene la redención del mundo, por la que entra la resurrección y la vida plena. Amén.”


viernes, 11 de febrero de 2011

Jornada Mundial del Enfermo: el evangelio del sufrimiento


Desde hace 19 años la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes concuerda con la Jornada Mundial del Enfermo. 

Fue una iniciativa del Papa Juan Pablo II que, precisamente el 11 de febrero de 1984, había publicado su Carta Apostólica Salvifici doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento. Detrás del texto estaba la experiencia del Papa Wojtyla que, a partir del atentado sufrido de 1981, hizo del propio sufrimiento una cátedra desde la cual habló a la Iglesia y al mundo.

Es uno de los aspectos de la santidad de Juan Pablo II que seguramente volveremos a meditar acercándonos al día de su beatificación. 

Como toda realidad humana, el misterio del sufrimiento humano solo se esclarece en la Persona de Jesucristo, en su pascua de muerte y resurrección. “Al resucitar -escribe Benedicto XVI en su Mensaje- el Señor no eliminó el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los venció de raíz. A la prepotencia del mal opuso la omnipotencia de su Amor. Así nos indicó que el camino de la paz y de la alegría es el Amor: «Como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34).”

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Hace unos pocos días, conversando con una niña que apenas había traspuesto los diez años de vida, pero que estaba ya fuertemente probada por la enfermedad, quedé sorprendido ante una afirmación suya. Al comentarle que, después de estar con ella, tenía que visitar a un anciano enfermo, sencillamente me dijo: “Dígale de mi parte que la enfermedad es una prueba que Dios nos envía”. Repito: me sorprendió, dejándome en silencio. Creo que solo atiné a decir un tímido: “sí”.

Es verdad. La frase: “Dios envía la enfermedad como una prueba” es, desde un punto de vista teológico, muy problemática. Está cerca de la imagen pagana del Dios que castiga o que envía sufrimientos por motivos dudosos. Nada más lejos del Dios cristiano.

Sin embargo … Es bueno tener presente que las palabras dicen, pero también esconden verdades. Mucho más si estas verdades tienen que ver con las experiencias humanas más hondas. 

Y aquí estaba expresándose la experiencia de Dios de una niña. No por nada, Jesús dijo que quien quiera entrar en el Reino de los cielos debe hacerse niño. De cara Dios las palabras son más bien tímidos balbuceos que evocan el misterio. “Como un niño en brazos de su madre”, al decir del salmo. 

La frase de aquella niña era un eco del evangelio del sufrimiento, en cuyo centro está Jesús, el Hijo que compartió nuestra suerte, que nos ha mostrado así la compasión de Dios que redime al hombre.

domingo, 6 de febrero de 2011

Espiritualidad y psicología en la formación sacerdotal

Del 31 de enero al 4 de febrero tuvo lugar en Encuentro Nacional de Formadores de Seminarios de Argentina. Se realizó en el Seminario de la Arquidiócesis de Mercedes-Luján, en la provincia de Buenos Aires. El tema de este año fue: “La espiritualidad y la psicología en el acompañamiento formativo”.

Lejos han quedado los tiempos en que se veía con desconfianza el uso de la psicología en la formación sacerdotal. Pero también la fase de una cierta “psicologización” de la formación que, si bien no llegó a los extremos de los países anglosajones, fue también bastante problemática.

La sospecha hacia la psicología provenía, sobre todo, de una identificación de la misma con el psicoanálisis freudiano. En la medida en que esta ciencia nueva iba desarrollándose a partir de presupuestos antropológicos distintos al modelo materialista que está a la base de la psicología de Freud y de otras escuelas. En este proceso tuvo un rol decisivo el Instituto de Psicología de la Pontificia Universidad Gregoriana y la escuela fundada por el jesuita italiano P. Luigi Rulla.

La psicologización de la formación sacerdotal se ha dado toda vez que en el centro del proceso educativo se ha puesto la autorrealización del individuo más que la apertura de la persona al dinamismo trascendente y transformador de la verdad que se expresa en la llamada de Cristo y en la vocación sacerdotal. Este riesgo se vuelve más insidioso si se tiene en cuenta el fuerte sesgo narcisista de la cultura ambiente que, de manera particular, afecta a los adolescentes y jóvenes que se acercan al discernimiento vocacional.

En general, los seminarios de Argentina van logrando madurar un camino formativo que se distancia de uno y otro riesgo. Mucho se ha avanzado en este camino. Lo cual no significa que no queden cuestiones abiertas, problemas pendientes, puntos no del todo comprendidos. 

Uno de estos puntos es, sin duda, una mejor capacitación de los formadores. No basta la buena voluntad. Se requiere, además de un trabajo en equipo sólido y armónico, una serie de competencias y de conocimientos que, hoy por hoy, solo pueden desarrollarse con una capacitación específica. También aquí se han dado pasos importantes. Desde hace veinte años que la escuela de P. Rulla ofrece una serie de cursos de verano para formadores y formadoras del país.

El Encuentro de este año ha puesto el acento en el vínculo entre espiritualidad y psicología. Algo impensable años atrás. La centralidad de los valores teologales (fe, esperanza y caridad) en la vida cristiana y, por ende, en la vida y ministerio pastoral de los presbíteros, constituye el punto de referencia clave para un adecuado uso de las ciencias humanas. Estas apuntan a conocer mejor al sujeto en formación y su idoneidad en orden al ministerio. En casos concretos, ayudan a identificar y tratar los problemas que comprometen dicha idoneidad.

Es obvio que la psicología no puede decidir sobre la presencia o no de la vocación sacerdotal o del carisma del celibato. Se trata de una ciencia experimental. Vocación y celibato son realidades sobrenaturales, cuyos signos solo se pueden leer a la luz de la fe y en el marco del discernimiento que solo la Iglesia puede hacer. Estamos en el campo de acción del Espíritu Santo. 

Las ciencas humanas como la psicología o la psicopedagogía pueden aportar, y mucho, a la consolidación del sustrato humano sobre el que actúa la gracia de Dios. Ayudar a un autoconocimiento dinámico de la persona; procurar herramientas para superar eventuales dificultades; disponer al sujeto para vivir los valores teologales, especialmente la caridad, desde una suficiente madurez afectiva.