viernes, 16 de abril de 2010

Curas con el Cura

Fuimos 24 curas. El lunes 12, por la mañana temprano, nos subimos a algunos vehículos y pusimos dirección hacia el Norte. Más precisamente: hacia Villa Cura Brochero.

La meta era compartir la Pascua junto a los lugares marcados por la presencia de José Gabriel del Rosario Brochero, el Cura santo, cuya beatificación espera con ansias toda la Iglesia en Argentina, especialmente sus pastores.

Un pequeño grupo, casi insignificante, en peregrinación de fe.

El lunes por la tarde nos llegamos hasta Panaholma, cuya hermosa y blanquísima capilla, fue la última construcción iniciada por el “Señor Brochero”, ya aquejado de la lepra. Inaugurada en 1908, acaba de cumplir cien años.

Una señora del lugar -Doña Juana- nos ilustró sobre la capilla y sobre Brochero.

Celebramos luego la Eucaristía, presidida por el Arzobispo. Mons. Arancibia nos invitó a escuchar lo que nos dicen las cosas, santificadas por la presencia del hombre de Dios. Las reliquias hablan. Hay que hacer silencio para escuchar la voz de Dios a través de la humanidad de sus santos. Así habla el Dios hecho hombre.

Por la noche, compartimos la cena y una sencilla celebración por el cumpleaños 73 de nuestro Pastor.

El martes 13 se abrió con la celebración de Laudes en la capilla que custodia los restos mortales del Cura Brochero. Los salmos, los textos bíblicos, rezados y cantados con fe, son la oración de la Iglesia que sigue viviendo como aquella comunidad apostólica de la que nos hablan los Hechos de los apóstoles: la oración común, la fracción del pan, la enseñanza de los apóstoles, con un solo corazón y una sola alma, compartiendo los bienes.

Siguió una mañana de oración silenciosa y de meditación, ayudados por un texto evocador de la espiritualidad apostólica del Cura.

Entre medio, una visita al Museo, también guiados por la palabra sabrosa de una mujer cordobesa y enamorada del Cura Brochero: María Luisa. Con sabiduría y también con picardía, María Luisa, hizo hablar a las piedras y a los objetos allí custodiados. La casa de Ejercicios, la casa y escuela de las Esclavas, su hermosísima capilla en espera de restauración.

Escuchamos el corazón de un cura y su gente, latiendo en común, y con una meta común: abrir espacio al Reino de Dios que transforma los corazones más duros. El Evangelio que es acogido en la fe y que se hace forma de vida, cultura, paisaje.
La Eucaristía nos permitió alabar al Dios amor que nos regala la fraternidad sacerdotal y nos empuja al encuentro de su Hijo Jesucristo. “Hay que nacer de nuevo, nacer de lo alto, del agua y del Espíritu”, eran las palabras del Evangelista teólogo que iluminaban la peregrinación de fe de un grupo de curas. El Cristo crucificado, ante el cual Brochero llamaba a la conversión a sus paisanos, con su costado abierto le daba forma y figura a las palabras del Señor: hay que renacer del costado abierto del Crucificado.

Volvimos con el corazón caliente, como los de Emaús. Y por la misma razón que ellos: el Resucitado se nos mostró al partir el pan: el pan eucarístico y el pan de la comunión fraterna.

24 curas con el Cura Brochero.

En este Año sacerdotal: ¡gracias, Señor, por el don del sacerdocio ministerial! ¡Cuida y defiende a los que has llamado al ministerio santo de pastorear a los hermanos! ¡Santifica a quienes has hecho signos sacramentales de tu amor de Pastor! Amén.

domingo, 4 de abril de 2010

Un Cristo vivo

"Hay que predicar a Cristo, padre, pero a un Cristo vivo". Más o menos, estas suelen ser las palabras que varias veces he escuchado de personas vinculadas a la Renovación carismática.

"Un Cristo vivo". Confieso que varias veces, en este último tiempo, he vuelto sobre esta expresión. Como quien, de repente, cae en la cuenta de que su simpleza es la expresión de algo muy serio y profundo.

"Un Cristo vivo, porque no tenemos que buscar entre los muertos al que está vivo. No está aquí, ha resucitado, como él mismo lo predijo".

Queridos amigos: María Magdalena y las otras mujeres, junto con el discípulo amado del evangelio según san Juan, son la referencia permanente de lo que constituye el alma de la Iglesia: el amor que ve y comprende los signos del amor.

En esta Pascua, a todos ustedes, les deseo precisamente esto: que los ojos de la fe, iluminados por el fuego del amor, les permitan reconocer al Viviente, reconocer el sonido de su voz en medio de tantos ruidos, la luminosidad de su cuerpo glorificado en medio de tanta oscuridad.

"Les anuncio a Jesucristo, a un Cristo vivo".

PD. Hago mías las palabras del Cardenal Sodano al Papa Benedicto: "Felices Pascuas Santo Padre, la Iglesia está contigo, dulce Cristo en la tierra ... Nos abrazamnos a ti, infalible roca de la Santa Iglesia de Cristo"

jueves, 1 de abril de 2010

Misa crismal: el óleo de la alegría

Acabo de leer la preciosa homilía del Papa Benedicto XVI (ad multos annos) en la Misa crismal de Roma. La recomiendo vívamente.

A partir de los cuatro elementos materiales en torno a los cuales gira la liturgia de la Iglesia -el agua, el pan, el vino y el aceite- desarrolla una espléndida catequesis mistagógica, al estilo de aquellas de Cirilo de Jerusalén que todavía nos admiran.

Al hablar de óleo, desarrolla también una rica visión del sacerdocio de Cristo participado por los ministros ordenados.

Transcribo, a continuación, un párrafo particularmente bello. Nos ayude a entrar en el misterio pascual de Cristo.

Los Padres de la Iglesia estaban fascinados por unas palabras del salmo 45 [44], según la tradición el salmo nupcial de Salomón, que los cristianos releían como el salmo de bodas de Jesucristo, el nuevo Salomón, con su Iglesia. En él se dice al Rey, Cristo: «Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros» (v.8). ¿Qué es el aceite de júbilo con el que fue ungido el verdadero Rey, Cristo? Los Padres no tenían ninguna duda al respecto: el aceite de júbilo es el mismo Espíritu Santo, que fue derramado sobre Jesucristo. El Espíritu Santo es el júbilo que procede de Dios. Cristo derrama este júbilo sobre nosotros en su Evangelio, en la buena noticia de que Dios nos conoce, de que él es bueno y de que su bondad es más poderosa que todos los poderes; de que somos queridos y amados por Dios. La alegría es fruto del amor. El aceite de júbilo, que ha sido derramado sobre Cristo y por él llega a nosotros, es el Espíritu Santo, el don del Amor que nos da la alegría de vivir. Ya que conocemos a Cristo y, en Cristo, a Dios, sabemos que es algo bueno ser hombre. Es algo bueno vivir, porque somos amados. Porque la verdad misma es buena.


Una vez más: oremos por nuestro Santo Padre Benedicto XVI.