martes, 25 de diciembre de 2012

El optimismo católico

Ya sé que la palabra "optimismo" puede dar lugar a infinitas discusiones. Pero la uso deliberadamente, y para introducir el Mensaje del Santo Padre en esta Navidad.

Estamos acostumbrados a que nuestros amigos de los medios utilicen, a la hora de darnos noticias sobre el Papa, expresiones como: "condenó" "arremetió", etc. Todo oscuro, muy oscuro...

Aquí va un mensaje que puede ayudarnos a recuperar aliento en esta calurosa Navidad.

Destaco aquí un párrafo que me parece sencillamente evangélico. Abajo reporto el Mensaje completo.

Este poder del hombre de cerrarse a Dios puede darnos miedo. Pero he aquí la realidad que aleja este pensamiento tenebroso, la esperanza que vence el miedo: la verdad ha brotado. Dios ha nacido. «La tierra ha dado su fruto» (Sal 67,7). Sí, hay una tierra buena, una tierra sana, libre de todo egoísmo y de toda cerrazón. Hay en el mundo una tierra que Dios ha preparado para venir a habitar entre nosotros. Una morada para su presencia en el mundo. Esta tierra existe, y también hoy, en 2012, de esta tierra ha brotado la verdad. Por eso hay esperanza en el mundo, una esperanza en la que poder confiar, incluso en los momentos y en las situaciones más difíciles. La verdad ha brotado trayendo amor, justicia y paz.

MENSAJE "URBI ET ORBI"

Martes 25 de diciembre de 2012

«Veritas de terra orta est» - «La verdad ha brotado de la tierra» (Sal 85,12)

Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, feliz Navidad a todos vosotros y vuestras familias.

Expreso mi felicitación esta Navidad, en este Año de la fe, con estas palabras tomadas del Salmo: «La verdad brota de la tierra». En realidad, en el texto del Salmo las encontramos en futuro: «La verdad brotará de la tierra»; es un anuncio, una promesa, acompañada de otras expresiones que juntas suenan así: «La misericordia y la verdad se encontrarán, / la justicia y la paz se besarán; / la verdad brotará de la tierra, / y la justicia mirará desde el cielo; / el Señor nos dará la lluvia, / y nuestra tierra dará su fruto. / La justicia marchará ante él, / la salvación seguirá sus pasos» (Sal 85,11-14).

Hoy, esta palabra profética se ha cumplido. En Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, se encuentran realmente la misericordia y la verdad, la justicia y la paz se han besado; la verdad ha brotado de la tierra y la justicia mira desde el cielo. San Agustín explica con feliz concisión: «¿Qué es la verdad? El Hijo de Dios. ¿Qué es la tierra? La carne. Investiga de dónde nació Cristo, y verás que la verdad nació de la tierra… la verdad nació de la Virgen María» (En. in Ps. 84, 13). Y en un sermón de Navidad afirma: «Con esta festividad anual celebramos, pues, el día en que se cumplió la profecía: “La verdad ha brotado de la tierra, y la justicia ha mirado desde el cielo”. La Verdad que mora en el seno del Padre ha brotado de la tierra para estar también en el seno de una madre. La Verdad que contiene al mundo, ha brotado de la tierra para ser llevada por manos de una mujer… La Verdad a la que no le basta el cielo, ha brotado de la tierra para ser colocada en un pesebre. ¿En bien de quién vino con tanta humildad tan gran excelsitud? Ciertamente, no vino para bien suyo, sino nuestro, a condición de que creamos» (Serm. 185, 1).

«A condición de que creamos». Ahí está el poder de la fe. Dios ha hecho todo, ha hecho lo imposible, se ha hecho carne. Su omnipotencia de amor ha realizado lo que va más allá de la comprensión humana, el Infinito se ha hecho niño, ha entrado en la humanidad. Y sin embargo, este mismo Dios no puede entrar en mi corazón si yo no le abro la puerta. Porta fidei. La puerta de la fe. Podríamos quedar sobrecogidos, ante nuestra omnipotencia a la inversa. Este poder del hombre de cerrarse a Dios puede darnos miedo. Pero he aquí la realidad que aleja este pensamiento tenebroso, la esperanza que vence el miedo: la verdad ha brotado. Dios ha nacido. «La tierra ha dado su fruto» (Sal 67,7). Sí, hay una tierra buena, una tierra sana, libre de todo egoísmo y de toda cerrazón. Hay en el mundo una tierra que Dios ha preparado para venir a habitar entre nosotros. Una morada para su presencia en el mundo. Esta tierra existe, y también hoy, en 2012, de esta tierra ha brotado la verdad. Por eso hay esperanza en el mundo, una esperanza en la que poder confiar, incluso en los momentos y en las situaciones más difíciles. La verdad ha brotado trayendo amor, justicia y paz.

Sí, que la verdad brote para la población de Siria, profundamente herida y dividida por un conflicto que no respeta ni siquiera a los enfermos y cosecha víctimas inocentes. Una vez más hago un llamamiento para que cese el derramamiento de sangre, se faciliten las ayudas a los prófugos y a los desplazados y, a través del diálogo, se alcance una solución política al conflicto.

Que la paz brote en la Tierra donde nació el Redentor, y él conceda a israelíes y palestinos la valentía de poner fin a tantos años de luchas y divisiones, y emprender con decisión la vía de la negociación.

Que en los países del Norte de África, que atraviesan una profunda transición en la búsqueda de un nuevo futuro – en particular en Egipto, la amada tierra bendecida por la infancia de Jesús – los ciudadanos construyan juntos sociedades basadas en la justicia, el respeto de la libertad y la dignidad de cada persona.

Que la paz brote en el vasto continente asiático. Que el Niño Jesús mire con benevolencia a los numerosos pueblos que habitan en aquellas tierras y, de modo especial, a cuantos creen en él. Que el Rey de la Paz dirija su mirada a los nuevos dirigentes de la República Popular China en el alto cometido que les espera. Expreso mis mejores deseos de que en esta misión se valore la contribución de las religiones, respetanto a cada una de ellas, de modo que puedan contribuir a la construcción de una sociedad solidaria, para bien de ese noble pueblo y del mundo entero.

Que la Navidad de Cristo favorezca la vuelta de la paz en Malí y de la concordia en Nigeria, donde crueles atentados terroristas continúan causando víctimas, particularmente entre los cristianos. Que el Redentor ayude y consuele a los prófugos del Este de la República Democrática del Congo y conceda la paz a Kenia, donde sangrientos atentados han golpeado la población civil y los lugares de culto.

Que el Niño Jesús bendiga a los numerosos fieles que lo celebran en Latinoamérica. Que haga crecer sus virtudes humanas y cristianas, sostenga a cuantos se han visto obligados a emigrar lejos de su familia y de su tierra. Que fortalezca a los gobernantes en su compromiso por el desarrollo y en la lucha contra la criminalidad.

Queridos hermanos y hermanas, amor  y verdad, justicia y paz se han encontrado, se han encarnado en el hombre nacido de María en Belén. Ese hombre es el Hijo de Dios, es Dios que ha entrado en la historia. Su nacimiento es un brote de vida nueva para toda la humanidad. Que todas las tierras sean una tierra buena, que acoge y hace brotar el amor, la verdad, la justicia y la paz. Feliz Navidad. 

lunes, 24 de diciembre de 2012

En Navidad redescubramos la amistad de Dios


Jesús nació en un pesebre porque no había lugar para él en el albergue. Se le cerraron todas las puertas. Así lo cuenta el Evangelio.

Sin embargo, aquí está precisamente la buena noticia: la vida sabe abrirse paso, no obstante todos los obstáculos.

La escena de Navidad -con asno y buey incluidos- es maravillosamente humana. De ahí que las distintas culturas que han conocido el Evangelio la hayan hecho suya. Tenemos pesebres con rostro europeo, asiático, latinoamericano, africano, etc.

Ni que hablar de la Navidad como fuente de inspiración artística. Pienso en la Misa criolla del maestro Ariel Ramírez. O en la más moderna “Carpintería José” de Salzano, cantada por la prodigiosa voz de Jairo.

Este hecho es un indicador de que el Evangelio toca el núcleo del ser humano: su conciencia, su razón, su mundo afectivo. Navidad es una palabra universal comprensible.

¿Cómo expresar con palabras lo que el arte, los gestos y los ritos dicen a su manera?

Yo lo diría así: en ese niño que nace de María, Dios se muestra amigo y compañero de camino de los hombres. Dios se muestra humano.

Los cristianos lo decimos con una palabra inmensa, tomada del Evangelio según San Juan: encarnación. La palabra “carne” es usada en la Biblia para indicar al ser humano en su fragilidad y vulnerabilidad. El Hijo de Dios se encarnó, se hizo carne: tomó nuestra condición humana, tal como es; se hizo uno de nosotros.
Navidad es, por eso, un gesto de amistad. Y de una amistad sincera, sin segundas intenciones.

Así Jesús muestra el rostro genuino de Dios. Y no solo lo muestra, sino que lo mete en el corazón de la historia humana. Esto es lo más valioso que Jesús ha traído a la humanidad: ha traído a Dios, y a un Dios que nos humaniza por su cercanía.

Lo que Navidad muestra con los rasgos entrañables de una madre que da a luz a su hijo, la Pascua lo dirá con el dramatismo de la pasión, de la cruz y de la tumba vacía.

El mensaje es el mismo: el amor de Dios por cada ser humano es inquebrantable, siempre fiel, para siempre. No se echa atrás ante el rechazo, el insulto, la burla o esa increíble variedad de recursos que tenemos los seres humanos para despreciarnos y humillarnos. Es mano siempre tendida, perdón y reconciliación.

Se puede fundar la vida sobre el sólido cimiento de la amistad de Dios. Eso es precisamente la fe. La palabra “amén” indica ese echar raíces en la roca sólida que es Dios, aliado fiel y fiable del ser humano.

Celebrar el Nacimiento de Cristo es una buena oportunidad para redescubrir los caminos que nos conducen a la amistad con Dios, pero también a la amistad entre las personas, incluso a la amistad como principio que anime la convivencia ciudadana.

Este es un aspecto sobre el que quisiera detenerme. Las sociedades necesitan normas, leyes y estructuras que regulen su vida social, económica y política. Incluso la cultura requiere de protección legal para su desarrollo. La lucha por alcanzar el mayor orden justo posible es una meta siempre desafiante y nunca lograda del todo.

Sin embargo, la más sofisticada legislación u organización política resultan sencillamente impotentes si no tienen, como sustrato y contraparte, una comunidad humana rica en valores espirituales, éticos y culturales. Que es lo mismo que decir: si no hay hombres y mujeres libres que viven a pleno su condición humana. No hay sociedad justa sin ciudadanos virtuosos, según un planteo clásico que vuelve a escucharse en teoría política.

Aquí radica uno de los desafíos de más largo alcance que tenemos como sociedad. Nos involucra a cada uno como personas.

La tradición cristiana afirma que el Hijo de Dios no sólo se hizo hombre, sino que además buscó el último lugar. Asumió la condición de un humilde servidor. Así rescató al hombre caído: poniéndose en su lugar y recreando, desde allí, la naturaleza humana.

La amistad es precisamente esto: búsqueda compartida del bien real para los amigos. Supone ponerse en el lugar del otro. Es el esfuerzo de mirar la vida desde el lugar del otro. “Un amigo es uno mismo en otro cuero”, anotaba con pícara sabiduría Atahualpa Yupanqui.

Si esta tensión de ponerse en el lugar del otro desaparece o se minimiza en el entramado de la vida cotidiana, esta se transforma en una despiadada lucha por la supervivencia, en la imposición del más fuerte, llegando incluso a pervertir la justicia misma. Prevalece el dogma fundamental de la cultura dominante: no hay nada mayor que el sujeto individual y sus deseos; el otro es un enemigo o un insignificante.

El relato evangélico del nacimiento de Jesús no indica otra dirección. Nos ubica contracorriente. Ilumina con su poderosa luz divina un dato fundamental de la existencia humana: la persona solo encuentra su plenitud en el don de sí, compartiendo y entregándose.

Jesús se despertó a la vida como cada uno de nosotros: por la sonrisa de su joven madre, mientras lo amamantaba. Podemos imaginar también a José, como lo hace la poesía de Salzano, llorando de alegría. En ese momento, todo el sufrimiento vivido desapareció. La vida había triunfado, porque había prevalecido la fuerza del amor, el de Dios y de los hombres.

Jesús aprendió así a vivir en un mundo rico de relaciones humanas. Como escribía un autor espiritual moderno: aprendió primero a ser hermano, el que un día, como redentor, debía dar la vida por todos.

Es un buen punto de vista para reflexionar en Navidad, y, sobre todo, para imitar.

¡Muy feliz Navidad para todos!

sábado, 8 de diciembre de 2012

La infancia de Jesús


Durante la pasada reunión de la Comisión Permanente del Episcopado argentino, el Nuncio del Papa, Mons. Emile Paul Tscherrig, nos regaló a los obispos de la Comisión el libro del Santo Padre sobre la infancia de Jesús.

Es un texto breve y sencillamente delicioso. Se lee con placer y -creo yo- con provecho espiritual.

En esos días, una periodista de Los Andes me mandó una serie de preguntas sobre el libro. Algunas de mis respuestas han aparecido en un artículo que publica el diario este 8 de diciembre.

Por su interés, transcribo a continuación tanto las preguntas como el contenido completo de mis respuestas.

Está de más decir que aconsejo vivamente la lectura del libro del Santo Padre.

1) ¿Qué nos quiere reflejar Joseph Ratzinger en esta última obra?

Este libro es parte de un proyecto más amplio: escribir sobre la figura y el mensaje de Jesús. La fuente principal: los escritos del Nuevo Testamento, especialmente los evangelios.
Una correcta interpretación de estos textos supone dos preguntas: ¿qué mensaje quisieron transmitir sus autores? ¿Qué me dicen a mí, aquí y ahora?

La fe cristiana es encuentro con Jesús como un ser vivo, no como un mero personaje del pasado. La lectura de la Biblia supone tomar en serio estos dos aspectos: La Biblia es palabra de Dios en palabra humana.

Este tercer volumen -el más breve- enfoca los relatos de la infancia de Jesús, transmitidos por diferentes tradiciones y recogidos por dos evangelistas: Lucas y Mateo.

Estos relatos responden a la pregunta fundamental del evangelio (¿Quién es Jesús?) prestando atención a su origen: nacimiento, a su pueblo e historia, a su concepción virginal.

2) ¿Qué opinión le merecen a la Iglesia local las diferencias referidas al Pesebre de Navidad, como la existencia de animales o la procedencia de los Reyes Magos? a qué apunta el autor del libro?

La intención del Papa no ha sido polemizar con la práctica tradicional del pesebre. Todo lo contrario: mostrar su verdad y hondura de fe. En ambos casos, ha mostrado cómo la Iglesia ha leído estos relatos a la luz de la misma tradición bíblica.

Es cierto: el relato de san Lucas no habla ni del buey ni del asno. Dice sencillamente que Jesús fue recostado sobre un pesebre. Al buen conocedor de la Biblia, ese dato le evoca algunos textos del antiguo testamento, por ejemplo Is 1,3: “El buey conoce a su amo, el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende”.

En el caso de los magos, también el relato de san Mateo ha sido leído a la luz de otros textos bíblicos, identificando en estos sabios a los pueblos de la tierra que reconocen al Salvador. El Salmo 72 habla de reyes lejanos, de oriente a occidente, que le traen regalos al Mesías.
Así se lee la Biblia. Los textos se iluminan mutuamente. El armado del pesebre es un acto sencillo de representación del entero mensaje bíblico, por eso -como el mismo Papa lo afirma- no se puede hacer sin incluir al buey, al asno, a los reyes, y demás personajes.

3) ¿Considera que se debe trazar una diferenciación entre lo que es una "tradición" del real significado del nacimiento de Jesús?. Si es así, ¿porqué?

El real significado del nacimiento de Cristo solo se interpreta en el marco de la tradición de la Iglesia. El texto bíblico ya es tradición. Antes de ser puestos por escrito, estos relatos circularon como tradición oral. Una vez que fueron puestos por escritos han dado lugar a un conjunto muy sólido y armónico de tradiciones espirituales, devocionales e incluso artísticas.

Es cierto: siempre hay que volver al texto bíblico. Allí está el Evangelio en toda su pureza. Pero el mensaje evangélico no se puede interpretar sin prestar atención a los efectos que su anuncio ha producido a lo largo de la historia. La “Misa criolla” del maestro Ariel Ramírez, por poner un ejemplo, forma parte de ese rico proceso de transmisión del evangelio. Sus melodías son ya inseparables del mensaje evangélico. La fe se hace cultura, decía Juan Pablo II.

4) En este sentido, ¿cuál es la esencia de la Navidad?

La esencia de la Navidad está en esas palabras entrañables del evangelio del San Lucas. “Mientras estaban en Belén, a María le llegó el tiempo de ser madre y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en el albergue” (Lc 2,6s).

Ese Niño es Dios con nosotros. No es mito, es historia real. La fe nos permite descubrir en ese niño al Dios amigo de hombre que se ha hecho uno de nosotros.  

5) ¿Cuál es el mensaje para los creyentes mendocinos que este 8 de Diciembre se reunirán para armar el tradicional Pesebre?

Yo diría lo que apunté más arriba: al poner las figuras de María, José, el Niño y los demás en el pesebre, pensemos que estamos formando parte del evangelio de Cristo. En algunas tradiciones populares, junto a los personajes evangélicos se colocan hombres y mujeres ataviados con las ropas típicas de cada pueblo. Tenemos también representaciones argentinas de pesebres gauchos.

La fe despierta la creatividad y la imaginación. La fe siempre toca las fibras más íntimas del hombre. La fe humaniza. Armar el pesebre tiene que ser una fiesta. Eso precisamente quiere decir la palabra evangelio: una noticia buena que llena el corazón de alegría.

Inmaculada Concepción

Les cuento que anoche nos reunimos un nutrido grupo de personas para comenzar a celebrar la Solemnidad de la Inmaculada, en el templo de la "Purísima" de Guaymallén.

Lo hicimos con la celebración del Himno "Akathistos", que fue cantado completo con la inestimable ayuda de un coro de jóvenes reunido para la ocasión.

Como saben, el Himnos "Akathistos" es una antigua composición bizantina, de autor anónimo, muy apreciada por nuestros hermanos de Oriente y que, gracias a Dios, desde hace un tiempo ha comenzado a difundirse en la Iglesia latina, en distintas versiones y traducciones.

Nosotros usamos una traducción que nos ha llegado a través de los Monjes del Cristo orante y con una melodía que, según sé, ha sido compuesta en Francia por los miembros del Foyer de Charité.

Como suele ocurrir con estas cosas, hay que vivirlas para apreciarlas en su realidad. La belleza de la poesía, de la melodía y de la oración se unen para celebrar el misterio de Cristo, tal como lo refleja la Virgen madre.

Fue una hermosa celebración.

En María Inmaculada se percibe y experimenta el verdadero poder de la gracia, su alcance y significado: el Verbo encarnado nos diviniza haciéndonos más humanos; o, también: nos humaniza porque es precisamente Dios con nosotros.

Cada tanto me pregunto: ¿hacia dónde conducen los caminos que transitamos los seres humanos? ¿Hacia dónde va mi vida?

En muchos sentidos no tengo ciencia para responder. No lo sé.

Obviamente, la incertidumbre, pero también la curiosidad, son compañeras inseparables de camino del ser humano. Para muchos hermanos, la incertidumbre va también unida a la desesperación por el futuro. O, al menos, la sensación de vacío o de sin sentido.

La fe cristiana es luz para los ojos. Nos permite ver la realidad. A condición, claro está, que demos el salto que siempre supone confiarse a la palabra que percibimos viene de Dios.

Cumplido este paso, la fe abre los ojos para ver, como a aquellos ciegos del camino que fueron liberados de su ceguera por Jesús.

Con los ojos de la fe se contempla el rostro de la Inmaculada. Allí se comprende cuál es la meta de todos los caminos de la humanidad.

Esta tarde comparto con la comunidad católica de Palmira la celebración de su patrona, a veinticinco años de la coronación de su Imagen. Desde allí estaré unido a todos mis hermanos que, con alegría y mucha esperanza, ser reúnen para celebrar la belleza de María.