domingo, 25 de julio de 2010

Patrón Santiago


Transcribo abajo la oración que pronucié esta tarde, celebrando al Santo Patrono Santiago, y renovando su patronazgo sobre Mendoza.

Santiago Apóstol,
Peregrino y Testigo valiente de la fe,
Patrón y protector de la ciudad, de la provincia
y de la Arquidiócesis de Mendoza:

En nombre de todos los fieles católicos de Mendoza; pero también de todos los ciudadanos que te invocan, llamándote con cariño: “el Patrón Santiago”, hoy me pongo ante tus pies, inclino ante ti mi cabeza, y te presento la ofrenda de este pueblo trabajador, orgulloso de su pasado, que quiere responder con espíritu cristiano a los desafíos del presente, y que mira con esperanza su futuro.

Santo Patrono Santiago ruega por nosotros y protege a Mendoza

¿Qué tenemos para ofrendarte si todo lo que tenemos lo hemos recibido de las manos de Dios, Creador y Providente, a cuyo servicio pusiste toda tu vida?

Sabemos que tu patronazgo sobre Mendoza está hecho de amor, de cuidado y de intercesión constante ante tu Señor Jesucristo. Este pueblo que camina a la sombra de Los Andes, en esta tierra generosa que cada tanto se sacude recordándonos que es una tierra viva, y que hemos de cuidar con responsabilidad como un don del cielo, descubre ante Ti sus anhelos, sus esperanzas, sus éxitos pero también sus incertidumbres y fracasos.

Santo Patrono Santiago ruega por nosotros y protege a Mendoza

En esta hora de la historia, los que nos reconocemos discípulos de Jesús, queremos aprender de tu testimonio de vida, de tus virtudes, especialmente de tu fortaleza y de tu esperanza.

Suplicamos, por tu intercesión, la gracia de vivir con alegría nuestra fe en Jesucristo, nuestra vocación misionera, y nuestro compromiso con la dignidad de todos, especialmente, de los pobres y excluidos.

Acompaña a nuestra Iglesia Diocesana de Mendoza para que crezca como comunidad de fe, esperanza y amor, en el corazón de cada bautizado, de cada familia fundada sobre el amor de un hombre y una mujer, y en cada comunidad cristiana.

Santo Patrono Santiago ruega por nosotros y protege a Mendoza

Santo Patrono Santiago: renuevo ante tu venerada imagen el compromiso de reconocerte como Patrono, Guía y Protector de este Pueblo.

De tu mano, y de la mano de María, Nuestra Señora del Rosario, seguimos caminando hacia Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

Al Dios amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios uno y trino, sea todo honor y toda gloria, en la comunión de los santos, por los siglos de los siglos.

Amén.

viernes, 23 de julio de 2010

Jesucristo

Ha escrito el Papa Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” (Dios es amor 1).

La fe es así el encuentro con una Persona: Jesucristo. Para la fe católica, Jesucristo es un ser viviente. Vive, habla y actúa, de tal modo, que puede alterar el curso de la vida de quien lo conoce, y se deja interpelar por Él.

Así lo atestigua la experiencia de los grandes creyentes: de los primeros discípulos a los santos de hoy. El encuentro con Cristo ha sido para ellos una revolución que les ha abierto nuevos caminos, insospe-chados y fascinantes. Pensemos en Teresa de Calcuta que emprendió su aventura de caridad, habiendo escuchado a Cristo, mientras viajaba en tren.

La fe es algo más que un mero saber que Dios existe. Es confiarse a Dios y a su palabra, porque Él es la Verdad y no puede engañar. Es don de Dios, y respuesta libre del hombre, en pleno uso de sus facul-tades. La fe ilumina la razón humana, la sostiene y le abre al horizonte infinito de la verdad. La fe es un acto personal, a la vez que profundamente comunitario. El verbo creer se conjuga siempre en singular (“creo”) y en plural (“creemos”).

Con la luz interior del Espíritu Santo, el hombre puede descubrir los signos de Dios en su vida, en la creación, en el testimonio de los santos, en los acontecimientos de la historia. Sin embargo, el gran signo de Dios al hombre es Cristo crucificado. La fe -en su sentido más hondo- es la respuesta libre del hombre al amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo.

Las fórmulas dogmáticas de la Iglesia expresan la profundidad del misterio con palabras solemnes, im-perecederas, luminosas. “Creo en Dios Padre todopoderoso … Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor … Creo en el Espíritu Santo”. Así confesamos nuestra fe los católicos cada domingo, después de escuchar los textos de la Biblia. La fe es siempre respuesta a Dios que habla primero.

Para la fe católica, Jesús, un judío del siglo Iº, que nació de María y murió bajo Poncio Pilato, es “Cris-to”, es decir: lleno del Espíritu de Dios. Es también “Señor”. Y, sobre todo, es “Hijo unigénito”. Todo lo que el Nuevo Testamento dice de Jesús se resume en este título: “Hijo”. Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Murió para salvarnos; y Dios, su Padre, lo resucitó.

¿De dónde provienen estas afirmaciones de fe? De los escritos del Nuevo Testamento, custodiados y transmitidos por la tradición viva de la Iglesia. En ellos, la Iglesia ha reconocido la voz de Dios y, por eso, los reconoce como Palabra de Dios inspirada.

A mediados del siglo Vº, la Iglesia tuvo que expresar su fe en Jesucristo, definiendo con precisión los límites que nunca podrán ser franqueados si se quiere permanecer en la fidelidad a Jesús de Nazaret, y a lo que dicen de él los escritos del Nuevo Testamento. De Jesucristo afirmó el Concilio de Calcedonia: “Una persona en dos naturalezas”. Verdadero Dios y verdadero hombre. La fe eclesial traduce así el testimonio bíblico: “El Verbo de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria” (Jn 1,14).

Un gran creyente del siglo Iº -Pablo de Tarso- escribirá: “Mientras vivo esta vida mortal, vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,19-20).

Aquí está todo. Un hombre concreto es también Dios en persona. Dios hecho hombre. Salvador de todos los hombres. Con esta fe se vive, y con ella también se muere. Aquí está toda la pretensión de la fe cristiana.

martes, 13 de julio de 2010

La lengua del culto

La cuestión litúrgica sigue generando discusión. Es lógico. Preguntarse por el modo correcto de celebrar el culto, es una de las preguntas vitales de la fe. Atraviesa toda la historia del cristianismo.

La Iglesia, al abrir las puertas a las lenguas vernáculas, puso en marcha un proceso que está recién en sus inicios: la conformación de nuevas lenguas litúrgicas. El culto divino tiene registros propios de lenguaje: Dios nos habla, y nosotros a Él. Todas las grandes culturas y religiones muestran claramente esta especificidad única del lenguaje del culto, especialmente cuando reservan una lengua “muerta” para subrayar esa originalidad del encuentro con Dios en la plegaria y el culto.

No es de extrañar, entonces, que las nuevas traducciones promovidas por el Episcopado Argentino del Misal, del Evangeliario y del Leccionario estén dando lugar a una discusión encendida. Al menos, por mi parte, la considero también una saludable discusión.

Sin duda, estas traducciones son legítimas y estables. Un rasgo de la lengua litúrgica, justamente, es su estabilidad y perdurabilidad. Así se pueden, entre otras cosas, memorizar perícopas o frases enteras de la Escritura o de los textos litúrgicos. Lo cual es fundamental para la espiritualidad y piedad del Pueblo de Dios.

Creo, sin embargo, que quienes usamos los libros litúrgicos, respetándolos en su literalidad, tenemos que ir prestando atención a posibles errores o traducciones menos logradas. En definitiva, es el uso creyente de la “Ecclesia orans” lo que ha ido configurando el modo típico de orar y rendir culto a Dios, propio de las diversas familias rituales católicas.

Escribo esto, porque algunos amigos me han estado comentando las dificultades que van encontrando en el uso del Misal y de los textos sagrados del Leccionario. Tenemos que seguir trabajando para alcanzar un lenguaje litúrgico digno. En definitiva, un modo de hablar que brote del misterio mismo que se celebra.

He hablado del Misal (y, por ende, de los otros libros litúrgicos, como los Rituales), y del Leccionario. Algo similar habría que decir de ese campo devastado que es el canto y la música sagrados. En fin, miremos hacia adelante, estimulados por todo lo que tenemos que hacer.

sábado, 10 de julio de 2010

¿Sos feliz?

El pasado fin de semana (2-4 de julio) realicé la Visita pastoral a la Parroquia “San José Obrero” de Gutiérrez. Con el Arzobispo hemos optado por hacer visitas breves, tratando de abarcar en los próximos dos años la mayor cantidad posible de parroquias. La idea es animar con nuestra presencia la vida de fe y la acción evangelizadora de los católicos, orientados por el Plan de Pastoral.

La de Gutiérrez fue una visita breve pero intensa. Con mucha alegría puedo decir que encontré una comunidad cristiana con enorme vitalidad. Su párroco, el P. Raúl Marianetti está cumpliendo 25 años de sacerdote, 10 de los cuales los ha pasado precisamente animando la vida cristiana en Gutiérrez.

Durante estas visitas me gusta prestar atención a los textos bíblicos que escuchamos al celebrar la sagrada liturgia. Como era un fin de semana, todo estuvo centrado en el texto del Domingo XIV: Jesús que llama y envía a los discípulos a una primera misión evangelizadora. El texto es de San Lucas: 10, 1-12. 17-20.

Digo que presto atención a la Palabra de Dios, porque estas visitas constituyen una auténtica experiencia de fe: el obispo se pone con el párroco y con toda la comunidad cristiana a la escucha de la Palabra viva de Dios. Eso es precisamente la Iglesia: comunidad de fe, esperanza y caridad, reunida por el Verbo de Dios. “Creatura Verbi” se dice en latín: la Iglesia, creación del Verbo de Dios, Jesucristo el Señor.

Así, la Palabra ilumina la vida. La vida es como un espejo para la Palabra. ¿Qué mensaje pude recibir y también transmitir? Lo sintetizaría así: Jesús evangeliza convocando colaboradores que compartan con él el anuncio del Reino.

Ese mensaje percibí al escuchar con el pueblo de Dios la Palabra de vida. Eso también encontré en la parroquia: Jesús sigue llamando y enviando. Son muchos los compañeros de Jesús, hombres y mujeres. Para el obispo, ver esto, es una de las alegrías más grandes.

Excursus. El sábado por la mañana tuvo lugar el encuentro con los niños. Es siempre una fiesta. Los chicos preguntan sin parar. Nunca alcanza el tiempo. Suelen preguntar dos, tres, cinco veces lo mismo. Y, cuando menos lo esperás, alguno te sale con una de esas preguntas que son como una bomba. Así me pasa siempre. También en Gutiérrez. Una nena, levantando la mano desde el centro de la Iglesia, me lanzó a quemarropa: “Decíme: como obispo, ¿sos feliz?”. ¡En el blanco! “Sí, soy feliz, muy feliz”, le respondí.

Otra persona, esta vez más grande, también a quemarropa y sin dejarme respiro repreguntó: “¿Cuándo te das cuenta de que acertaste en tu elección de vida de ser cura?” Ahí, caí en la cuenta de algo muy hermoso. Mi respuesta espontánea fue: “Ahora, haciendo esto, me doy cuenta de que estoy en el lugar correcto”. Creo que algo de eso es lo que el cardenal Leger quiso decir, cuando en el debate conciliar sobre la vida de los pastores, dijo aquella frase feliz que después se transformó en magisterio de la Iglesia: los curas se santifican cuando ejercen su ministerio, esas acciones unen con Cristo. Esas cosas hacen realmente feliz y pleno a un cura.

PD. Después del encuentro con los chicos nos fuimos con Raúl a ver el partido con Alemania. Sin comentarios.