martes, 13 de julio de 2010

La lengua del culto

La cuestión litúrgica sigue generando discusión. Es lógico. Preguntarse por el modo correcto de celebrar el culto, es una de las preguntas vitales de la fe. Atraviesa toda la historia del cristianismo.

La Iglesia, al abrir las puertas a las lenguas vernáculas, puso en marcha un proceso que está recién en sus inicios: la conformación de nuevas lenguas litúrgicas. El culto divino tiene registros propios de lenguaje: Dios nos habla, y nosotros a Él. Todas las grandes culturas y religiones muestran claramente esta especificidad única del lenguaje del culto, especialmente cuando reservan una lengua “muerta” para subrayar esa originalidad del encuentro con Dios en la plegaria y el culto.

No es de extrañar, entonces, que las nuevas traducciones promovidas por el Episcopado Argentino del Misal, del Evangeliario y del Leccionario estén dando lugar a una discusión encendida. Al menos, por mi parte, la considero también una saludable discusión.

Sin duda, estas traducciones son legítimas y estables. Un rasgo de la lengua litúrgica, justamente, es su estabilidad y perdurabilidad. Así se pueden, entre otras cosas, memorizar perícopas o frases enteras de la Escritura o de los textos litúrgicos. Lo cual es fundamental para la espiritualidad y piedad del Pueblo de Dios.

Creo, sin embargo, que quienes usamos los libros litúrgicos, respetándolos en su literalidad, tenemos que ir prestando atención a posibles errores o traducciones menos logradas. En definitiva, es el uso creyente de la “Ecclesia orans” lo que ha ido configurando el modo típico de orar y rendir culto a Dios, propio de las diversas familias rituales católicas.

Escribo esto, porque algunos amigos me han estado comentando las dificultades que van encontrando en el uso del Misal y de los textos sagrados del Leccionario. Tenemos que seguir trabajando para alcanzar un lenguaje litúrgico digno. En definitiva, un modo de hablar que brote del misterio mismo que se celebra.

He hablado del Misal (y, por ende, de los otros libros litúrgicos, como los Rituales), y del Leccionario. Algo similar habría que decir de ese campo devastado que es el canto y la música sagrados. En fin, miremos hacia adelante, estimulados por todo lo que tenemos que hacer.

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