viernes, 11 de diciembre de 2009

P. Tarcisio, maestro de oración


Las dos primeras oraciones de las que tengo memoria son: el “Ángel de la guarda” y el “Bendita sea tu pureza”. Las aprendí de mi madre.
En la adolescencia tuve la gracia de conocer a un verdadero maestro de oración: el P. Tarcisio Rubin. Italiano de origen, pertenecía al Instituto de los padres scalabrinianos, dedicados por carisma a la atención de los migrantes. Hoy está iniciado su proceso de beatificación.
Tarcisio impactaba por su sola presencia. Ahora me doy cuenta que lo conocí cuando rondaba los 45 años. De larga barba, sotana blanca o negra según la estación, y un gran crucifijo misionero.
Predicaba con “slancio” como dicen los italianos. Es decir: con gran fervor. Poco recuerdo del con-tenido de sus prédicas. Me impactaba más su modo de estar en el altar y celebrar la Misa. Como él mismo confesaba: había aprendido mucho en Oriente acerca del “arte de celebrar”, como diríamos hoy.
Los jóvenes nos reuníamos con él después de la Misa. Nos hacía rezar postrados delante del Sagra-rio. Rezábamos los Salmos con la traducción ecuménica: “Dios habla hoy”. Hasta hace pocos años todavía tenía el ejemplar que me regaló.
Rezábamos con un Salmo por vez. Lo recitábamos juntos, lentamente. Después venía el tiempo de silencio para la repetición personal, orante y silente, de aquellos versículos que nos habían tocado el corazón. “Hay que rumiar la palabra de Dios como la vaca hace con el pasto”, decía. Así, Dios entra en nuestra vida.
A partir de entonces, los Salmos constituyen mi forma típica de orar. No me he podido desprender de ellos. Además, la Liturgia de las Horas propone, cada día, entre 10 y 13 de ellos para santificar el paso del tiempo.
Tengo hasta un Salterio personal, compuesto de una serie de Salmos que he aprendido de memoria. De entre todos, destaco el 130, el Salmo de la infancia espiritual: “Señor, mi corazón no es ambicioso …”
Me he acordado de Tarcisio por una pregunta que me hicieron el sábado pasado en Radio Familia.
Le doy gracias a Dios por haberme puesto al lado de un maestro de oración. Enseñar a rezar a un niño o a un joven es ensanchar el espacio interior de su vida. Es darle futuro.

1 comentario:

  1. ¿QUÉ opinión le merece, Monseñor, la elección de González Guerrico como Rector del seminario de san Rafael? ¿O es de mal gusto pedirle a los obispos que opinen de asuntos opinables?

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