viernes, 22 de abril de 2011

Los pies del Crucificado

Hoy he acercado mis labios al Crucificado. He besado las llagas de sus pies traspasados. ¿Por qué los pies, precisamente los pies? No lo sé a ciencia cierta. Fue un movimiento espontáneo. Me arrodillé y, sin pensarlo demasiado, busqué los pies del Crucificado.

Son los pies de un hombre que es, personalmente, Dios. Dios con nosotros. Son los pies humanos de Dios. Los pies que recorrieron Galilea y que terminaron en Jerusalén.

El profeta lo había predicho, movido por el Espíritu: “¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: «¡Tu Dios reina!»” (Is 52, 7).

¡Qué hermosos son tus pies, Jesús de Nazaret! ¡Qué hermosos y prometedores tus pasos, Mensajero de Dios!

Tus pies traspasados no solo caminan: ¡hablan!

Me hablan del Dios eterno e infinito que me busca. Como el pastor que pierde una oveja, y sale a buscarla, arriesgándolo todo.

Los pies del Crucificado
Capilla del Hospital B. Menni
Valladolid
Tus pies traspasados me hablan de la pasión que sufriste por mí; pero, sobre todo, me hablan de la pasión que te habita desde toda la eternidad: el ágape que se hace peregrinación, camino, búsqueda y encuentro.

Ahora, Señor Jesús, voy yo a tu encuentro. ¡Qué mis pies también se llaguen! Voy a buscarte, Jesús. Voy a por vos. Voy junto a mis hermanos. Voy a por ellos.

“¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: «¡Tu Dios reina!»” (Is 52, 7).

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