jueves, 28 de julio de 2011

Jóvenes

Un joven masacra con frialdad a otros jóvenes. Las imágenes del horror no se asimilan. Llegan desde Noruega, pero evocan también lo que pasa por otras latitudes más calientes. También aquí.

La Biblia tiene entre sus relatos primordiales aquel del fratricidio original: Caín mata a su hermano Abel. Envidia, resentimiento, baja autoestima. El relato se resiste a lecturas psicologizantes. Desnuda un hecho brutal: hermanos convertidos en enemigos. Hasta el derramamiento de sangre.

En medio del horror, la pregunta divina: “¿Dónde está tu hermano?”. En medio de la espesa oscuridad una luz, pequeña pero esperanzadora: “es mi hermano… todo hombre es mi hermano”.

En la plenitud de los tiempos, el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, plantará su morada entre nosotros. Se convertirá en nuestro hermano. Se hará prójimo de los expoliados. El hermano está en la cruz. La redención es un enorme gesto de fraternidad de Dios. Se hizo hermano de todos los humillados, para que su Abba llegara a ser el Padre de todos.

Pienso con ilusión en los jóvenes del mundo que se encontrarán en Madrid. De Mendoza van unos cuatrocientos. Pienso en los chicos que van a recibir la cruz peregrina en la próxima Fiesta patronal diocesana. Pienso en los jóvenes que voy confirmando en parroquias, colegios y otras comunidades cristianas. Los confirmo, ¡comunicándoles el Espíritu de Jesús!

El mensaje del evangelio es sencillísimo: Dios es Padre, nosotros sus hijos; somos hermanos. No tenemos otro empeño más que reconocer este don de gracia, y vivir el amor como Cristo nos amó.

¡Que venga tu Reino a nosotros Padre! 

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