viernes, 4 de junio de 2010

Orar. Luchar. Vivir


Quiero decir dos palabras sobre la oración cristiana. En realidad, sobre “mi” propio camino de ora-ción personal.

La oración es un combate, principalmente contra nosotros mismos y, como enseña el Catecismo (cf. nº 2725), contra el Tentador que siembra en el corazón del orante la desconfianza, e incluso el miedo a Dios.

Confieso que yo me reconozco en esta sabia enseñanza de la Iglesia. Al menos, en estos últimos años, mi oración personal es un combate diario. Mi tiempo fuerte de oración es por la mañana. Por eso, suelo levantarme muy temprano para este “combate” (los gustos hay que dárselos en vida).

La cabeza y el corazón llegan con muchas cosas: personas, situaciones, preguntas, incertidumbres, enojos y demás yerbas. Estas cosas distraen y disgustan, al menos hasta que uno logra vivirlas como quien usa de ellas como leña que alimenta el fuego del amor. Porque la oración es, en última instancia, el impulso del amor hacia Dios.

Hay que perseverar en este combate. Si determiné estar una hora con la Biblia delante y de cara al Santísimo, allí estoy. ¿Las distracciones me llevan lejos? Desde esa lejanía emprendo, todas las veces que sea necesario, el viaje de retorno hacia la casa del Padre.

Sé que he dicho obviedades, que los grandes maestros de la vida espiritual enseñan con mayor profundidad, elocuencia y coherencia que yo. Sin embargo, por varias razones, tenía ganas de escribir esto, y lo hice. Tal vez, a alguien pueda ayudar.

No porque lo viva así, sino porque me ilumina y me alienta, transcribo las frases finales del citado párrafo del Catecismo: “Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El "combate espiritual" de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.”

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