domingo, 3 de junio de 2012

En la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo


“Bendita sea la Santísima Trinidad: Dios Padre, el Hijo unigénito de Dios y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia con nosotros” (Antífona de entrada de la Solemnidad de la Santísima Trinidad).

Como todos los años, después de haber visto desplegarse ante nuestros ojos el misterio de nuestra salvación, cuya culminación es la Pascua de Jesucristo, la Iglesia nos invita a confesar nuestra fe en el Dios uno y trino.

Confesar gozosamente la fe en el Dios amor, alabando y celebrando su santo Nombre. Es la alabanza y adoración que brotan del corazón que comprende, no una sublime especulación doctrinal, sino lo que Dios ha hecho por nosotros: ha tenido misericordia de su pueblo.

La invitación de la Iglesia es alabadar, adorar y dar gracias. Pero no se detiene ahí: en realidad somos invitados a vivir en la Trinidad. A entrar en ella, nosotros que hemos sido sumergidos en su misterio de amor.

Vivimos en la cultura de la disociación y de la desvinculación. La ruptura parece ser la ley suprema del presente: ruptura entre el cuerpo y el alma; ruptura entre el varón y la mujer; ruptura entre padres e hijos; ruptura en el seno de la sociedad; ruptura entre naciones.

La Trinidad ha sembrado la semilla de la unidad en la diversidad. Le ha devuelto la esperanza al mundo. 

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