viernes, 1 de junio de 2012

Transfusión de sangre, fe y conciencia

El caso de un joven en delicado estado de salud que ha rechazado la transfusión de sangre apelando a su fe como Testigo de Jehová ha despertado comprensibles discusiones.


¿Qué se puede decir desde un punto de vista católico?

Sustancialmente dos cosas. La primera, acerca de la interpretación de los textos bíblicos. La segunda, sobre la dimensión ética de la situación.

1. Desde un punto de vista católico, la lectura e interpretación que los Testigos de Jehová hacen de los textos bíblicos invocados para rechazar la transfusión de sangre es errónea.

Obviamente esto no es un juicio sobre la sinceridad de las personas que profesan esa fe, solo un juicio sobre una de sus afirmaciones que, según nuestro criterio, no es concorde con la enseñanza bíblica.

Los textos de la Sagrada Escritura deben ser leídos e interpretados correctamente. De lo contrario se pueden arribar a conclusiones irracionales y contrarias a la fe. “Un texto fuera de contexto es un pretexto”, solemos decir.

Los textos citados suelen ser:

Génesis 9:3-4: “Todo lo que se mueve y tiene vida les servirá de alimento; yo les doy todo eso como antes les di los vegetales. Sólo se abstendrán de comer la carne con su vida, es decir, con su sangre.”

Levítico 17:13-14: “Y cualquier israelita o cualquiera de los extranjeros que residen en medio de ustedes, caza un animal o un pájaro de esos que está permitido comer, derramará su sangre y la cubrirá con tierra. Porque la vida de toda carne es su sangre. Por eso dije a los israelitas: «No coman la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre. El que la coma, será extirpado»”

Hechos 15:28-29: “El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables, a saber: que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de la carne de animales muertos sin desangrar y de las uniones ilegales. Harán bien en cumplir todo esto. Adiós».”

Aquí destacamos tres cuestiones de interés para nuestro tema: 1) En los textos arriba citados y otros similares, se trata de sangre de animales, no de hombres; 2) Se habla de “comer” o “ingerir” sangre, no de su uso para la transfusión, por entonces obviamente desconocido; 3) La identificación entre “vida” y “sangre” debe entenderse a la luz de la mentalidad y lengua semíticas que son concretas y, de esta manera, entiende los conceptos abstractos (en este caso: la vida es entendida por la realidad palpable de la sangre). Nosotros hablaríamos de una metáfora: hablar de “sangre” para expresar el misterio de la “vida” que se recibe y se da.

Se trata, como dije más arriba, de leer bien los textos; pero también de interpretarlos correctamente. Porque los textos bíblicos tienen que ser siempre interpretados, si no se cae en lo que se llama el fundamentalismo bíblico, que le hace decir a la Biblia cualquier cosa, incluso sacar conclusiones terribles.

Una lectura e interpretación católica de la Biblia tiene en cuenta la unidad de toda la Sagrada Escritura y su coherencia con el mensaje central de la fe que es la salvación obrada por Jesucristo, el que derramó su sangre para el perdón de los pecados y entregó su vida por nosotros.

Desde esta perspectiva, la donación de sangre para las transfusiones no solo no es un acto prohibido por la fe sino un acto de exquisita caridad.

2. La segunda cuestión es, tal vez, más compleja. Formulado a modo de pregunta podemos decirlo así: ¿Es moralmente lícito respetar la conciencia de un paciente aunque se trate de una conciencia errónea invencible?

No hay que olvidar que estamos en presencia de un caso particular que, como tal, debe ser abordado para encontrar las respuestas éticas adecuadas. Aquí lo hacemos desde una distancia en la que no se perciben con claridad las circunstancias que hacen al caso. Es la cuestión ética que se juega en situaciones como las que vive este joven enfermo. No se trata sencillamente de aplicar principios doctrinales -importantes sin duda-, sino de escuchar el mensaje moral que brota de la realidad. La moral católica nos enseña que, para valorar moralmente una situación, hay que tener en cuenta tres fuentes: el objeto, el fin y las circunstancias de los actos morales.

Recordemos también que la conciencia es norma próxima de conducta. A nadie le es lícito obrar contra su conciencia, o violentar la conciencia de un tercero. La conciencia es el jucio práctico sobre la bondad o malicia de mis actos, ya realizados o por realizar. Para los creyentes, en la conciencia resuena la voz de Dios y de su sagrada Ley.

Las personas, sin embargo, pueden tener una conciencia mal formada y, por tanto, formular jucios errados sobre sus propios actos. Cuando no hay posibilidades reales de superar ese juicio incompleto se dice que estamos en presencia de una “conciencia errónea invencible”.  Sin embargo, como para quien está en esta situación la voz de la conciencia contiene un imperativo moral personalísimo, no puede ser violentado a obrar contra su propia conciencia. Es cierto: en la medida en que esto no suponga daños a terceros. Queda en pie la necesidad de ayudar a las personas con conciencia errónea a superar las lagunas o juicios falsos sobre sus actos. La meta es siempre una conciencia recta.

En el caso que nos ocupa hay que distinguir dos situaciones concretas. La primera, cuando estamos en presencia de un menor enfermo. En este caso, ante la negativa de sus padres a suministrarle la transfusión de sangre, los profesionales de la salud tienen que recurrir al juez para que se realice la intervención y se salve la vida del enfermo. Prima el bien superior del niño por encima del derecho de sus padres.

La segunda situación es la de un adulto. Aquí, prima el derecho de la persona a obrar según su conciencia, en este caso, religiosamente orientada, aunque errónea. El médico tratará de explicar con delicadeza y respeto las implicancias de negarse a la transfusión. Podrá también estar atento a un cambio de actitud del enfermo en el transcurso de la enfermedad. Sin embargo, nunca podrá obrar contra la conciencia del enfermo debidamente manifestada. Es decir: no se podrá recurrir a la transfusión de sangre.

Obviamente, la ley ha de respaldar a los profesionales de la salud que se encuentran en esta última situación, para que no se atribuya a su negligencia lo que en realidad es una decisión del paciente.

La vida física es un valor fundamental, aunque no absoluto. Los valores éticos y religiosos son superiores, y tienen el primado en la vida personal: desde ellos se define la estatura espiritual y moral de una persona. Por ello, una persona puede, en un caso determinado, subordinar su vida física a los valores espirituales que son sus convicciones más íntimas. Aquí se funda, por ejemplo, la fuerza del martirio, del arriesgar la vida por salvar a los semejantes o en defensa del bien común.

Con estos planteos nos encontramos cerca de los fundamentos de la objeción de conciencia como un derecho humano fundamental, vinculado a la libertad religiosa y a la libertad de conciencia. Un tema que -según creo- tendrá que ocuparnos cada vez con mayor fuerza en la sociedad plural que estamos gestando.

En todo esto se trata, sin dudas, de una situación límite para todos: familiares, profesionales de la salud, jueces y, sobre todo, para los enfermos. El desarrollo de la sociedad plural nos va a poner en más de una ocasión como esta ante situaciones donde la ley, la atención sanitaria y, sobre todo, la cercanía humana tendrán que respetar la opción de vida hecha por las personas que quieren ser fieles a su conciencia personal, en la que escuchan la voz de Dios o de los grandes valores éticos de la humanidad.

El primado de la conciencia es el primado de la persona, sujeto, centro y fin de toda la vida social. 

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