Este 11 de
febrero se cumple un año de la histórica renuncia del papa Benedicto XVI. Un
gesto de que expresa la talla espiritual de Ratzinger. Un poco más de tiempo
aún y celebraremos el año de la llegada del papa Francisco.
¿Intervención de
la Providencia? Para quienes tenemos fe es claro que sí. A condición de que no
imaginemos nada mágico ni automático. Dios obra libremente contando con la
libertad de los hombres, en este caso: con las libertades de Joseph Ratzinger y
de Jorge Bergoglio.
De ese 13 de
marzo en adelante: el huracán Francisco ha dejado huellas en el mundo católico
y más allá también.
Se habla por eso
del “efecto Francisco”. Gestos, palabras, decisiones que sorprenden, encienden
el corazón y llenan de alegría y esperanza.
De todas formas,
aquí quisiera hacer una breve referencia a otra cosa: más que del “efecto”
quisiera reflexionar sobre el “estilo” Francisco. A mí, como creyente y como
obispo, me dice mucho. En realidad me cuestiona. Y no soy el único que lo vive
así.
¿A qué me refiero
cuando hablo de “estilo”? A su modo personal de ser y de vivir el ministerio pastoral.
Un talante propio, inconfundible y profundamente evangélico.
Doy tres
características que a mí me impresionan. Ante todo, Francisco es un hombre
directo, de una sola pieza. Un jesuita austero: vive con pocas cosas, casi
menos que lo fundamental. Esto es ya todo un signo. La reforma de la Iglesia
que él mismo propone ha comenzado por este estilo de vivir sencillo y
despojado.
Esta
esencialidad, a mi modo de ver, está en relación con otra cosa más importante:
Francisco, desde el primer día, ha querido centrarse en lo esencial del
Evangelio de Jesús: el amor incondicional de Dios por cada ser humano. Lo demás
es añadidura. Importante, sí, pero añadidura al fin.
Y amor por cada
persona, en el hoy de nuestro mundo, significa: ternura, compasión,
misericordia, escucha atenta, curar, consolar, acariciar la fragilidad. Ha
dicho repetidas veces que Jesús, Dios hecho hombre, ha traído al mundo la revolución
de la ternura.
La tercer
característica que subrayo es una variación de la anterior: amar a cada persona
signfica aceptarla tal como es y tomarla en la situación concreta en que esta
se encuentra. No pedir más, ni tampoco menos. Es un principio de sabiduría espiritual
y pastoral.
Es, en
definitiva, lo que vemos en el Evangelio: Jesús no exige más que apertura a su
persona y a su palabra, fe y conversión. El amor de Dios es capaz de hacerse
presente en medio de todo límite humano. Acompaña a la persona en cada paso que
da, por lento y corto que sea. “Dios es real”, repite Francisco, y está donde
están sus hijos.
Este “estilo” del
papa Francisco, por sí solo, interpela a cada católico. Mucho más a quienes
somos pastores. Interpela también a quien lo escucha con apertura interior.
Sergio O.
Buenanueva
Obispo de San
Francisco
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.