martes, 11 de enero de 2011

Benedicto XVI al Cuerpo Diplomático. Analizando las noticias


“El Papa se opuso a la educación laica en América latina” (MDZ). “El Papa contra las reformas laicas a la educación en América latina” (Los Andes). “El Papa cuestiona la educación laica y sexual y defiende la libertad religiosa” (El Sol)

Los medios locales reflejan con estos títulos el párrafo que Benedicto XVI ha dedicado a América latina en su tradicional Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Aluden también a otra sección del discurso en el que se refiere a algunas reformas recientes en la España. 

Como suele ocurrir, en el cuerpo de la noticia se hace un desarrollo un poco más amplio de la noticia, permitiendo al lector hacerse alguna idea del tenor exacto de las palabras del Pontífice. De todas formas, el mensaje llega con claridad: “¡Qué tipo este B16!”. 

Parece que la capacidad analítica se diluye hasta desaparecer cuando se trata de temas religiosos. Aquí todo va en blanco y negro. Nada de matices. Entiendo que un título tenga que llamar la atención. No me convence que esto se logre deformando la realidad.

El que si matiza es el bueno de Benedicto. Bueno e inteligente. Un poco picante, diría yo. A continuación los dos párrafos aludidos. Cada uno saque sus conclusiones. Al final, les ofrezco la mía. 

Reconocer la libertad religiosa significa, además, garantizar que las comunidades religiosas puedan trabajar libremente en la sociedad, con iniciativas en el ámbito social, caritativo o educativo. Por otra parte, se puede constatar por todo el mundo la fecunda labor de la Iglesia católica en estos ámbitos. Es preocupante que este servicio que las comunidades religiosas ofrecen a toda la sociedad, en particular mediante la educación de las jóvenes generaciones, sea puesto en peligro u obstaculizado por proyectos de ley que amenazan con crear una especie de monopolio estatal en materia escolástica, como se puede constatar por ejemplo en algunos países de América Latina. Mientras muchos de ellos celebran el segundo centenario de su independencia, ocasión propicia para recordar la contribución de la Iglesia católica en la formación de la identidad nacional, exhorto a todos los Gobiernos a promover sistemas educativos que respeten el derecho primordial de las familias a decidir la educación de sus hijos, inspirándose en el principio de subsidiariedad, esencial para organizar una sociedad justa.

Continuando mi reflexión, no puedo dejar de mencionar otra amenaza a la libertad religiosa de las familias en algunos países europeos, allí donde se ha impuesto la participación a cursos de educación sexual o cívica que transmiten una concepción de la persona y de la vida pretendidamente neutra, pero que en realidad reflejan una antropología contraria a la fe y a la justa razón.

Mi conclusión. El Papa Benedicto (“¡Qué tipo este!”) hace foco en un tema incómodo: la educación como un derecho primario de las familias. Es más: pone en relación la libertad religiosa con este derecho-deber de los padres. Éste como expresión concreta de aquél. La conclusión es explosiva: son los padres los que tienen que marcar el compás al estado en su tarea educativa, sobre todo, cuando se trata de la orientación espiritual y moral de la vida. No al revés. En la sociedad, el estado tiene un rol subsidiario; es decir: ayudar a las personas, a las familias y a las otras formas de agregación social a realizar sus fines específicos. No suplirlos; menos aún: ahogarlos. 

El Papa apuesta por la subjetividad de la sociedad. Es uno de los aspectos más estimulantes de las democracias modernas. Por aquí se puede entrever una salida a la dictadura de lo políticamente correcto que parece dominar la escena pública. Por aquí se encolumna el lúcido de B16, y lo hace a partir de la libertad religiosa.

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